Una lesión y sus lecciones

Crédito de foto: Especial para 90minutos.co

No se le habían enterrado los taches en la grama humedecida del Metropolitano a Santiago Arias, cuando las redes ya estaban inundadas con imágenes y videos endilgados a su pequeña gran tragedia. Debe decirse que el césped se riega para que el balón ruede más rápido y aprovechar algunas fortalezas individuales y colectivas, pero toda ventaja construida para afectar al otro encierra una desdicha, por sublimes que sean sus intenciones. El tiro por la culata para un solo hombre y servida la posibilidad de triunfo para un equipo con la injusta expulsión de un rival que en un hecho fortuito fue el Judas de la escena. El nacionalismo colombiano se exacerbó. Sufrimiento, euforia e irracionalidad a veces se van a los puños y las patadas. Y no era para menos, el encierro es una olla de presión cuya válvula fue este partido contra Venezuela, el buen vecino que convirtieron en enemigo. El lesionado a la clínica entre lágrimas y el país eufórico. Así es la vida. El país conmocionado por el tobillo de un futbolista cuyo grito se escuchó en todo el territorio y silente por el asesinato de cuatro muchachos en Jamundí, que no oyó casi nadie.

Torpe y neciamente llegaban una y otra vez imágenes de tobillos descompuestos y cuadros de dolor desgarradores que nunca mostraban la cara del ahora mártir nacional. Y la Federación callada, mientras el país se emborrachaba besándole el pico al águila patrocinadora y gritaba cada gol de la selección como un escupitajo en contra de Nicolás Maduro, el nuevo peor enemigo de los colombianos. Fue el Bayer Leverkusen, el nuevo club del lateral en Alemania, el que informó sobre la luxofractura del tobillo izquierdo con lesión multiligamentaria. Una carnicería, un amasijo hecho con astillas de hueso, tendones, músculos, sudor y lágrimas. Una y otra vez las personas compartían sucesos falsos como la gran primicia de semejante desventura. Para un futbolista una lesión es una desgracia. Para cualquier deportista. Es como si una persona chismosa se lesiona la lengua, su avanzada en contra del mundo. Lo cierto es que cuanto más se viralizaban fotos y videos espantosos, menos se sabía de lo sucedido porque la atención se concentró en la victoria.

Los goles de Zapata y Muriel en 90 minutos arrojaron un manto tricolor sobre todas las oscuras e incontables tragedias nacionales. Incluida la de Arias, un muchacho callado al que se le enrostró una frase desafortunada en Twitter donde aseguraba preferir cinco meses de una lesión y no cinco años en la segunda división. Sacada de contexto, la expresión fue leída desde la corriente que otorga a las palabras la posibilidad de construir la realidad. Ese poder que sentencia y expone, que nombra y define lo que ha de suceder porque así se declara. Al otro día el periódico El País de Cali tituló: ¡Puro calcio! Un juego de palabras que alude a la historia del fútbol en Italia, donde militan quienes con sus goles taparon la inmundicia del país. No ese calcio de los huesos que en opinión de algunos pesimistas falló y permitió la fractura de peroné de Santiago. No. Hay una vieja relación que viene del latín entre el calcio, el pie, el calzado, la copa y la cal, cuyas etimologías se cruzan como la desventura de Arias. Ningún partido debería ser de vida o muerte.

Grillito lector

Lo cierto es que hoy vuelve a jugar Colombia y en el país ya se siente ese tufo apestoso del triunfalismo. Un partido. Una victoria. Y ante el más débil de los equipos suramericanos, aunque los periodistas y analistas deportivos insistan en decir que ya no hay rivales chicos y que las distancias se han acortado y que Venezuela es el coco de Colombia… para justificar empates corrientes y derrotas pírricas. Tras una fecha ya hablan de nuestra selección como la más completa y de Chile como un equipo viejo que no ha sido renovado. Todos sabemos que en el fútbol solo hay tres opciones, pero en la vida son muchas más las alternativas de análisis y abordaje de los temas. Pensar en lo que puede pasar por la cabeza de un país que sufre y se lamenta por la lesión de un jugador y no por la masacre de unos hombres, a la que debe decírsele asesinato múltiple. Por qué una nación desconoce los procesos en todos los ámbitos y se deja ver como inmediatista y superflua. Nos convertimos en seguidores de lo banal y nos alejamos de lo importante, porque lo urgente es la búsqueda de esa felicidad momentánea llena de pajaritas de papel y luces rutilantes con las que se seda a la población. En el fútbol no se juega la vida. ¡No literal!

Todo se llena para ver a la selección: los bares, los estancos, las casas, los parques, las avenidas, las tiendas, las cigarrerías, los restaurantes, etc. Menos la conciencia. La razón plena de que no es más que un juego. Un deporte que no escapa a los hilos del poder. Una representación de la vida y sus imaginarios. Un encuentro que encierra mucho más que una victoria, un empate o una derrota. Una llave de escape. Un teatro de marionetas donde el sudor humaniza. Un escenario de combates y tristezas, de alegrías y frustraciones. Un catalizador de la compleja existencia que se tiñe con los colores de esa patria que no sentimos más allá de los triunfos deportivos y desdeñamos ante la derrota. 50 millones de técnicos. Una cifra incalculable de jugadores que merecen enfundarse la camiseta. Tantos comentaristas como hinchas, como fanáticos de una ilusión que lo llena todo. Tal vez por eso Santiago Arias aseguró: “Me duele más el corazón que mi pie”.

La noche del partido contra Venezuela, en Colombia se registraron según Medicina Legal más de medio centenar de muertes violentas por cuenta de riñas, accidentes de tránsito y asesinatos, donde el licor estuvo presente. Fue viernes y puente. Noche y libertad. Triunfo y algarabía. La vuelta a la “nueva normalidad” con el ingrediente adicional de la tragedia del Santi, que le puso ese tinte de tragicomedia a un país donde las lágrimas y la sangre se derraman y se secan con la misma facilidad. Más allá de las aglomeraciones y la ausencia de distanciamiento social, la fiesta del fútbol en nuestro país cada que juega la selección es un detonante de violencia. Un espectáculo convertido en escalofrío. La proyección del colombiano violento puesta en una cancha. No es cuestión de hacer un llamado al hincha, sino al ser humano, al ser nacional cuya mentalidad es una constante de agresiones verbales y físicas humedecidas con alcohol. Leer y releer El fútbol a sol y sombra de Eduardo Galeano: “Ganamos, perdimos, igual nos divertimos”.

Por supuesto que es compleja y muy triste la lesión y la situación de Santiago Arias, pero volverá no solo a caminar sino a jugar. Ojalá igual, nunca mejor que antes de despedazarse el tobillo. No dejará de ganar dinero, ni de recibir apoyo. Toda la tecnología médica estará a su favor. Las multinacionales empresas futbolísticas aceleran estos procesos para que el impacto sobre la inversión no sea mayor de lo que ya es. Pero el resto de los lesionados de aquella noche de fútbol y falso nacionalismo, no correrán con la misma suerte. No la mayoría. Aun con la desazón de la resaca, sus incapacidades serán otro calvario más duro que la recuperación misma. Los especialistas, los medicamentos o las terapias son otros de los tantos privilegios de pocos. Mucho más ahora que clínicas y hospitales solo tienen el sello para Covid. Y qué decir de los lesionados fatales, de los muertos, de sus familiares, de sus viudas y huérfanos, de los padres desconsolados que hoy contra Chile recordarán como los colombianos siguen perdiendo la vida por un trapo, por una camiseta, por un juego, por un extravío que llama pasión a la violencia.


Un solo destino

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