Yuri Buenaventura: sus orígenes, experiencia con Dios y su regreso al Petronio

Foto El País

“Ser negro me salva de vivir cosas tan duras y seguir creyendo en Dios, en la vida, teniendo fe. Yo soy negro, soy de etnia negra. Nací en Viento Libre con los negros y con los indígenas del Pacífico y tengo esa alegría de ser negro”, dice Yuri Buenaventura.

Este hombre bajo de estatura, pero gigante en escena, el inmigrante al que, muchas veces, mientras dormía en las calles de París, lo despertaron con cadenazos en su cabeza, terminó poniéndole acento francés a la salsa y contagiando de fiebre latina a la Ciudad Luz. Yuri Alex Bedoya Giraldo —como Yuri Gagarin, el primer hombre en viajar al espacio—, se puso el Buenaventura para recordarle al mundo sus raíces pacíficas.

Nacido el 19 de mayo de 1967 en la isla Cascajal, donde se concentran las actividades económicas y de servicios de Buenaventura, Yuri pudo ser economista o biólogo marino, pero para un niño que llegó al mundo recibido por parteras y en medio del sonido de tambores, la música era un destino natural.

Él, que intentó quitarse la vida arrojándose a las aguas del río Sena, en París, es hoy en día fiel creyente en Dios y aunque antes se preguntó en canciones “¿Dónde estás?” —“Por dónde estarás Dios de todos los hombres, dónde estás Dios del obrero, Dios del desempleado, Dios del pobre, Dios del triste, Dios mío”—, sigue negándose a dejarse tentar por ofrecimientos de fuerzas oscuras que le prometen fama, dinero y poder. Así se lo confesó a El País en una charla sincera y cercana.

¿Ha tenido en su carrera malas tentaciones, como el alcohol o la droga?
Alcohol sí, claro, todavía. No mentiras. Yo viví una época donde no conocía de Dios, era un poco rebelde, porque cuando uno vive en la calle, uno se pelea con Él, le dice ‘no me arrastrés así’. Atenté contra mi vida, me tiré a un río, porque estaba cansado. En esas circunstancias uno esa lucha no se la entrega a Dios sino que la lleva en los hombros, y se cansa.

Otra tentación es la fama. Pueden llegar a hacerte invitaciones con energías nefastas, yo nunca las acepté. Tres veces me intervinieron esas energías y les dije: ‘A mí no. Prefiero estar en Cali, en La Topa Tolondra o en Zaperoco tocando y no ser famoso o no tener ninguna resonancia pero no hago pacto con usted. Entonces conocí a Dios y el tema de lo multidimensional, de la luz.

¿Con la luz se refiere a la experiencia con el más allá que tuvo?

Sí, tuve un accidente grave, me caí de una tarima y tuve una experiencia con Dios muy especial donde Él me dice: “Cada vez que respiramos yo te presto la vida, yo te la doy, estoy en cada gota del mar, en cada movimiento”. Uno empieza a valorar cada instante de vida y a creer que estamos aquí para entregar ese cariño que Él nos presta.

¿Dónde fue ese accidente y qué consecuencias físicas le dejó?

En Béziers, en Francia, estaba en la tarima, que tenía un problema de inestabilidad y me catapultó. Casi me muero, me desmontó la mandíbula, me la partí en cinco pedazos.

Usted dice que es tímido pero se crece en el escenario. ¿Cómo lo logra? ¿Qué siente allí?

Sí, soy muy tímido. A mí me da mucho susto. Empecé como percusionista. El cantante no venía a los ensayos, entonces cantaba yo, después conseguí un trabajo en un bar para seis personas y sobraba yo, pero como yo fui quien consiguió el trabajo saqué al cantante, me puse a cantar, primero de espaldas, después de lado, luego mirando para la calle, después mirando a la gente pero con los ojos cerrados. Y sigo cantando con los ojos cerrados, creo que el susto me hace moverme frenéticamente. La gente, a veces, piensa que me drogo. Pero no, es la mezcla de fe por la vida; amor a Dios, a la humanidad… y susto.
Háblenos de las influencias musicales que recibió de sus padres, un seminarista y una monja de claustro.

Mi papá, jesuita, de Carmen de Atrato, Chocó, estaba en el seminario, y mi mamá, monja de claustro, de las Carmelitas, nacida en Ansermanuevo, Caldas, se fueron a Palmira a estudiar. Se enamoraron y partieron a Buenaventura, a una isla que se llama Cascajal, por una lengua indígena de los Buscajá que murieron en la época de la colonia, un asentamiento negro emancipado, que se fugó de las plantaciones de caña y algodón, en ese contexto nací yo, en Viento Libre, nací por partera, por el tema de la tradición nuestra del Pacífico. Los vecinos sacaban los tambores para tocarlos cuando nacía un niño. Nací en medio de un contexto muy africano, y mi papá era músico y como había sido jesuita, escuchábamos pura música popular europea, Bach, Chopin, Verdi, Schubert, en la casa estaba en un mundo occidental, con cantos gregorianos todo el día, a veces silencioso, pero yo salía y era África, rumba, salsa. Esa dualidad ha permitido que pueda ser un salsero y hombre de tambor, pero también que entienda las dinámicas líricas europeas.

