Ricardo Ávila: ¿Todos en el mismo barco? – Sectores – Economía


Pocas veces la expresión ‘carrera por la vida’ ha tenido un significado tan universal como ahora. A medida que las cifras de contagiados por el covid-19 en el mundo aumentan en más de un millón de personas por semana y el saldo de casos con desenlace fatal no para de crecer, resulta evidente que queda mucho sufrimiento por delante.

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Más allá del éxito de estrategias drásticas como el confinamiento obligatorio de pueblos enteros, gracias a las cuales se le quitó velocidad a la transmisión del coronavirus y fue posible fortalecer la capacidad de los diferentes sistemas de salud, lo más que se ha ganado es tiempo. Los conocedores saben que ese lapso sirvió para avanzar en una solución definitiva que elimine la amenaza o que al menos la modere sustancialmente.

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Y esa solución no es otra que una vacuna. Encontrar la manera de conseguir que el organismo logre generar una respuesta inmunológica para que esas defensas impidan la reproducción de las partículas malignas es el principal objetivo de la ciencia hoy en día.

Llegar a esa meta es algo que parece factible. De acuerdo con el Instituto Milken hay, al menos, 180 iniciativas en desarrollo en varios continentes con diferentes grados de avance. Dado que el índice de efectividad de estos intentos oscila entre cinco y diez por ciento, no es un exceso de optimismo afirmar que la probabilidad de hallar una cura en los meses que viene es alta.

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Esa perspectiva no quiere decir, lamentablemente, que el asunto quede resuelto. Producir dosis suficientes para todos los habitantes del planeta y distribuirlas con rapidez es un desafío enorme, tanto industrial como logístico, además de financiero.
No menos complejo es el sistema de reparto.

Si bien la mayoría de los dirigentes hablan de equidad, en la práctica la realidad es otra. Estados Unidos, la Unión Europea y China, entre otros, han comenzado a tomar decisiones que les garantizan contar con la mayoría de lo que se fabrique en una primera etapa. Ese es un campanazo de alerta para Colombia, que arriesga a quedarse en la parte de atrás de la fila en caso de no jugar bien sus cartas.

Ante ese peligro es positivo que existan tantas opciones en proceso de análisis. Aparte de que tal circunstancia magnifica la posibilidad de tener éxito, en el mejor de los casos podrían aparecer varios métodos que funcionen, con lo cual habría una oferta más amplia.

Resolver semejante acertijo en un lapso, que estaría entre 12 y 18 meses después de los primeros brotes de este tipo de coronavirus, haría historia. A fin de cuentas, lo usual es que una vacuna tarde entre cinco y diez años, porque el procedimiento es dispendioso y debe hacerse con las mayores precauciones posibles.

Aquí los tiempos serían menores, gracias a los avances científicos recientes y a la adopción de caminos más expeditos. En otras ocasiones el proceso ha sido lento porque está en manos de un puñado de investigadores que a veces se quedan sin dinero. De hecho, tan solo 26 enfermedades de las muchas que aquejan al ser humano cuentan con algún tipo de vacuna.

Esta vez sería diferente. La primera secuencia del que sería conocido como el SARS-CoV-2 se publicó en la primera mitad de enero, con lo cual se descifró la información genética del virus. Saber las instrucciones moleculares que permiten la rápida reproducción de la partícula ayuda a diseñar armas específicas para que sea contenida o destruida.

A partir de ahí, los científicos escogieron diferentes rutas. Sin entrar en honduras, una vacuna puede surgir a partir del virus, de otros virus similares, del material genético y de la manipulación de proteínas.

En el primer caso se trata de seguir un modelo similar al del francés Louis Pasteur cuando utilizó un patógeno debilitado para salvar a un niño mordido por un perro con rabia en 1885. Varias firmas chinas optaron por esta vía, siendo Sinopharm la más adelantada.

