Por: Edilberto “El Mono” Hernández
Desafío moral y a las buenas costumbres fueron las enseñanzas que recibí de mi gran amigo Mario Henríquez.
Hoy dos años después de tu partida, emergen de mi memoria esos diálogos con mi amigo Mario Henríquez, su frente amplia de entradas y expresión de joven mayor, sus ojos de mirada fija, en atención a la expresión del verbo, para refutar o aceptar un comentario, su sonrisa a veces de una burla inaudita, con un dominio pleno mercado entre la juventud y madurez, su voz explosiva cuando emitía esos juicios en razón a la verdad, sus verdades como la solución de los problemas del algebra de Baldor de respuesta absoluta y definitiva, era como una bola de candela que rodaba por la plaza del Centenario, radiante, en plena fiesta de San Juan Bautista.
Esos diálogos de colegas, que sosteníamos de manera ocasional, en relación al sector de la salud, él era un profundo crítico y analista en esta materia, me comentaba que: “la profesión médica es muy desagradecida por ratos, nos matamos estudiando seis años, nos sometemos al desvelo, cuando estamos de turno y eso si logramos un rato de descanso, entonces mantenemos con un ojo cerrado y el otro en vela” un salario paupérrimo, y cuando esperamos la remuneración, ahí es cuando el perro vuelve a su vómito, el gerente del hospital después de cinco meses de deuda en los salarios, nos dice nuevamente no se logró recaudar para la nómina y los recursos que le giraron previamente a las EPS, nada, que no los pueden transferir.
Aún mantengo en mi celular los últimos diálogos con mi gran amigo Mario, diariamente compartía el evangelio, tres días antes de su partida en una mañana gris en Bogotá para mí y una tormenta de verano para Liliana su querida esposa y sus hijos, al sentir como la pandemia se llevaba su amor detrás de tantas primaveras, un otoño para él temprano y para ellos y sus familiares inolvidable como es a la fecha, también sentía en medio de la nostalgia, que la muerte nos sigue a todas partes para dar el zarpazo final, y que me debía enfrentar a la bruma de la mañana y al trágico final de una eterna despedida en los senderos invisibles del descanso eterno.
Este pueblo que mi Dios escogió para mí, una mañana de un 5 de febrero, en el hospital San Cristóbal de Ciénaga, después de un parto inducido con oxitocina y sufrimiento fetal agudo, en el vientre de mi querida madre, en medio de las contracciones uterinas, sudoración profusa y de hielo, el desespero de sentir el llanto de su segundo hijo tras el expulsivo de un bienestar feliz, ha sido el epicentro de mi existencia durante toda mi vida.
Salí hace más de 20 años, pero es el pueblo de mi gran devoción, es el pueblo donde he plantado árboles que aún se encuentran vivos y otros lamentablemente han muerto. Es el refugio de mis ratos de soledad, cuando recuerdo a mis amigos, a mi familia y a mi gente buena. El recuerdo de mis libros de primaria que ya no están y los de bachillerato que regalaba y a veces vendía a los compañeros del año pasado, de ellos solo conservo la biblia que fue una exigencia por parte del cuerpo docente en la catedra de religión y se convirtió en mi mejor libro, el preferido en todos los momentos y etapas de mi vida diaria.
Un librito del Nuevo Testamento que me regalo el padre Otalvaro que era el párroco del pueblo y profesor de religión del INSACOR, para aprender a buscar en el nuevo testamento el libro, el capítulo, luego el versículo o los versículos.
Hace dos décadas salí de mi pueblo después de ver la mata de romero sofocada por el calor al lado de la mata de toronjil, el agradable olor a albahaca, la fronda de los helechos colgados en el corredor y la callada respiración de los rosales del jardín del patio de la vieja María, mi querida madre, pero ciénaga no es mi segunda ciudad, sigue y seguirá siendo la primera, mis segundas ciudades, han sido aquellas que me brindaron cariño y me han acogido profesionalmente en este camino de ciencia y arte, (Barranquilla, Bucaramanga, Cali, Bogotá), les debo ese conocimiento de fe y razón, en esta ciudad fría, donde he permanecido los últimos 12 años, he aprendido amar y a querer más a mi pueblo, esta ciudad me ha enseñado a un mejor servir, a una cultura de bienestar y felicidad, progresista, una Bogotá humana de respeto y de normas, me ha mostrado un símil o parangón desde el punto de vista de todos los profesionales, pacientes, amigos y por qué no una nostalgia que me reclama sin tregua una participación activa y emotiva para escribir estas cortas palabras.
Mi amigo, Mario Henríquez, en esas discusiones particulares y de dominio pleno y llenos de una verdad cotidiana, en medio de ese poder de convicción irresistible que era su característica, cuando me hablaba yo me ocupaba de sus grandes expresiones de manera objetiva, porque me parecía genial su discurso “admiro mucho a la gente que se ha ido viejo mono, buscando un futuro mejor, algunos desterrados por los cambios inesperados en este pueblo escaldado por el desempleo, la falta de universidad superior para realizar el sueño de ser profesionales, los deportistas y amantes a la cultura, la violencia, el asalto, el secuestro y la extorsión entre otras”; “viejo mono aplaudo aquellos amigos, que han encontrado un refugio voluntario y placentero en otras regiones en aras de ser mejores hombres como ente, además como familia es que la gente del departamento, los grandes caciques políticos nos ven como muñecos pintados en la pared”.
Sé en estos momentos que muchos se identifican con sus palabras, me duele la partida de mi gran amigo Mario, en muchos momentos brillantes de su corta existencia expresó frases que muchos debemos decirnos y repetir en el lenguaje del amor… un día me dijo “viejo mono es que “Hube” mi hermano mayor no es mi hermano para el yo soy su hijo” debo llegar temprano a la casa.
Esa máxima expresión del existencialismo en su razón de ser escondía el gran amor a su prójimo y a su familia, escondía siempre la razón como parte de la dialéctica y la lógica y por otro lado la fe como parte espiritual. Hoy más que nunca cuando leo esas frases profundas que escribe Carlo Julio para su hermano, veo que él es y seguirá siendo su hijo mayor.
Soy un común más de los mortales, he caminado por el sendero de la ciencia y el arte, por necedad y con ganas, pero mi trabajo solitario debe ser concebido para muchos sobre todo para mi familia, y para mis amigos, los que han estado más expuesta a las necesidades de la cotidianidad, cuando me he encontrado entre la espada y la pared, para sacar adelante la educación de mis hijos, esos momentos que me arrinconan pero me hacen sentir más fuerte, también deseo continuar sirviendo para mi pueblo y por mi pueblo pero siento que es un claro legado que he aprendido de algunos amigos en especial a mi amigo Mario, los recuerdos de la infancia, sordos a veces a mi inconciencia, hoy desean la paz en el sepulcro para mi gran amigo.
Con mucho cariño para un gran amigo Mario Henríquez.
Edilberto Hernández B.