También escuchaba salsa de La Fania y canciones de Violeta Parra…

En esa época estaba la Nueva Trova Cubana, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, la música de Atahualpa Yupanqui, los textos de la música de Violeta Parra me interesaron mucho desde niño, muy trágicos, pero muy hermosos. Saber que ella escribió ‘Gracias a la Vida’, pero se suicidó. El imaginario de ‘Mi Unicornio Azul’, estos caribeños y la historia del ‘filin’ cubano impactan mucho cuando uno está interesado en la escritura y los textos de la música. Y en Buenaventura hay una tradición de la poesía y la tradición oral africana muy fuerte, todo eso se conectaba con el tema de la salsa, con las canciones de Tito Curet Alonso, ‘Pablo Pueblo’ y todas esas canciones de Rubén Blades.

¿Cuál fue su primer contacto con la música, la voz o los instrumentos?

Primero fue la voz por el respeto que se le tiene a los tambores. Yo era un niño de apariencia mestiza y hay una jerarquía en la interpretación del tambor, así que primero me interesé mucho en la expresión textual, literaria, que en la ejecución del instrumento y el teatro. Mi papá tenía un grupo teatral en Buenaventura y venía con él a los talleres de formación en música y teatro que daba el maestro Enrique Buenaventura.

¿Desde niño tocaba instrumentos? ¿A quién le componía canciones?

Sí, tocaba trompeta, tiple, armonio y tambor. Hice mis primeras canciones a los 5 años de edad. Como mantenía con mi mamá en la casa, le escribía cosas. Tengo una imagen de la letra, de cómo escribía, pero no recuerdo los textos…

¿Quién es Yuri?

“Yo soy un palo bien duro, yo me apellido Aramburo, soy palma de chontaduro, cultura, un ritmo puro. Yo soy jaiba y pusandao, de la piangua soy melao. Yo soy el arroz con coco y pepepan sudao, yo soy naidí, yo soy guayacán, yo soy manglar y borojó, de la serpiente el vestido, soy fogata de campesino, soy camino envejecido, América y su destino. Soy pies hinchados de un viejo, de enfermedad de ser tercermundista. Soy hambre, soy sufrimiento, pero soy tambor y sentimientos. Soy collares de colores, yo soy agua cristalina y mi voz es un machete pa’ defender a mi gente”.

A sus 7 años y con los ojos cerrados, ante el público del coliseo cubierto de Buenaventura, Yuri cantó ‘El gamín’, dirigido por su padre, Manuel, a quien al principio no le hizo mucha gracia que su hijo cantara.

Yuri, quien hizo la primaria en la escuela del Terminal Marítimo y el bachillerato en el Instituto Técnico Industrial Gerardo Valencia Cano, hasta en el Ejército dio guerra con la música. “Allí fui corneta, despertaba a todo el mundo. Pero fui muy mal corneta, como no tenía mucha proyección del instrumento, tenía que tocar en una parte del batallón y después irme al otro lado”.

“Soy cuarto contingente del Ejército colombiano de 1984. A eso le dicen cuarto de cuatro, 84, 94, 2004, 2014, hace 34 años presté servicio militar en Bogotá, por el barrio 20 de julio. ¡Uy, no! Terrible ese frío. Salí de Buenaventura derecho para allá. Salí en el 85 y estuve en el Puerto hasta el 88 que me fui para Europa”, cuenta.

Luego se fue a estudiar Ciencias Económicas en la Universidad de la Sorbona, en París. Y tiene más que justificada la razón que lo llevó a eso, que no fue mero capricho. “A los pescadores nunca les cumplen. No hay una política pesquera, de Estado, no hay un ministerio de la pesca, el Congreso es ganadero, y obviamente interesa más el tema de la pesca que el de la ganadería en el país. Al ver eso me dije: ‘Yuri, vos tenés que estudiar economía y crear políticas que permitan el desarrollo de la pesca’ y como los dineros siempre se los roban, y viendo a mi papá pescador, director de la Asociación Nacional de Pescadores Artesanales, pasar tantos trabajos, dije: ‘Voy a estudiar economía’”.

Antes estudió biología marina, pero decidido en solucionar las problemáticas económicas de su Buenaventura, se fue para la Sorbona, en París, y se inscribió en economía. Pero cuando le hablaron de teorías económicas de especulación, de los fondos de inversión, se dijo: “En el Pacífico vivimos en colectivo, compartimos las cosas, deberían enseñarme esas filosofías económicas, las que me pertenecen étnicamente”.

Un profesor amigo lo hizo desistir de su intento. “Entendí que la riqueza no está en la cantidad de panes que tengás, sino en cómo está el corazón del hombre para compartir o no, para especular o no. Y vi que desde la música podía aportar más al corazón de los hombres y a la elevación de lo humano que desde la economía”.

