Espontánea. La senadora Angélica Lozano no es angelical. Los seres angelicales solo existen en las nubes. Y a ella le dieron los pies para estar en la tierra. Grata, natural y sincera, sí. Tiene una enorme sonrisa que vino a cuajar después de los duros años de colegio. Era la niña equis del salón, la que se orinaba en clase y los otros matoneaban. La primera foto familiar, con papá y mamá a su lado, fue la de su primera comunión. Antes de eso, solo ausencias.
No compró lotería para ganarse algo de lo que tiene. Las causas sociales, la lucha contra la corrupción y la veeduría ciudadana están en sus raíces. Es abogada de la Sabana con maestría en Gerencia y Práctica del Desarrollo en los Andes. De concejala pasó a representante y es hoy una senadora respaldada por sólidas votaciones. La lista de lo que ha sido podría seguir por párrafos y párrafos. Pero es más importante lo que es: Angélica es una persona. Con defectos y madrazos de por medio, pero, más allá de los detalles de cotilleo, una servidora pública que está del lado de la gente de a pie.
Le gusta el agua pura; aborrece el ‘fracking’. Les tiene respeto a los perros, así que aprendió a amar a Lucky, el labrador que comparte ladridos con ella y su esposa, la alcaldesa Claudia López. Es inconstante, amiga de dejar las cosas personales a medio camino, pero nunca ha incumplido un deber profesional. Siempre en movimiento, lo único que tiene estático es una bicicleta a la que se ha subido dos veces en seis meses, pero “me sirve de perchero y para colgar el morral”.
Vive con su esposa en un edificio viejo, estrecho, frente al Parque de los Hippies, que podrá ser de ellos, pero dicen algunos que se llama Antonio José de Sucre y, otros, Julio Flórez. A ella la llaman política, pero se siente, sobre todo, ciudadana con deberes públicos. Los vecinos les regalaron una hamaca el día en que Claudia fue elegida alcaldesa y hasta arreglaron la portería porque “dijeron que era mejor tener una linda entrada, adorados, ahora que iba a venir tanta gente importante”.
Su primer voto fue para Íngrid Betancourt (en reconocimiento a su férrea posición frente a Ernesto Samper), mientras hacía prácticas sociales con Opción Colombia, en Puerto Nariño, Amazonas. Es la única persona en el mundo que le ha regalado un conejo de piñata a Humberto de la Calle. Le teme al sectarismo; a la gente que persigue, calumnia y crucifica. Ahorra para comprarse un carro eléctrico.
Lo único que necesita en la vida es ser feliz. Y lo único que no necesita es una Constituyente: “Basta con que respetemos la de 1991”. Solo ella sabe si lo tiene todo. Por lo pronto, aparte de Lucky, no tiene un hijo, pero en esas anda.
Comencemos por el final: el remate de la entrevista con Claudia López en BOCAS, cuando, recién electa, nos dijo que usted y ella estaban empeñadas en ser madres. ¿La pandemia suspendió ese sueño?
No. Estamos buscándolo activamente. La reacción para mí, al principio de la pandemia, fue ¡uy, paremos! Y pensé en bajarle la velocidad al tratamiento, porque no sabíamos para dónde iba el mundo. Claudia dijo que “la vida no puede ser este martirio” y decidimos aferrarnos a ella. Tengo 44 años y la edad hace parte de las viabilidades, así que estamos en manos del ginecólogo Juan Carlos Mendoza, el mismo médico de Alexandra Montoya, de ‘La Luciérnaga’, que me pasó el dato hace un par de años. Lo dejé ahí como guardado, pero cuando ella publicó el libro en que cuenta su experiencia, lo busqué entre mis cosas y llamé. Vamos bien.
¿Si es niño le pondrían Antanas?
¡No, ya con Nayibe y Lisbeth es suficiente en esta familia!
Sigamos con las mamás. La suya quedó en embarazo siendo muy joven. ¿Qué pasó con su papá?
