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Un día en Juan XXIII, según El Tiempo, uno de los barrios más violentos de Buenaventura

Un día en Juan XXIII

¿Cómo fue que ese abigarrado conjunto de casas pintadas de colores festivos construidas en la parte alta de una colina en terrenos de la entonces Empresa Puertos de Colombia (Empocol) y bautizado pomposamente barrio Juan XXIII (o Juancho), terminó viviendo la tragedia que atraviesa hoy en día?

Juan XXIII es un barrio de gente humilde y trabajadora y el fruto de una invasión de hombres y mujeres que hace más de 50 años vieron la posibilidad de cumplir, en unos terrenos situados estratégicamente, con el sueño de la casa propia. Un barrio pequeño de calles sin aceras, con una única vía de acceso: ‘la subida’.

Desde ‘la subida’ se llega a ‘la plazuela’ un heterogéneo mercadillo de puestos ambulantes de pescado, carnes y frutas, que dan paso a tenderetes de ropa donde propios y vecinos de otros barrios se surten de lo necesario.

A pesar de que el pavimento vio la luz en algunas de las calles del barrio, quedan todavía muchos vestigios del barrizal de aquel entonces retratado en los terrenos ocupados por habitantes sin techo que fueron conformando en los esteros y bajamares: unos barrios hermanos como San Luis y San Francisco, que ahora también padecen la violencia indiscriminada.

Entre el serpenteo de calles y casas sin terminar de Juan XXIII, vive Jacinto, un joven de 24 años que se dedica a lavar carros desde niño. Eran las seis de la mañana de un jueves de enero y el sol se alzaba en el barrio. Jacinto se levantó como de costumbre para ir a trabajar. A su lado, su esposa y su pequeña de cuatro meses seguían durmiendo.

Jacinto recogió el toldillo que reposaba sobre su cama. La mañana era calurosa. Desayunó, salió de su casa y caminó entre las piedras de la calle sin pavimentar hasta su lugar de trabajo: un lavadero de carros a pocas cuadras de su hogar.

Todas las mañanas, cuando Jacinto llegaba al negocio, esperaba a sus diez trabajadores para asear el lugar y comenzar con la faena. Ese día, los clientes comenzaron a llegar y la mañana transcurrió como cualquier otra, salvo por el sofocante calor que hacía reverberar el asfalto y, a él, sudar más de lo acostumbrado.

Cayó la tarde, era hora de almorzar. Jacinto dio unos cuantos pasos para llegar al pequeño puesto en la esquina del lavadero. Se acomodó en la silla de madera vieja y pidió el almuerzo de siempre.

El reloj marcaba las 2:59 de la tarde cuando se escucharon seis tiros que causaron una estampida, como de pájaros volando al sonido de un escopetazo. Una vez recuperado del estupor causado por las balas, Jacinto se encontró frente a una escena escabrosa.

Una de las balas impactó el cráneo de un joven cuyo cuerpo cayó contra el ardiente pavimento. Su delgada figura, abatida por media docena de disparos, yacía como un muñeco roto sobre un charco de sangre.

Un día en Juan XXIII
Foto El Tiempo

 

Mientras el miedo se apoderaba de Jacinto, quien observaba por primera vez el cuerpo de un hombre baleado, llegó una moto con dos policías atraídos por el barullo.

Desconfiados y aprehensivos por las circunstancias y luego de algunas preguntas de rigor, comenzaron el proceso para el levantamiento del cadáver. Al final de la diligencia, en el lavadero solo quedaron Jacinto y un charco de sangre reseca como testimonio del crimen.

Esa tarde Jacinto cerró el negocio y se fue a su casa. Cuando llegó, su esposa, quien alcanzó a escuchar la balacera, lo recibió con una expresión de alivio mezclada con angustia y zozobra.

Ella le contó que luego de lo ocurrido en el lavadero, se desató una ola de amenazas anónimas y comentarios con falsas acusaciones que cuestionaban la relación de él y sus trabajadores con la muerte del joven.

