El asesinato de George Floyd a manos de un policía en la ciudad estadounidense de Minneápolis ha vuelto a poner en primer plano el problema del racismo y la brutalidad policial. Por lo regular, las víctimas siempre son personas de raza negra y lo agresores policías blancos.
La muerte de Floyd es copia exacta de muchos otros hehos lamentables en la historia del país del norte. Hoy, las protestas se han intensificado a lo largo y ancho de los Estados Unidos, como también suele ocurrir cuando acontece algo similar. La historia se repite una y otra vez.
Pero la brutalidad de un estado a manos de sus agentes del orden, llámese policía, ejército o de inteligencia, es comparable con la brutalidad institucional proveniente de cualquiera de los tres poderes en un sistema democrático: legislativo, judicial o ejecutivo.
Y la brutalidad no es solamente ahorcar con la rodilla a alguien indefenso y tirado bocabajo en el suelo como le pasó a George Floyd. La brutalidad de un estado es peor de cruel y llega a ser inhumana, violenta y con altas dosis de racismo.
Tomo como ejemplo al Pacífico colombiano que ha sido víctima de una brutalidad histórica por parte del estado colombiano. Una de las regiones con altísimos índices de probreza, con sistemas de salud inexistentes en algunas áreas o muy precarios en otras, con escasas fuentes de empleo y ni si diga del nivel educativo cuando se tienen los peores indicadores de calidad y capacidad de cobertura, negándole a los jóvenes el derecho a una educación que lo podría ayudar a salir de la pobreza.
¿Dónde encaja la brutalidad de un estado por racismo?. Sólo hay que mirar el color de piel de los habitantes de nuestra Costa Pacífica para darnos cuenta. En su gran mayoría son colombianos de raza negra, quienes comparten su terrritorio con indígenas, los otros gran afectados por esa brutal violencia ejercida históricamente por el estado colombiano.
No tenemos el video de un policía ahorcando con su rodilla a alguien de raza negra en Buenaventura o en Tumaco, como en el caso de Minneápolis. Podría ser motivo para que de pronto algunas personas se movilizaran. Pero la brutalidad también es sumir en la pobreza a un grupo de personas sólo por su raza, como también pasa en los Estados Unidos, donde la mayor parte de la población negra encabeza los índices de pobreza, igual que en nuestro Pacífico. ¿Habrá racismo en este hecho coincidente? Por supuesto que lo hay y ha sido históricamente brutal.
Buenaventura, mi ciudad natal, se movilizó hace 3 años por primera vez en sus 480 años de existencia. Rios de gente protestaron por varios días debido al abandono histórico del estado colombiano. Un abandono que ha sido abusivo y cruel, como ahorcar por el cuello o como dar un balazo en la cabeza. Un abandono con tinte racial que ha sumido a Buenaventura en niveles de probreza impresionantes. Una ciudad que hasta el censo poblacional la cuenta mal, simplemente para que no arroje las cifras escalofriantes de desempleo, de falta de oportunidades de su gente, de la carencia de un sistema de salud digno, de la falta de agua potable y donde lo que sí funciona como un relojito pulido es su terminal maritimo y la carretera que la comunica con el interior del país, claro, para la conveniencia del hombre blanco del interior y sus empresas.
Más de medio millón de personas viven en Buenaventura y su zona rural. Una bomba de tiempo lista para explotar. Ya hubo un primer conato hace 3 años, ahora sólo falta la fotografía y el video del abuso y la brutalidad para que vuelva a sacar a las calles a su gente. O de pronto se está esperando que el Coronavirus haga lo suyo en una ciudad que no cuenta con un hospital de primer nivel y donde la pobreza es caldo de cultivo para la pandemia. De pronto esa es la fotografía que se necesita para que los bonaverenses despierten y reclamen sus derechos a un estado racista que por siglos le ha dado la espalda, ha abusado y ha cometido las peores brutalidades matando a su gente, no por asfixia, sino por pobreza y falta de oportnidades.