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Polarización política: ¿la otra pandemia del siglo XXI? – Gobierno – Política

Polarización política: ¿la otra pandemia del siglo XXI? - Gobierno - Política


Colombia, como el resto del mundo, va a salir muy maltrecha de la pandemia del covid-19. Es ya un hecho el aumento de la pobreza y el desempleo. Y, como siempre ocurre en periodos de grave recesión económica, se está gestando un clima favorable para la emergencia de líderes autoritarios.

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Luego de la grave crisis mundial de 1929, se produjo el nacimiento de los regímenes fascistas en Europa. Tras la crisis financiera mundial de 2008 han florecido en el mundo una cantidad de líderes autoritarios aquí y allá, en todo el mundo. En el pasado, por lo general los ‘hombres fuertes’ surgían, ante todo, mediante rupturas democráticas.

Ahora están todos accediendo al poder por la vía electoral, manipulada o no: Recep Erdogan (Turquía), Narendra Modi (India), Viktor Orban (Hungría), Matteo Salvini (Italia), Jair Bolsonaro (Brasil), Nicolás Maduro (Venezuela), Jaroslaw Kaczynski (Polonia) y, obviamente, Vladimir Putin y Donald Trump.

En Colombia, como resultado de la pandemia, podríamos enfrentar no solamente una economía seriamente afectada, sino también una democracia debilitada debido al surgimiento de un liderazgo populista de izquierda, fundado en un predecible descontento social que viene gestándose de tiempo atrás; y de un liderazgo populista de derecha apoyado en el aumento de la inseguridad y las tasas de criminalidad: el primero, apoyado en el descontento; el otro, buscando adeptos con un discurso de orden y autoridad. Y uno y otro son indeseables: la mejor vía para enfrentar la grave crisis que se avecina no es mediante salidas polarizantes, sino mediante una agenda nacional consensuada.

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Es un momento de amenazas, pero, igualmente, de oportunidades. Podemos ahondar la división del país o abrir un espacio de convergencia. La capacidad de diálogo no ha sido nuestra mayor virtud, salvo en momentos de hondas crisis: la Unión Republicana (1909) y el Frente Nacional (1958). Creo que estamos en una de esas coyunturas en que es indispensable un “acuerdo sobre lo fundamental”, para recordar las palabras del exlíder conservador sacrificado Álvaro Gómez Hurtado.

Como ha planteado el abogado y exministro Juan Camilo Restrepo, llegó el momento de impulsar algo similar al Pacto de La Moncloa en España de 1977, tras la guerra civil y la larga dictadura franquista.

La polarización política

El 26 de enero de 2019, el escritor y analista político Moisés Naím publicó una columna titulada Por qué la polarización política es el nuevo fenómeno global, en la que utilizó un término que, un año más tarde, se haría tristemente célebre: una pandemia. Naím afirmó en su columna que “en todos estos países la sociedad parece sufrir de una enfermedad política autoinmune –una parte de su ser está en guerra contra el resto del cuerpo social–.

La polarización (social y política) es el factor común y el signo de estos tiempos. Esto no quiere decir que la polarización antes no existía, pero ahora las situaciones excepcionales de parálisis y caos gubernamental que provoca se han vuelto la norma.

Antes, los gobiernos democráticos lograban llegar a acuerdos con sus oponentes o podían organizar coaliciones que les permitían tomar decisiones, gobernar. Ahora los rivales políticos con frecuencia mutan en enemigos irreconciliables que hacen imposibles los acuerdos, compromisos o coaliciones con sus adversarios. La polarización es una pandemia que se ha globalizado: sus manifestaciones son evidentes en la mayoría de las democracias del mundo”.

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Y, sin duda, nuestro país no es la excepción. En Colombia construir hoy en día acuerdos políticos en el parlamento es cada día más difícil. Los gritos y los insultos no permiten que nadie escuche al otro, salvo si proviene de su propio bando.

No olvidemos que, en los años de la República Liberal (1930–1946), a pesar de que la distancia ideológica entre los partidos Liberal y Conservador no era muy profunda, la retórica inflamada de odio nos condujo al holocausto de la violencia.

Recientemente, se publicó un libro editado por dos politólogos, Thomas Carothers y Andrew O’Donohue, titulado Democracias divididas. El desafío global de la polarización política, en el cual los autores analizan varias experiencias en el mundo y concluyen que el caldo de cultivo en el que están floreciendo los nuevos líderes populistas y autoritarios es, precisamente, la polarización política. En el mismo sentido, la investigadora Amanda Sloat sostenía, en 2018, que el Reino Unido debería llamarse hoy, a causa de la polarización reinante, más bien el Reino Dividido (the Divided Kingdom).