¡Se “voló”! El amor con mi papá es una cosa increíble. Él fue muy hábil, porque lo vine a conocer cuando tenía diez años. Donde aparezca un poco después y me coja en un momento de mayor rebeldía y empoderamiento, las cosas habrían sido diferentes. Me dio “mermelada”, porque sabía que a mí me llevaban a cine solo en vacaciones, junio y diciembre, y cuando reapareció, íbamos a cine miércoles y sábados.
Creo que estos dos años han probado que Petro es mala persona. Comparto su visión en muchos aspectos, pero tiene una incapacidad de ejecución que probó en la Alcaldía
Tremendo estratega…
Un genio. En la casa me daban sopa y duraba cuatro horas para tomármela. Mis tías decían que era una “desgalamida”, así que él tomaba nota y, cuando salíamos, me aplicaba tremenda hamburguesa de Wimpy. ¡Me compró vilmente! Pero detrás de eso, que es anecdótico, está algo más valioso: al conocerme grande, me hablaba como tal. Este es el momento en que no he tocado el asunto del sexo con mi mamá, pero papá, a los doce, ya me estaba hablando de anticonceptivos, y hace unos veinte años fue el primero al que le confesé que me estaban gustando las mujeres. Lo adoro. Nuestra relación es increíble.
¿Sus papás pudieron tener una relación civilizada y superar lo de la “volada”?
Claro. El día de mi “madrazo” en la sesión del Senado, papá llamó a mi mamá, angustiado, pensando en las consecuencias. Ellos son de un pueblo que se llama Arbeláez, en Cundinamarca, al que él regresó hace dos años y ella, también, pero por la pandemia. Cada uno se casó por su lado y tienen dos hijos varones, de edades muy similares, así que soy la mayor. Viven sus vidas, pero echan chisme de lo lindo.
¿Da lo mismo una casa con papá y mamá que solo con mamá?
Lo que importa es el amor. A mí me lo dieron mis tías y mis abuelos, que me criaron, porque a mi mamá le tocó muy duro. Ella metió la pata por allá en 1975 y la sacaron de su pueblo, pues era una cosa vergonzosa. Fue una crueldad mandarla a Bogotá. Ella solo regresaría al pueblo al entierro de su mamá, de mi abuela, cuando yo tenía cinco años. El mejor hogar es aquel en el que haya quien lo adore a uno. Tuve tanto amor que, la verdad, no me di cuenta de que no tenía papá ni mamá presentes.
¿Cuál es la gran figura masculina de su infancia?
Mi abuelo Aníbal, que fue una especie de papá. Falleció con 96 años. Les había dicho a mi mamá y a mis tías: “¡Pasé el año!”. No pudo. Murió el 31 de diciembre.
¿Es cierto que hay roces con familiares suyos que son ultrauribistas?
Por parte de mamá, son liberales. Por el lado de mi papá son conservadores, godos, y con retratos de metro y medio de Álvaro Gómez en casa. De diez años para acá, uno de los hermanos de mi papá, que era apático a la política, se volvió uribista nivel autómata: pone en su cuenta de Facebook fotomontajes míos con boina de guerrillera. Pero no lo molesto, no lo toreo; incluso tengo una muy buena relación con sus hijas. Con los demás tíos uribistas me la llevo bien.
¿Uribe libre o Uribe preso?
Uribe como determine la justicia.
Usted tiene fama de ser “pila” en su trabajo en el Congreso. Si es tan juiciosa, ¿por qué pasó por once colegios?
Cuando murió mi abuelita, quedó mi abuelo a cargo de dos hijos adolescentes y decidieron mandarme a vivir con mi mamá. Hubo mucho desbarajuste para ella teniéndome en Bogotá, así que me cambiaba de colegio cada seis meses. Luego regresé a Arbeláez y de nuevo a Bogotá. Fue una primaria de muchos cambios. El bachillerato sí lo hice solo en dos colegios, ambos de monjas.
