Susana Awad: pionera política y lideresa colombiana – Partidos Políticos – Política

Como directora por dos décadas de la Quinta de Bolívar, durante años dio la bienvenida a los periodistas de Bogotá y a muchos de otras ciudades que se daban cita anual en esa bella casona, que fue sede de la proclamación de los Premios de Periodismo Simón Bolívar.

Su sonrisa y amabilidad hacían que los nervios de los candidatos se morigeraran y aguardaran con paciencia a ser nombrados en las distintas categorías que los acreditaba como los mejores.

Ahí, María Susana Awad viuda de Ojeda dejó de ser la forastera, la provinciana, la señora de tierra caliente que llegó a la capital a seguir educando a sus tres hijos y a su hija.

No sería esa la única ni la primera vez que desarrollaría actividades que la hacían distinta a casi todas las demás mujeres de su generación dedicadas, en general, a labores domésticas, religiosas, de enseñanza o de cuidado.

Su vida estuvo marcada por la rebeldía y el inconformismo. Más de obras que de palabras. Perteneció a un grupo de mujeres aún hoy invisibles que decidieron no seguir el molde, trabajar por un mejor estar, pero no en solitario sino halando a otras para que hicieran lo mismo o más.

Hija del libanés Elías Awad Aboenck y de Inés Maestre Samper, fue la primera de doce hijos: seis hombres y seis mujeres, a quienes sus padres llevaron al colegio María Auxiliadora, en Barranquilla, para estudiar el bachillerato. Hombres y mujeres estudiaron por igual, en esos años 30 del siglo pasado en que no era norma que las mujeres pudieran hacerse bachilleres.

Sus padres no escatimaron esfuerzos para que hombres y mujeres tuvieran igualdad de oportunidad, y tal vez por este principio fue que ella hizo toda la vida lo que quiso sin ponerse ataduras ni autocensurarse.

María Susana se casó con el ocañero Pedro Julio Ojeda Barbosa en Aguachica. Él era gerente del Cable Aéreo, medio de transporte entre Ocaña y Gamarra para atravesar el río Magdalena.

Se fueron a vivir a Ocaña, y ahí comenzó su vida de casada, de madre y de lideresa, en tiempos en que ese término ni se presentía y en los que la vida de estas personas que trabajan por sus comunidades era respetada y gratificada no como pasa en estos días en los que se les sigue asesinando sin que medien Dios ni ley.

En esos primeros años fue modista de vestidos de primera comunión y se empeñaba en llevárselos a las casas personalmente para hablar con las mamás, para ayudarlas en sus problemas, para animarlas a leer y para hacer otras actividades fuera de las domésticas. Y como midió que su liderazgo era kilométrico, se convirtió en una de las impulsoras del voto femenino.

Creó comités y alentó a sus vecinas para presionar por una democracia real, en donde la mitad de la población no se quedara por fuera de las urnas.

En 1958, en las primeras elecciones en donde la mujer participó, estrenó con sus vecinas la cédula y comenzó su carrera política.

Fue concejala de Ocaña, y luego el gobernador de Norte de Santander, Eduardo Cote Lamus, la nombró alcaldesa de ese municipio, convirtiéndose en una de las primeras mandatarias femeninas que tuvo el país. Ella, liberal de ideas y de partido, se ganó a la oposición: la mayoría de los concejales conservadores y pudo gobernar durante un par de años sin sobresaltos.

Aunque tuvo que enfrentar la invasión de unos predios urbanos en El Tiber y la Conejera. Le pidió al gobernador –que además de político era escritor, poeta y hombre dialogante– comprar los predios y parcelar los terrenos, entregándoselos a esas familias que no tenían nada. Cote Lamus accedió, el conflicto se solucionó y ella quedó feliz.

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El diferendo en su hogar no se resolvió nunca, eso sí, sin pasar a mayores. Su esposo, muy santandereano y machista, no estaba de acuerdo con su activismo político, pero pudo más el amor.

María Susana, o doña Susana, como siempre la llamaron hasta los más íntimos, en una costumbre inveterada que poco a poco se ha desterrado del uso, me dijo en una entrevista en el 2001: “Mi marido se ponía bravo de tanta callejería. Las reuniones políticas eran larguísimas, duraban hasta las 10 de la noche. Pudo más mi deseo de ayudar a los demás que el suyo de que permaneciera en la casa. Con los días se hizo a la idea de que tenía una esposa distinta. Duramos felizmente casados por 21 años. Murió muy joven. A los 46 años”.

Después de la política comenzó su carrera en el sector oficial. El primer trabajo fue como ‘Mejoradora de Hogar’ del Ministerio de Agricultura. Las llamaban ‘las señoras de las cuatro S’ porque se tenían que ocupar de salud, sociedad, saneamiento y seguridad.

Esas mujeres de las ‘cuatro S’ impulsaban a sus congéneres a que hirvieran el agua que no era potable, a tener encerrados los animales como cerdos, gallinas, etc., a guardar las basuras y a llevar los hijos a las vacunas.