Carothers y O’Donuhue sostienen que la emergencia de estos “hombres fuertes” es, a su turno, una de las causas y una de las consecuencias del debilitamiento de las instituciones democráticas. Se trata de personajes políticos aferrados a visiones maniqueas y cuya lógica es la división consciente y deliberada de la sociedad. Trump es un ejemplo claro. Su forma de actuar no es mediante la construcción de consensos, sino a través de la definición de enemigos, diabolizarlos y combatirlos, inflamando y exacerbando las divisiones en el seno de la sociedad estadounidense, como un medio para alcanzar y conservar el poder.

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Un contexto propicio

Para algunos, entre los factores que facilitan estos populismos están la masificación de las redes sociales y la crisis del periodismo y los medios de comunicación tradicionales. La población ya no recibe noticias informadas, sino mensajes que apelan más a las pasiones que a la razón e, incluso, mediante el uso sin escrúpulos de ‘fake news’. En contextos de polarización extrema, echarle aceite al fuego es la única forma de alcanzar visibilidad en medio de millones de mensajes que circulan. Por ello, los discursos de odio hacia los contrincantes producen más impacto que los análisis serenos.

Las redes sociales como Twitter o Instagram solo permiten mensajes cortos. Tal brevedad facilita los textos extremistas, ya que cuanto más corto sea el mensaje, más radical debe ser para que circule mucho, para que se convierta en tendencia. Por ejemplo, sostener que “Uribe es un paramilitar”, o que “Petro es un terrorista disfrazado”.

En estas redes sociales no hay ni espacio, ni tiempo, para los grises. Además, es normal la configuración de redes identitarias de naturaleza religiosa, étnica, política u otras, en las cuales solo se escuchan a sí mismos, en un círculo cerrado, quienes comparten los mismos puntos de vista y rechazan con virulencia extrema a quien se atreva a pensar distinto.

Otros analistas sostienen, además, que existe suficiente evidencia empírica que muestra que después de las crisis económicas aumenta la polarización política. Como ocurrió ya en 1929 y 2008, ahora con el aumento imparable de la desigualdad económica y social y el agudizamiento de los sentimientos de injusticia social, es previsible una pérdida de confianza de los ciudadanos en las instituciones y en la clase política establecida y, en consecuencia, su apoyo a líderes autoritarios que les ofrezcan una “fórmula mágica”.

Cuando se pierde la confianza en los médicos, se acude a los curanderos o a los hechiceros. Lo que está pasando en los EE. UU. en donde la población blanca de las zonas rurales o suburbanas pauperizada puso su destino en manos en un mediocre pero carismático empresario, Donald Trump. O los brasileros en un Bolsonaro.

Por último, la tercera fuente de este riesgoso clima proviene de lo que Mario Vargas Llosa denominó el “retorno a la tribu”. El nacionalismo como recurso político frente a la migración y el rechazo a la globalización está elevando a este tipo de líderes autoritarios a la cumbre del poder.

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Efectos de la polarización

Una consecuencia de la polarización es que las voces moderadas pierden poder e influencia. En contextos de división extrema de la sociedad, los líderes políticos más visibles e influyentes buscan incentivar la polarización para liquidar las posturas moderadas de centro e intentar alinear a los electores solo a favor de una u otra de estas dos opciones. Es decir, que ambos polos, el de extrema izquierda y el de extrema derecha, se retroalimentan mediante la retórica del odio.

Por otra parte, en estos ambientes se causan daños profundos a la independencia de la justicia, pues los políticos radicales tienden a intimidar a sus adversarios amenazándolos con llevarlos ante los tribunales; para ello, buscan instrumentalizar a los jueces y acabar con la independencia de la justicia. Un ejemplo, obviamente, es el de Venezuela hoy en día.

Uno de los mayores riesgos de una polarización extrema –como la que vivió Colombia entre 1948 y 1953–, es que los extremos de los extremos se sientan legitimados para actuar contra sus adversarios previamente demonizados. El caso de los supremacistas blancos hoy en los EE. UU. es solo un ejemplo. Pero, sobre todo, la polarización política dificulta la gobernabilidad democrática, en la medida en que hace muy difícil la construcción de consensos básicos. Por ello, frente a las consecuencias del devastador huracán que está soportando el país a causa del coronavirus, creo que llegó el momento de construir una agenda nacional compartida que, más allá de las diferencias ideológicas y políticas propias de una democracia pluralista, nos permita afrontar el futuro con herramientas más poderosas y consensuadas.

Consensos básicos en torno a las políticas de reactivación económica y recuperación del empleo, los mecanismos para paliar la pobreza y desigualdad de los ingresos, la protección del medio ambiente (un “pacto verde”), la disminución de la violencia y la universalización de las relaciones internacionales, serían algunos de los temas que el país exige a gritos.

EDUARDO PIZARRO LEONGÓMEZ
PARA EL TIEMPO
(*) Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia​

Fuente de la Noticia

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