He tenido muchos momentos divinos en que congresistas me cuentan que tienen hijos gais y me piden consejo para manejar esa situación
¿Ahí descubrió su inclinación sexual?
No, eso fue bien tarrrrrrrrde. Soy muy lenta: me enfrenté a lo que sentía por las mujeres después de que terminé la universidad. La que me ayudó fue alguien muy especial, entonces promotora del Referendo conmigo, que hoy es profesora de la Universidad del Rosario. No digo su nombre para no cometer una indelicadeza con ella, pero me dio un beso que me dejó la inquietud sembrada.
Al estar con novios tanto tiempo, ¿no sentía un vacío, algo que no funcionaba?
No. Tuve apenas dos novios, los dos maravillosos. Fueron pocos, por los cambios y porque estudié interna varios años en Madrid, Cundinamarca.
¿Con quién se dio el primer beso?
De niña, casi adolescente, me di un beso con Nelson Pardo, un amiguito de Arbeláez que actualmente vive en Villavicencio.
¿Besa tan bien Claudia López como Nelson Pardo?
Claudia es, para todo, lo mejor
Parte de lo que usted es hoy está íntimamente ligado a la radio. ¿Qué tan determinante en su vida fue el “loro”?
Mucho. En el internado, me acostaba con mi Walkman escuchando A que no me duermo, conducido por Deysa Rayo, en Radioacktiva, y por la mañana, que no era muy frecuente en la gente de mi edad, oía noticias. En alguna ocasión, un amigo de la familia nos habló de un programa que se llamaba ‘Viva FM’ y lo sintonicé al día siguiente. Desde entonces, soy “julista”. Era adicta a opinar en la línea abierta de Viva FM, con Julio Sánchez Cristo, durante el proceso 8.000. No soy extremista, creo, porque me desahogué y quemé esa etapa opinando sobre Ernesto Samper. Fui tan antisamperista, que incluso perdí amigos. Así que, en el 2001, cuando entró Uribe a mi vida, me prometí tomarme a este tipo de personajes de una manera diferente. Me juré que Uribe no me iba a agobiar como lo hizo Samper.
¿Terminó convirtiéndose en personaje radial de tanto llamar?
Claro, entre otras porque tengo una vocecita chillona que ellos comenzaron a reconocer cuando me entraban las llamadas. Me tomaban del pelo y me ponían a hablar y hablar y hablar. Pasaron los años y tuve mi primer trabajo pago como asistente de Íngrid Betancourt, puesto que dejé, con mucho agradecimiento, cuando ella se lanzó a la Presidencia. Creía, y sigo haciéndolo, en una política más colectiva. Mientras buscaba trabajo, me apliqué un debate de once horas que hizo Gustavo Petro sobre Banpacífico. Al otro día, Julio hablaba del asunto y no la tenían clara. Marqué y les conté lo que vi, y eran muertos de la risa. Me dijeron desocupada, que cómo oía en pijama once horas de un debate. Estuve 28 minutos al aire y les confesé que no tenía trabajo. Apenas colgué, me llamaron a pedirme que me presentara a la semana siguiente por una plaza al lado de Antonio Navarro. Lo primero que me dijo Antonio fue: “¿Cuándo empiezas?”.
Años después, arrancó su carrera pública. ¿Julio supo que usted era usted?
Sí, cuando me nombraron alcaldesa local de Chapinero me llamó Julio a entrevistarme sobre un operativo en una discoteca y él, como Alberto Casas, me reconoció de inmediato. En alcaldesa iba ya la niña-joven-oyente.
¿Siente que ha tenido una vida muy “movida”?
Sí, incluso hay un chiste que hacemos entre amigos: que me gasté el sueldo de congresista en psicoanálisis y ortodoncia. Después de mucho conversar con la doctora que consultaba, le dije que mi vida era como sacada de una novela de Corín Tellado. Ella respondió: “de Corín Tellado, no; de García Márquez”.
Pero si usted insiste en bajarles el salario a los congresistas, ¡no les va a alcanzar para las ortodoncias y el psicoanálisis!
