Redacción
Un taller ruso se propuso continuar y honrar el legado del legendario joyero Peter Carl Fabergé con el fin de elevar el arte del tallado volumétrico de piedra a un nivel que nunca antes se había alcanzado.
Practicado por artesanos rusos desde hace más de un siglo, el mosaico volumétrico es una de las técnicas de talla de piedra dura más complejas. Consiste en combinar los fragmentos volumétricos de piedras semipreciosas y ornamentales de varios colores para crear impresionantes composiciones escultóricas.
El taller de Alexei Antonov, situado en Ekaterimburgo (Rusia), ha optado por dar un giro a esta increíble técnica incorporando metales preciosos a sus esculturas y empleando tecnología moderna para hacer aún más detalladas sus obras de arte. «La interpretación artística de cualquier personaje es una gran responsabilidad porque el arte de un picapedrero es eterno y nuestras obras estarán en estantes de museos o coleccionistas dentro de 200 años», explicó el artesano ruso a Russia Beyond.
«Inicialmente, queríamos revivir el arte casi olvidado de trabajar la piedra, pero con el tiempo nos dimos cuenta de que muchas cosas habían cambiado durante estos más de cien años», comentó Antonov. «Si antes el alcance del trabajo estaba limitado por el pequeño tamaño de una piedra cara, hoy utilizamos tecnología que nos permite aumentar el volumen de una figura manteniendo la exquisita mano de obra«.
A pesar de la inclusión de la tecnología en este tipo de arte, la mano de obra humana no deja de ser una parte fundamental. Los artesanos que se dedican a la creación de estas esculturas deben tener un amplio conocimiento de las piedras duras y sus propiedades. Existen piedras, como la fluorita, que son perfectas para representar olas y espuma de mar; y otras como el ágata que, al ser traslúcida, sirve para hacer la función del agua.
El proceso de creación de estas obras comienza con una maqueta. En primer lugar, se debate el diseño entre los artistas, después se crea un boceto en blanco y negro y, luego, una versión de este en color que, basada en la textura de las piedras, servirá para comenzar a esculpir.
Una vez establecido el diseño, se crea una maqueta en 3D y se moldea en plástico. La tecnología ha simplificado y ayudado en este proceso pues, en el pasado, un artista hacía la maqueta a mano con plastilina. Pero, a pesar de la inclusión de la tecnología, el corte de la piedra se sigue haciendo a mano, pues cada piedra requiere de una técnica diferente.
«Cuando trabajas con piedra, siempre hay muchos misterios en ella: puede desmoronarse o convertirse en un tono interior diferente al que esperabas«, comenta el maestro. «Una piedra es parte de la naturaleza. Está viva. Los mejores artesanos la escuchan y les dice qué hacer. Por eso, el trabajo de un picapedrero nunca se convertirá en un proceso mecánico«.
Aunque la explicación de Antonov puede parecer exagerada, lo cierto es que tiene cierta verdad. Un picapedrero puede atravesar una losa de piedra de entre 100 y 150 kilos en busca de una sola mota que encaje en su composición. Por ejemplo, las marcas y cicatrices rojizas que aparecen en la escultura del zar Koschei no son pintadas, sino que son el color natural de la piedra seleccionada.
El proceso de montaje de la escultura comienza con la perforación de cada una de las partes para ser montadas sobre un alfiler de metal que, después, se unirá al resto de la composición. Se trata, por tanto, de un proceso realmente laborioso y que requiere de un equipo de cinco o seis artesanos para cada escultura. Cada obra, en función del tamaño y la complejidad, puede tardar dos o tres años en estar lista.
Un factor que complica (aún más) este arte es que no existe margen de error. Cada movimiento del artesano tiene que ser perfecto. El coste de un solo error puede suponer tener que comenzar de nuevo la pieza y, por tanto, encontrar las piedras perfectas para cada detalle lo que, a veces, resulta misión imposible.
Si tenemos en cuenta el tiempo y el esfuerzo que requiere cada una de estas obras, no es de extrañar que su precio sea prohibitivo para muchos. Las esculturas más pequeñas rozan los 23 centímetros de alto y pueden alcanzar los 20.000 dólares (17.000 euros); las medianas, de unos 30 centímetros de altura y de entre 15 y 20 kilos, 100.000 dólares (84.500 euros). Las esculturas más grandes pueden llegar al metro de altura y los 100 kilos de peso, por lo que su precio no baja del millón de dólares (845.000 euros).
Sin embargo, para Alexei Antonov y su equipo de artesanos, el arte del corte volumétrico de piedra en mosaicos es más que una ganancia financiera. Se trata de un legado.