Sus inicios en París no fueron fáciles. “Al dejar la universidad, ya no tenía cómo pagar mi sustento. Mis papás no estaban muy contentos con mi cambio de vocación, y no teníamos los medios tampoco. Y me fui quedando sin plata para pagar el arriendo, la luz, el teléfono, cómo alimentarme. Hasta que el dueño de la pieza me dijo: ‘Usted no me va a pagar. Váyase’. Estuve tres años en la calle, viviendo en un metro, cantando y tocando el bongó”. Cantaba canciones como Moliendo Café y Guantanamera y fui creando un espacio entre los latinos de los metros. “Dicen que yo llegué en el momento de la fiebre latina, pero la fiebre latina somos nosotros”. Un fenómeno que reventó en 1995 con su versión salsera de la canción francesa ‘ Ne me Quitte Pas’, del álbum Herencia Africana, del cual vendió 1.250.000 copias.

Pero antes de que eso pasara, Yuri no tuvo buena ventura: “Me propinaron golpes, grupos oscuros de la sociedad, gente que no quiere a los inmigrantes, me llegaron a dar golpes mientras dormía en la calle, cadenazos en la cabeza (‘toque aquí, vea’, me dice mientras lleva mi mano a tocarle un hematoma que le quedó en la cabeza). La gente abusa de quienes viven en la calle, estigmatizan”.

Recuerda la loca manera en que fue descubierto por un editor, Jack Sanjuan, que trabajó con Bob Marley, Elton John, Bono de U2. “Yo había acudido al estudio de Jack Nessim, Paranova Films, en el barrio Granada, para grabar un cassette con el ingeniero de sonido Emilio Larrota. No tenía cómo pagarle y Nessim me dijo que me llevara el cassette a París y que intentara venderlo. Lo hice, toqué puertas, pero nadie me las abrió, y me tuve que regresar a manejar taxi en Buenaventura. Pero una noche en París Jack Sanjuan se subió a un taxi y el conductor estaba oyendo una radio underground en la que sonaba ‘Ne me quitte pas’ y al día siguiente pidió mi contacto en la emisora, me llamó a Buenaventura, regresé a París y pude pagarle a Nessim”.

En 1994 ya se hacía llamar Yuri Buenaventura. “Antes mucha gente se expresaba muy feo de Buenaventura, decían ‘hay mucho negro y huele a pescado’. Y dije: ‘Ah, sí, pues si somos negros y olemos a pescado, me pongo en la frente Buenaventura y ojalá me vaya bien para que tengan que decirme así”.

Volvió a sus raíces

Yuri Buenaventura ha asistido varias veces al Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez. “Como jurado vine hace 15 años y me han invitado con el grupo a tocar, pero el Petronio no tenía la dimensión que tiene y yo no tenía la madurez musical que tengo ahora. Esta mi primera vez en serio, de una manera muy madura, tengo 51 años y conozco la música de otra manera”.

Dice Yuri que Yamileth Cortés, directora del Festival de Música del Pacífico, lo invitó con una advertencia: “Necesito que adaptes tu música al folclor”. Esteban Copete, nieto de Petronio, le hizo la misma aclaración cuando lo llamó: “Tu repertorio es muy salsero y el festival busca defender la cultura de la marimba”. Y Yuri se dedicó durante tres semanas, previas al Petronio, a hacer talleres de percusión, y a desmontar toda su música, dejando la letra y trabajando los temas rítmicos, como un aguabajo y un currulao, para presentar el ensamble que este sábado ofreció en la Unidad Deportiva Alberto Galindo. Su voz se acompañó mágicamente de las de las seis cantadoras de Canalón, de Timbiquí, cuatro cantantes de salsa, la marimba del maestro Esteban Copete, dos bombos, dos cununos, un piano, un contrabajo, tres trompetas y tres trombones. Ya había sorprendido en Bogotá, en el Teatro Colón, donde presentó con la Sinfónica Nacional ‘Manigua’, “un trabajo de música del Caribe y del Pacífico con lirismo europeo”. Sus temáticas están ligadas a la memoria del Urabá, a los corteros de caña, pensadas en el campesino, en el tema del secuestro, son una reflexión de nación, de futuro. Su sueño es sacar el álbum de ‘Manigua’ este año y tras su participación en el Petronio, quiere trabajar más el tema del Pacífico.

Para el músico, productor y trompetista José Aguirre, “Yuri es talentoso, brillante, inteligente, respetuoso y enamorado de su tierra. Es un amigo de la vida, hemos hecho más de cinco álbumes juntos, hemos vivido muchas experiencias en muchos países. En 1995 le di la oportunidad de cantar con Niche en una sala de París y se dio a conocer, lo firmaron para su primer álbum ‘Herencia africana’. Es disciplinado. Sabe de dónde viene y a dónde va”.

Isabel Peláez R. / El País

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