Es que son 40 salarios mínimos, así que, si les bajamos a 25, les sigue alcanzando.
Se ha hecho, como dicen, a pulso. ¿Le molesta que la vean como “la esposa de Claudia López”?
Me molesta solo cuando lo dicen para minimizarme y para borrar mi mérito y trayectoria. Ahí me tocan una fibra muy sensible y me pongo como una tigra. Hace poco, en un debate sobre el hospital San Juan de Dios, le desbaraté a Petro mil argumentos. Él dijo que yo estaba allí cumpliendo un rol y que todos sabían eso. Pedí réplica para recordarle que no estoy en el Congreso cumpliendo un rol, sino por ser la tercera votación del Senado en Bogotá: primero Mockus, luego Uribe y, después, yo.
Usted, con esa votación, y Claudia, con el segundo cargo por elección más importante, ¿son la pareja más poderosa del país?
¡Obvio que no! Lo que tenemos es una responsabilidad enorme. La mía, ser una voz en el Congreso; la de Claudia, al frente de la Alcaldía, es vital para el país y se hizo a punta de esfuerzo, como pueden comprobar todos en el video de ella que circula por estos días en redes. Hace décadas ya estaba en la lucha de las ideas.
¿Cómo le pareció la pinta del video?
Se veía divina, toda gordita y con ese pelo… y la balaca de terciopelo que no puedo superar. También la tuve: pura balaca de internado, y las dos pasamos por colegios de ese tipo.
¿Usted sacrificaría lo que tiene si ella aspirara a la Presidencia?
No es que quiera o no quiera, es una exigencia legal. Además, estoy convencida de que en el Congreso hay que estar máximo tres periodos. Esa es la única manera de que llegue gente nueva, como ese gran orgullo que es Juanita Goebertus. Solo la impulsamos y hace cosas maravillosas.
¿Se vería en el papel de primera dama?
Ese papel es premoderno. Es una figura rara para las que siempre hemos estado acostumbradas a trabajar, porque si sigue uno haciéndolo, y se presentan conflictos, entramos en los terrenos de los asuntos de Estado.
¿Cómo conoció a Claudia?
Me cautivaron sus investigaciones y columnas en Semana y EL TIEMPO sobre paramilitarismo. Cuando lanzaron el libro de la Corporación Nuevo Arco Iris, con parte de esas pesquisas, fui al lanzamiento, lo compré e hice la fila para que me lo firmara. Ella escribió: “Para mi alcaldesa favorita y una amiga perdurable hacia el futuro”. Me sorprendió que me reconociera. Y vea usted si la cosa no ha sido perdurable.
¿Ahí comenzó la relación?
De amistad y admiración. Intercambiamos números de teléfono y cada tantos meses tomábamos café y discutíamos de política. A Claudia le admiro que siempre ha tenido tiempo para estudiantes, para atender a jóvenes que hacen tesis y trabajos. No hay ‘chino’ del Cauca, de Boyacá, de Unipamplona, de Uniminuto, del Externado o la Nacional, al que le niegue una entrevista.
Ella es adorada, es superfácil de llevar. El carácter recio es para la deliberación pública. En casa es un dulcecito. Y yo no tanto
¿Cuál de las dos pasó de la charla política a lo personal?
En alguna ocasión fuimos a un sitio maravilloso, El Perro y la Calandria, a gozar con música de plancha, y en el clima flotaba el interés, pero también la absoluta timidez de las dos. No pasó nada. Mucho después, estudiando ella en Estados Unidos, le escribí a propósito de los cien días de Petro en la alcaldía, porque quería tener su lectura de ese arranque de gestión. Nunca le llegó el correo. A los dos días, vi que trinaba diciendo que estaba viendo a un tipo, armado, en la 17 con 53, y no me sonó a dirección de Boston. La llamé, me contó que estaba en Bogotá y nos pusimos cita para hablar de política.
¿Y después de la política pasó algo?