La segunda alternativa es, hoy por hoy, la que mayor entusiasmo despierta. En la Universidad de Oxford se había desarrollado una fórmula para el síndrome respiratorio de Oriente Medio, conocido como MERS, su acrónimo en inglés. Dado que también se trata de un coronavirus, resultó relativamente sencillo adaptar la dosis al nuevo mal y comenzar pruebas con relativa rapidez.

Sin duda, la apuesta más arriesgada es la tercera, que busca influir sobre los ácidos nucleicos de las células (ARN y ADN) atacadas por el covid-19. Aunque la tecnología debería funcionar y su diseño es relativamente sencillo, nadie a la fecha había fabricado una vacuna así, con lo cual se está recorriendo un terreno desconocido.

A pesar de ello, buena parte de los proyectos en marcha se concentran en este renglón.Tampoco son escasos los intentos con proteínas, que en ocasiones anteriores han servido para combatir la hepatitis B o el papiloma humano. En Australia, Asia y Norteamérica hay numerosos ensayos por esta vía.

Quienes saben de estos temas exponen las ventajas y defectos de cada técnica. Aparte de la efectividad, entra en juego la posibilidad de elevar la producción con rapidez, la estabilidad del compuesto y la facilidad de llegar al usuario final. Teniendo en cuenta que hay que hacer 7.500 millones de dosis para llegarle a cada habitante del planeta –o el doble si se requiere un refuerzo–, resolver el acertijo es complejo.

Todo lo anterior exige que las diferentes vacunas sean seguras, por lo cual son necesarios cuatros pasos: pruebas en animales, seguidas por tres fases con seres humanos que van desde un pequeño grupo inicial hasta centenares de individuos, para terminar en miles, ojalá en diferentes áreas geográficas. Incluso hay quienes sostienen que lo mejor sería exponer a los inoculados a la pandemia a ver si salen indemnes o no, lo cual despierta una discusión ética de grandes proporciones pues habría gente que podría morir en el intento.

El objetivo, sin llegar a ese extremo, es que el remedio no sea peor con la enfermedad, pues en ocasiones anteriores se cometieron equivocaciones que costaron muchas vidas. Debido a ello se mide no solo la respuesta inmunológica, sino los eventuales efectos secundarios. Una cosa es una fiebre leve o dolor en el área de la inyección y otra es que un órgano vital falle. Por eso es que el proceso toma tiempo, porque es obligatorio analizar muchos datos, así ahora esos lapsos se hayan recortado en forma sustancial.

Aun si todo sale bien y distintos ensayos resultan positivos en los meses que vienen, la etapa que continúa es crucial. La rapiña que se vio a comienzos del año por equipos de protección como una simple mascarilla, por los reactivos para hacer pruebas o por maquinarias como los respiradores demostró que es mejor anticiparse.

En consecuencia, hay rumores de que ya comenzaron a llegar órdenes de compra importantes a los fabricantes de jeringas. Frascos de vidrio de características especiales, al igual que dispensadores, agujas y elementos mostrarían un aumento en la demanda.

Puesto de manera coloquial, ya comenzó la lucha por los puestos en la fila. La multinacional AstraZeneca, que va de la mano con la Universidad de Oxford, tiene comprometidas mil millones de dosis y el instituto Serum de la India elaboraría otro tanto, con destino a los países más pobres. En diciembre se podrían entregar 100 millones de estas vacunas bajo el supuesto de que las autoridades sanitarias den los permisos correspondientes con base en la evidencia.

Otros nombres tan conocidos como Pfizer, Sanofi, GSK, Novartis, Merck o Johnson & Johnson están en la carrera, junto con nuevos jugadores como Moderna, Inovio o CureVac, entre muchos más. Aunque se insisten en que no se trata de lucrarse de la situación o que cada inyección costará dos o tres dólares, el comportamiento de las acciones de las empresas mencionadas hace creer que los inversionistas piensan otra cosa.