Cayó la noche y Jacinto no pudo conciliar el sueño. Pensaba en las amenazas que habían recibido sus trabajadores y cuando cerraba los ojos las imágenes que acudían a su mente eran las del cuerpo sin vida del joven asesinado. El miedo de que los disparos se repitieran esa noche lo mantuvo despierto hasta el amanecer.

Un día en Juan XXIII
Foto El Tiempo

Jacinto dejó de abrir el lavadero durante cinco días consecutivos, mientras los ánimos se apaciguaban y hasta que las amenazas se disiparon por completo. Finalmente, en la mañana del martes siguiente, volvió a levantarse a las seis, como de costumbre, para reiniciar la jornada en su negocio.

Ese día, solo tres de los diez lavadores llegaron a trabajar. El resto había decidido no volver debido al miedo que los consumía. Las huellas que dejaron las balas tras el impacto en el pavimento del lavadero generaban una sensación de intranquilidad y eran un constante recordatorio de lo que había pasado unos días atrás.

En palabras de Jacinto, «en Buenaventura ya no se vive como se vivía antes». Los residentes de Juan XIII y del resto del puerto viven todos los días en carne propia las consecuencias de una guerra que parece nunca terminar.

Un día en Juan XXIII
Foto E Tiempo

Violencia estructural, el cáncer que consume a Juan XXIII:

Para otro de los jóvenes residentes de ‘Juancho’, quien decidió no revelar su identidad, la vida cotidiana ha cambiado mucho en el barrio: “Los jóvenes éramos muy felices en Juan XXIII. A mí me gustaba salir a las siete o a las ocho de la noche para jugar fútbol en la cancha con mis amigos, mis vecinos. Pero ya no podemos hacer eso.

Todo el mundo está en su casa a las cinco de la tarde, porque cuando baja el sol, no se sabe lo que pueda pasar, en qué momento llegan a robar o a matar”, comentó el muchacho con un tono de nostalgia, como quien recuerda una época lejana que pareciera que nunca regresará.

Según el joven, las calles de Juan XXIII ahora son poco transitadas. Todos tienen miedo porque los tiros pueden dispararse a cualquier hora del día. La comunidad inocente es la más afectada por la violencia y las vidas de los habitantes ya quedaron marcadas.

Robinson Aragón Ruiz, líder social del barrio y quien reside allí desde hace más de 50 años, considera que es imposible separar la violencia que se vive en el barrio “del abandono estructural y generalizado que se vive en todo el puerto”.

En palabras de Aragón, “la violencia, el narcotráfico y las bandas se han apoderado de la ciudad y de las juventudes bonaverenses porque el Estado no ha brindado garantías ni ha velado por satisfacer las necesidades de la comunidad. Si el Estado le hubiera cumplido a Buenaventura desde hace años, las bandas y la oferta criminal no se habrían apoderado del puerto”.

El líder comunitario también resaltó lo complicado que resulta gestar proyectos sociales en la zona debido a la normalización de falta de garantías. Según Aragón, “en Juan XXIII es muy difícil trabajar en proyectos sociales, porque muchos de los residentes han perdido la fe en el cambio. Piensan que con los proyectos sociales pasará lo mismo que con las garantías que debería brindar el estado: absolutamente nada”.

Un día en Juan XXIII
Foto Alexander Gongora

Se ha normalizado la violencia y los habitantes del barrio ya no ven opciones que conduzcan al cambio. Por eso muchos decidieron irse. Aunque no tenían nada más que lo poco que habían construido, consideraron que era mejor marcharse a encontrar otra vida lejos.

La violencia en el popular barrio es un cáncer estructural que ha ido consumiendo las esperanzas de sus habitantes de a poco hasta el momento crítico que se vive hoy. Y aunque el éxodo masivo de familias huyendo para proteger sus vidas fue un punto de quiebre, en Juan XXIII todavía viven muchos, como Jacinto y Robinson, quienes no tuvieron la opción de marcharse y temen por el recrudecimiento de esa violencia siempre latente que tanto les ha quitado.

*Nombres cambiados

VALENTINA LEUDO MEJÍA
Periodista en ELTIEMPO.COM

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