Era viernes y ella me confesó que estaba “entusada”, que le habían terminado y que se iba con un amigo en plan de “desentuse”, a desahogarse. Me le monté al plan. En la casa del amigo solo había tequila. Tomo whisky, porque todo lo demás me prende, pero esa noche él hizo margaritas y tocó tomármelos. Sin esos margaritas, que vencieron la timidez, no estaríamos juntas.
¿En casa usted es la “buena papa” y ella la malgeniada?
Ella es adorada, es superfácil de llevar. El carácter recio es para la deliberación pública. En casa es un dulcecito. Y yo no tanto.
¿Roncan?
Solo yo.
¿De qué lado de la cama duermen?
Uy, la cama… ¿a qué lado es que estamos en la cama?
Veo que tiene problemas para saber si está en la izquierda…
Es que soy una especie de Siri: sin ayuda, me pierdo hasta en Galerías. Pero ya me acordé: duermo a la izquierda y ella a la derecha.
¿Cómo reaccionan cuando las insultan en la calle?
Solo una vez, ocho días antes del plebiscito por la paz, alguien nos gritó “areperas de las Farc”. De resto, puro amor en las calles. Por eso he llegado a la conclusión de que el mundo de odio, insulto y calumnia de las redes es mera ficción. En la vida real solo hay cariño y educación; cuando mucho, indiferencia
¿Tiene compañeros homofóbicos en el Congreso?
Sí, pero ahí lo van manejando. Y hasta se esfuerzan por tener buenas relaciones, porque la homofobia y el machismo del Congreso son, ni más ni menos, reflejo de lo que hay en nuestra cultura. He tenido muchos momentos divinos en que congresistas me cuentan que tienen hijos gais y me piden consejo para manejar esa situación.
¿Cuál es el Top Tres de políticos mentirosos del país?
Aquí tenemos hartos Trump… Siguiente pregunta.
¿Se arrepiente de haber votado por Petro para las presidenciales?
Sí.
¿Por qué?
Porque creo que estos dos años han probado que Petro es mala persona. Comparto su visión en muchos aspectos, pero tiene una incapacidad de ejecución que probó en la Alcaldía y su actitud es siempre de “conmigo o contra mí”. Con eso no comulgo. Estoy curada del fanatismo, repito, desde la época de Samper.
¿Se ha vuelto a encontrar con el expresidente Samper?
Alguna vez me lo crucé entrando a Fescol, pero no hablamos. Recuerdo que en el 2011, el mismo año en que murió el mejor político de mi generación, mi amigo Sebastián Romero, edil salido del clóset, tuvimos audiencia en Paloquemao. Samper había demandado a Claudia, a propósito de una columna donde ella contaba la historia de la ‘Monita Retrechera’. Y allá estuve, como amiga política de ella, y lo vi. He pensado que sería pedagógico, 25 años después, charlar con él, algo aleccionador desde mi nivel de antisamperista. Lo quiero buscar.
Cuando le dicen que es política, ¿le molesta el calificativo?
Soy una ciudadana que hace política. Y no quiero dejar de serlo.
¿Es activista?
Ante todo soy activista de las causas en las que creo. Y ahí se me sale siempre una canción mamerta de Pablo Milanés: “La vida no vale nada si no es para perecer, porque otros puedan tener, lo que uno disfruta y ama”. Mi causa es la igualdad en todos los sentidos. En un país tan desigual, lo que sobran son razones pa’ luchar.
¿Recuerda el primer día que protestó por algo?
Sí, qué pena, voy a confesar: hice grafiti y todo, por la Circunvalar con noventa y pico. Fue hace dos décadas, cuando promovimos un referendo contra la corrupción.
¿Cuál fue su primer gran logro cuando la protesta se transformó en ejercicio público?
A los seis meses de estar en el Congreso, haber conseguido que los jóvenes sin libreta militar puedan graduarse y trabajar. Este es un país en que no tienen libreta los pobres, los que no consiguen la plata para pagar por ella. El otro, que me emociona, el de la prima para las empleadas del servicio.
