Vendedores de humo – Por: Santiago Rubiano Gutiérrez – Columnistas

Vender éxito y felicidad puede ser muy peligroso, y mucho más cuando se establece como norma, como punto de llegada, como vértice de la autorrealización humana. Entre nosotros, habitan teorías nutridas por las Pseudociencias y replicadas por un gran número de personas que aseguran haber descifrado los complejos códigos para lograr el éxito rotundo,   funcionan como mandatos que deben cumplirse para el bien-estar de cualquier persona, estos mandatos, apuntalan a la eliminación de algunas emociones que consideran  como negativas, algo que es totalmente falso, no existen las emociones negativas, y tampoco positivas, las emociones son simplemente emociones,  pero esto no se detiene allí, inclusive, para este grupo, es vital eliminar el pensamiento que ponga en evidencia  cualquier limitación como ser, en este tipo de razonamientos no es válido pensar que no se pueda lograr algo.

El núcleo de estos razonamientos se detiene en hacer ver los aspectos personales como los únicos responsables por el cual se alcanza o no el éxito, lo cual es una forma estafadora de vender, si bien es cierto que, para alcanzar cualquier transformación de vida, debe haber voluntad por parte de quien quiere cambiar y una modificación en la interpretación de sus pensamientos, no es equiparable con la coerción de ellos, esto se  puede ver traducido en  afirmaciones como: “ los limites solo existen en tu mente,  querer es poder, los límites los pones tú, no hay cosas imposibles solo mentes incapaces” etc…  Frases que aparentemente no contienen ninguna intención de dañar a nadie, frases “positivas” que alientan al oyente a esforzarse, a darlo todo,  ahí, es cuando aparece el riesgo; estás frases inofensivas obvian, y dan por hecho que la sociedad en la que estamos inmersos no tiene ninguna responsabilidad, pasando por alto el historial de aprendizaje con el que se relaciona el receptor de estas ideas y el mundo.

Contrario a lo que se esperaría que sucediera con estas afirmaciones, que además funcionan como verdades absolutas, lo que puede suceder es que aparezca una fractura entre el yo ideal y el yo real,  emergiendo cada día más problemas de ansiedad, depresión y hasta ideaciones suicidas en la población que asimila e interioriza estas afirmaciones como verdades absolutas, culpabilizando sus acciones por no poder romper esas barreras mentales.

Durante el aislamiento, estos mandatos no se hicieron esperar, mensajes en redes sociales como: “si no sales de esta cuarentena con un libro leído, una habilidad nueva, un negocio nuevo o más conocimiento, nunca te falto tiempo, solo disciplina” son claros mensajes con los que una persona puede sentirse culpable por no haber hecho algo “productivo” durante este tiempo; pero en una  situación tan incierta, es imposible tratar de eliminar nuestros rasgos más primitivos como mecanismos de supervivencia, me refiero al miedo, y la angustia que puede aparecer en cualquier situación de crisis y no necesariamente sea resuelta desde una experiencia intelectual.

Tener ideas nuevas de negocio, hacer dinero, tener nuevas habilidades no es algo malo, por el contrario son herramientas que nos pueden ayudar a sobrellevar la situación de emergencia con un mayor equilibrio mental, pero no se puede usar ese equilibrio para señalar y juzgar a quienes no lo hacen, o no lo pueden hacer, pues si bien es importante, no es más apremiante que mantenerse a salvo y con salud, y  esto es lo que no han entendido a los que hoy dedico estas líneas a los que llamo “los vendedores de humo”, haciendo una analogía con el cortometraje de animación el vendedor de humo en el que éste logra captar la atención de una pequeña aldea con una ilusión efímera que termina cuando el humo desaparece. Lo mismo sucede en la vida real, cuando estos mercaderes de la felicidad llevan a limite las emociones en una línea ascendente, con la promesa de la libertad, esclavizando a través del culto al cuerpo, el consumo exacerbado y la sensación de vacío existencial por no lograr lo que otros si pueden. No es esto una apología a la mediocridad, ni tampoco al que no se pueden hacer esfuerzos por emprender nuevos caminos, o buscar la felicidad, pero es también conocer nuestras emociones, vivirlas, gestionarlas, ser conscientes de ellas, ser más humanos, y si no lo podemos lograr no sentirnos culpables, la existencia va mucho más de lograr los estándares impuestos por la sociedad,  los humanos somos mucho más que esas metas que nos dicen que tenemos que cumplir.

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