Transición energética: mitos y realidades | Finanzas | Economía

La vida es, en esencia, una transición. Desde que existe la humanidad hemos transitado, incesantemente, hacia nuestra supervivencia partiendo del elemento medular de la misma: la energía.

La transición energética nació con la humanidad. Es inherente a la misma, su razón de ser. Atrevida muestra de arrogancia e ignorancia pretender que esta, la transición energética, se acaba de originar en un deshilvanado discurso presidencial, o en un locuaz decreto.

(Ecopetrol exportó el primer cargamento de asfalto con destino a Chile).

Los primeros signos de la vida, como la conocemos hoy, datan de al menos cuatro mil millones de años. Algunos científicos hablan de nueve mil. Mucho después, tras la domesticación de algunos animales, en particular los mejor dotados para la locomoción, el homo sapiens comenzó a liberarse del empleo de sus propios músculos como la única y exclusiva fuerza motriz del trabajo. Previamente, se trataba de la conversión de su alimentación en energía. He ahí uno de los signos pioneros de la transición, el descubrimiento de la energía animal.

Comenzando por el ganado vacuno, el primer tractor de labranza mecánica de la tierra. Enseguida, la navegación por vela, y los molinos de viento. Y finalmente los caballos, que fueron en rigor los vehículos sobre los que se movilizaron los conquistadores del Nuevo Mundo.

(Grupo Energía Bogotá arranca construcción de proyecto Colectora).

Mientras que, de otra parte, la quema de leña, carbón vegetal, heno y estiércol, constituyó durante un buen lapso de nuestra existencia la principal y casi única fuente de energía térmica.

En la era contemporánea le correspondió a Inglaterra ser la primera potencia económica y política de clase global, por cuenta de su hegemonía en materia energética, basada entonces en el carbón, animada por la utilización de máquinas de vapor, la insignia de la naciente gran revolución industrial.

(En China, la recuperación da señales de debilitarse).

Fue a partir del inicio del siglo XX, o sea ayer, cuando la matriz energética mundial se transformó de modo sustancial a raíz del advenimiento masivo del petróleo, seguido por el del gas natural. Ya en el año 1964 el crudo había sobrepasado al carbón como el combustible fósil más utilizado en el planeta.

Se trata del más reciente hito de la transición, en el que aún nos hallamos, y en el que ineluctablemente permaneceremos, como mínimo, durante el próximo medio siglo o más, a fin de poder suministrar la energía requerida para la producción de los cuatro pilares sobre los que funciona y continuará funcionando la civilización moderna en el presente y el próximo siglo: acero y cemento (vivienda e infraestructura), amoníaco (alimentación humana y animal), y plástico (informática, medicina e inteligencia artificial).

(El gasoducto que le permitirá a Argentina ahorrar millones de divisas).

Sin duda, el signo de los tiempos ha sido la creciente dependencia de los combustibles fósiles, que a su vez ha conformado el soporte fundamental de los progresos de la civilización actual. A pesar de las sombras que indiscutiblemente se ciernen sobre la seguridad de su abastecimiento y sus ostensibles impactos sobre el medio ambiente.

Energía

Javier Agudelo / Archivo EL TIEMPO

No obstante los notables esfuerzos de toda índole de las sociedades más avanzadas del planeta que responden por la inmensa mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero -en especial dióxido de carbono y metano-, por la adopción de nuevas fuentes de electricidad renovable como la solar, la eólica y la geotérmica, aparte de la electrificación del transporte, en vez de cesar o reducirse, dicha dependencia prosigue en aumento. En tanto que al ritmo actual de su uso, las actuales reservas mundiales de carbón durarían 120 años más, y las de petróleo y gas 50 años.

(Eficiencia energética, un nuevo avance hacia la minería sostenible).

Paralelamente, se han popularizado las metas por países y las más grandes empresas de ‘cero neto’ o neutralidad de carbono. Sin embargo, cada día resulta más evidente que sin la adopción masiva de la energía nuclear tan ambiciosos objetivos serían inalcanzables.

En suma, el frenazo repentino del empleo de los combustibles fósiles no es más que una utopía. En el mejor de los casos, su reducción necesariamente tendrá que ser un proceso muy gradual y costoso.

(Canadá profundiza en la energía nuclear e instalaría nuevos reactores).

En el caso particular de Colombia, lo que tenemos que hacer de cara a nuestra responsabilidad vital frente a las próximas generaciones, es intensificar al máximo posible su exploración y extracción, si en verdad deseamos aprovechar en su beneficio el escaso cuarto de hora que nos queda, representado en el resto de este siglo.

CARLOS GUSTAVO CANO
Profesor de la Universidad de Los Andes, ex codirector del Banco de la República y Ecopetrol y exministro de Agricultura.

Fuente de la Noticia

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