¿A quién admira mucho?
A la señora Luz Marina Bernal, del colectivo Madres de Soacha, de las familias víctimas de los falsos positivos. Y a Marleny Orjuela, vocera de los familiares de los policías y los soldados secuestrados por la guerrilla.
Confiese un temor…
A la muerte de la gente que quiero. Y, en la política, a la difamación, a la calumnia, a los montajes, a las chuzadas y seguimientos. A cosas tan pavorosas como las que vivió, por ejemplo, la periodista Claudia Julieta Duque.
Flojo. Duque es amable, pero como presidente le falta pelo pa’l moño
¿Le asusta la manera en que la Iglesia trata a los homosexuales?
En las iglesias hay de todo. Estudié con salesianas, hermanas y misioneras, así que tengo la experiencia de esa Iglesia donde hay seres amorosos; esa tarea social, esa obra única. Conozco el rostro más bello de la Iglesia. Oigo, de lejos, también las voces recalcitrantes, con o sin Iglesia, pero siento que cada vez son menos.
¿Qué libro le regalaría al presidente Iván Duque?
El del informe ‘¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad’, para que entienda el enorme compromiso que tiene de implementar el acuerdo de paz.
¿Lo hace bien en la Presidencia?
Flojo. Duque es amable, pero como presidente le falta pelo pa’l moño.
Hay nuevo defensor del pueblo. ¿Qué tal le fue a Carlos Alfonso Negret y cómo pinta Carlos Camargo?
Negret, un descreste. Dije en su momento que me parecía una de esas “ternas de uno” y que era politiquero, pero hizo un gran trabajo, admirable; me calló la boca. Los zapatos que le deja a Camargo son grandes. Ojalá también nos sorprenda.
Siguen las masacres y el asesinato de líderes sociales y desmovilizados. ¿Esto va de mal en peor?
La realidad es brutal. Estamos fallando como sociedad y como Estado. Queda uno sin aliento.
¿Se siente feminista?
Sí, entendiendo el feminismo como el cambio de un sistema injusto en el que hay desigualdad para las mujeres. Y opera desde las mismas familias, de manera invisible, como cuando nos sentábamos a la mesa y mientras a mi hermanito le tocaba el pernil, a mí me daban el ala.
¿Son mejores las políticas que los políticos?
Tienen más carácter. Mire, por ejemplo, el caso de las parapolíticas Rocío Arias y Eleonora Pineda. Ochenta parapolíticos, hombres, siempre lastimeros: “Ay, es que me presionaron, yo no quería, me obligaron…” Y ellas dos, de frente, declarando que apoyaban un proyecto paramilitar para Colombia. No se trata de estar de acuerdo con ellas, pero esas dos viejas creían en una agenda, mientras los tipos se escurrían. Coja una Cecilia López, una Íngrid Betancourt, una Piedad Córdoba, una Paloma Valencia, todas defendiendo aquello en lo que creen a cualquier costo. Y siento que les pasan una factura más abultada que la de los hombres. Cuando Lucho Garzón nos nombró a las veinte alcaldesas locales, conocí de un caso que retrata lo que le digo. La alcaldesa de Barrios Unidos era muy chusca y nos contó, al mes de estar en el cargo, que en la JAL habían apostado a ver quién se acostaba primero con ella.
¿Por ese valor de las mujeres nos conviene tener una presidenta?
No necesariamente por eso, pero cuando haya una presidenta, y que sea pronto, ojalá descubramos que es una persona bien preparada y con criterio.
¿Se le ocurre algún nombre?
Tenía el nombre de una en mente, pero tal vez la quiera lejos de tanto lío, dedicada a la academia.
(Tal vez quiera leer: Mauro Colagreco, el genio detrás del restaurante número 1 del mundo)
POR: GUSTAVO GÓMEZ CÓRDOBA
FOTOS: NATALIA HOYOS
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 98. AGOSTO – SEPTIEMBRE 2020