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Un año para el olvido – Columna de Vladdo – Columnistas – Opinión

Un año para el olvido - Columna de Vladdo - Columnistas - Opinión


Al finalizar este año, prácticamente no vale la pena mirar lo que queda atrás, a menos que el morbo o el masoquismo nos lleve a observar los escombros regados en el camino a lo largo de estos horribles meses.

Hace mucho tiempo, en pleno trancón, a través de la ventanilla de un taxi, me tocó presenciar en cámara lenta un accidente en una calle, donde se sentía la algarabía que armaban transeúntes curiosos y policías, en una escena en la que no se alcanzaba a ver nada, pero cuya gravedad se podía intuir por la presencia imposible de disimular de un carro de Medicina Legal, del que bajaban una de esas bandejas metálicas en las que suelen poner los cadáveres. Volver la cabeza para repasar este 2020 debe ser como repetir ese cuadro de ingrata recordación.

No todo puede ser malo, dirán algunos. Y quizás tengan razón. Pero, en general, es un año para el olvido. A mí que no me vengan con el cuento de las enseñanzas que quedan, porque así haya habido algún aprendizaje, el costo de las lecciones ha sido demasiado alto.

Ese número de víctimas del coronavirus deja de ser una simple estadística cuando la víctima es un amigo o un pariente que tuvo que partir de este mundo abandonado a su soledad.

Y ni hablar de lo que no tiene precio, como el deterioro de la salud o la pérdida de tantas vidas, a causa del coronavirus. Aunque en Colombia la pandemia ya ha dejado más de 42.000 muertos, ese frío número –actualizado a diario por el Ministerio de Salud– deja de ser una simple estadística cuando la víctima es un amigo o un pariente que tuvo que partir de este mundo abandonado a su soledad, aislado de los suyos y en la gelidez de una UCI.

No quiero imaginar esos sentimientos de impotencia y dolor de quienes tuvieron que dejar ir a sus familiares sin despedirse, sin poderlos acompañar en los últimos instantes, porque lo impedían las restricciones sanitarias; esas mismas medidas que convirtieron a este en el peor año para morirse, ya fuera por culpa o no del mencionado bicho.

Nunca como en este 2020 fueron tan acertados ni tan estremecedores los versos finales de la rima LXXIII de Bécquer.

¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos, los muertos!

Pero, más allá de las numerosas y solitarias víctimas del covid-19, yo también recordaré el 2020 como el año en que se fueron algunas personas con las que tuve el privilegio de cruzarme en la vida, así fuera momentáneamente. El primero de ellos es Milton Glaser, quien falleció el 26 de junio, el mismo día de su cumpleaños número 91. Este mítico diseñador gráfico –un referente mundial para los que hemos vivido en el ámbito del diseño y la comunicación visual– fue autor del logo ‘I LOVE NY’, en el que reemplazó la palabra love con un corazón, símbolo que ha sido conocido y copiado en todo el mundo. Glaser era un genio inmenso y un personaje humilde, algo retraído, con el que se podía dialogar tranquilamente, tal y como pude hacerlo en varios seminarios de diseño en los que coincidimos.

En julio murió monseñor Juan Miguel Huertas Escallón, un sacerdote con el que tuve una relación muy especial desde 1977, cuando me contrató como acólito y sacristán de la chapineruna iglesia de Santa Teresa de Ávila, cargo que ocupé durante cuatro años, hasta cuando terminé el bachillerato. Nuestra amistad duró más de 40 años.

Y el 30 de septiembre se fue Quino ¡nada menos que Quino!, el colosal dibujante argentino cuyo talento era directamente proporcional a su timidez y que ha inspirado a generaciones de caricaturistas. Hablé con él una sola vez, en 1994, y después de ese encuentro me sentí como si hubiera estado con el Papa.

Con estas tres ausencias definitivas, y no exento de nostalgia, cierro esta columna, y también este 2020, que por momentos se me hizo interminable. ¿A ustedes no…?

Vladdo
[email protected]

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