A pesar de los buenos propósitos en el sentido de que no habrá acaparamiento, el temor es que el nacionalismo asome su cara. Durante la emergencia de la gripa H1N1 a finales de la primera década del siglo, Estados Unidos adquirió la mayor parte de la oferta global y solo la liberó cuando la pandemia se extinguió. Y cuando apareció el covid-19, los grandes productores prohibieron las exportaciones de implementos hasta que no se aseguró el abastecimiento de sus mercados locales.

Es de imaginar que Donald Trump, cuya reelección pende de un hilo, no dudará en poner en práctica su precepto de “America first” si hay un hallazgo antes de noviembre, pues a más vacunas, más votos. Cuando unos días atrás se anunció que el medicamento remdesivir acortaba en cuatro o cinco días la estadía de los pacientes afectados por coronavirus en el hospital, la Casa Blanca adquirió la producción de la firma Gilead hasta septiembre.

Ante esa realidad, Colombia está obligada a pensar en lo que debe hacer. Más allá de que los esfuerzos actuales están concentrados en evitar que los casos positivos desborden la capacidad hospitalaria y en poner en marcha una estrategia de seguimiento y aislamiento para romper las cadenas de contagio, vale la pena planear cómo será la estrategia de vacunación.

Inicialmente, es indispensable abogar en los escenarios mundiales por un esquema de repartición equitativa, en la medida en que las fábricas empiecen a despachar cajas con los compuestos que funcionen. Un escenario en el cual las naciones más ricas o de mayor peso relativo se aseguren primero de inocular a sus ciudadanos equivale a decenas de miles de muertos en aquellos lugares que queden desprotegidos, además de prolongar la crisis económica y social.

De tal manera, el país debería hacerse oír en el Comité Ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud al cual pertenece, asumiendo una vocería regional. “No tenemos una estrategia diplomática clara”, señala Claudia Vaca, profesora y directora del Centro de Pensamiento Medicamentos, Información y Poder, de la Universidad Nacional. “Hemos perdido visibilidad”, agrega.

Una inquietud válida es que, dada la animadversión de Washington hacia la OMS, Bogotá opte por adoptar una actitud pasiva para no molestar a la Casa Blanca. Aunque no faltará quien diga que así aseguraríamos recibir vacunas primero que otros, ese sería un juego muy riesgoso, aparte de que podría ocasionar resquemores con algunos de nuestros vecinos.

Lo otro que hay que evitar son las presiones de las compañías farmacéuticas que a cambio de ayudar aquí, podrían pedir una contraprestación allá. Exigencias como las de liberar precios o incluir medicamentos específicos en los planes de salud afectarían la sostenibilidad de un sistema debilitado por la crisis. Pronunciamientos recientes de quienes defienden los intereses de las empresas estadounidenses comprueban que el tema está en la mira.

Además, está la opción de la declaración de interés público, para permitir que eventualmente se elaboren vacunas en el territorio nacional, dependiendo de la complejidad que el emprendimiento exija. Tal como sucedió con el VIH/sida, aquí hay justificación de sobra para que las patentes se suspendan, sin que eso niegue el pago de regalías. El peor escenario sería tener que pagar 50 o 100 millones de dosis al precio que exija el que hace la vacuna.

Un elemento adicional es determinar el orden de las inyecciones. En Europa es claro que las primeras le serán aplicadas al personal de la salud y los cuerpos de seguridad, que están en la línea de batalla contra la pandemia. ¿Qué pasa con el resto? ¿Qué grupos de edad se privilegian? ¿Cómo evitar las preferencias?

Al respecto, no faltará quien diga que ya habrá tiempo para pensar en eso pues, para comenzar, todavía no hay vacuna confirmada. Sin embargo, la experiencia muestra que es mejor anticiparse.

Es cierto que en lo que concierne al coronavirus, todos vamos en el mismo barco. Pero esta sociedad se fracturaría todavía más si vuelve a comprobarse que en la nave hay pasajeros de primera, de segunda y de tercera.

RICARDO ÁVILA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO

Fuente de la Noticia

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