Esa relación con las mujeres en donde ella fue jefa y las demás la seguían siempre, dispuestas a aprender, a cambiar, la llevó a fundar la Regional Femenina y se convirtieron en la ‘ías’ del pueblo. Eran la Veeduría, la Fiscalía, la Procuraduría.

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Por el patriarcalismo imperante fueron muy incómodas para hombres que se sentían relegados y muy enojados de que sus mujeres se salieran de sus casas a armar bochinches, pero como los buenos resultados eran compartidos por toda la comunidad, los vecinos terminaron por aceptarlas y, si era el caso, aplaudirlas con ganas.

Ya viuda, Susana decidió mudarse a Bogotá porque sus hijos eran estudiantes de medicina y de agronomía en la Universidad Nacional, y su hija adelantaba la carrera de derecho en la Universidad Libre.

Eran los convulsos y revolucionarios años 60. Dos de sus hijos médicos y uno de sus hermanos decidieron abandonarlo todo y se fueron a “cambiar el mundo”, como se decía por esa época. Ingresaron al Eln.

Ese fue un golpe muy duro para doña Susana, que rezó más rosarios que los de costumbre y casi agotó el tanque de lágrimas ilimitado que llevaba incorporado.

Por el patriarcalismo imperante fueron muy incómodas para hombres que se sentían relegados y muy enojados

Con el correr de los años, sus hijos se devolvieron del monte en un episodio que se conoció con el nombre de ‘Replanteamiento’.

Que sus hijos regresaran le devolvió la tranquilidad y le trajo buenas nuevas. Su coterráneo Argelino Durán Quintero, ministro de Obras Públicas, la nombró Asesora y, después del 17 de enero de 1974, cuando el M19 se tomó la Quinta de Bolívar y se llevó la espada del libertador, con la consigna ‘Bolívar, tu espada vuelve a la lucha’, el ministro la nombró directora de ese histórico museo, enclavado en el centro de Bogotá, con la sospecha de que los guerrilleros que reivindicaban, entre otros personajes, a Bolívar volvieran a realizar otra acción espectacular.

En esa eventualidad se encontrarían con una señora de sonrisa dulce a la que de seguro no harían daño. O que ella, siempre dispuesta a charlar y orientar, les diera consejos para hacer la paz y no la guerra, una de sus obsesiones.

Y ahí, en esa casona llena de historias de la Historia, se hizo miembro de la Sociedad Bolivariana, pero, sobre todo, se interesó por la participación de las mujeres en el proceso de independencia.

Una vez pensionada participó con una de sus numerosas amigas, de ese enjambre que cultivó y con las que jugó cartas hasta hace unos años, en un concurso del colegio Nueva Inglaterra, con un trabajo que titularon Tras las huellas de las heroínas, en el que documentaron la vida de 46 activas mujeres, además de las siempre nombradas Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos, Mercedes Ábrego y Manuelita Sáenz. Ganaron el primer premio.

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Ese acicate la llevó a seguir estudiando la vida de sus más queridas figuras históricas: Manuelita Sáenz y Rosita Campuzano, las amantes de Bolívar y San Martín, respectivamente, y luchadoras que jugaron de principales en el proceso independentista.

En el 2013, con 93 años, publicó el libro Manuelita Sáenz, 200 años de olvido y otros relatos. Vinieron nietos, nietas, biznietas y biznietos que se codeaban por hacerse los primeros en su corazón.

Consiguió siempre, gracias a su bonhomía, que cada uno se sintiera el más especial. Desperdigados por el mundo, solo un par le pudieron dar el adiós luego de su fallecimiento el pasado 11 de abril, como el destacado y singular baterista Pedro Ojeda Acosta, considerado uno de los mejores y más creativos del país.

Se interesó por la participación de las mujeres en el proceso de independencia.

Desde Río de Janeiro, la fotógrafa, comunicadora social y artista Silvia Carolina Ojeda Acosta escribió un sentido perfil contando cómo esa abuela la hizo mujer inquieta, revolucionaria, lectora, feminista, consciente y solidaria, porque como decía Simone de Beauvoir: no se nace, sino que se hace mujer.

En uno de sus apartes, Silvia dice, refiriéndose a esos vástagos de doña Susana: “Todos fuimos cortados con la misma tijera, todos con ojos grandes, las cejas negras y cantidades de pelo negro azabache, genes fuertes, aún hoy, que les ganan a todos los demás”.

Y a esos ancestros los buscó y los encontró María Susana en el Líbano y en Siria, a donde viajó a mediados de los años 80. Se encontró con muchos Awad Aboenck con los que no tuvo problema para relacionarse, porque la sangre les hizo entenderse y quererse en ese lenguaje universal de la fraternidad.

Fraternidad que practicó. Su casa fue de puertas abiertas y en su mesa de la abundancia hubo siempre lugar para quien llegaba de improvisto a compartir tabule, tahini y quipes que preparaba.

MYRIAM BAUTISTA
Para EL TIEMPO

Fuente de la Noticia

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