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COMPARTIR

por Redacción BL
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El tema tiene mucha incumbencia en el marco económico. Frente al fracaso de muchas realidades básicas del capitalismo, el “compartir” se ha vuelto, en unos sectores de la reflexión socio-económica, ser palabra destacada, para expresar una alternativa necesaria. Pero mas que en la cuestión económica, el tema se enfoca en la vivencia cotidiana: compartir nos salva la vida. 
 
Compartir es asunto de los pobres. En la necesitad común se reconoce una solidaridad verdadera y confiable. La persona rica, a veces, da, pero no comparte. Cuando tiene algo que sobra, que sea viejo o que no estila, el rico que piensa tener un corazón bueno, para dejar sus cosas, luego de la basura elige al pobre. Compartir es otra cosa. 
Compartir es una riqueza muy grande, una libertad, un crecimiento. Los que no saben compartir son verdaderos esclavos: de si mismos, de sus propiedades, de sus ideas. Compartir, en efecto, es hacerse responsables. Primero del bien común, reconocido como fuente de bien para todos. Sin el bien común, hay muy pocos bienes personales. Si cada uno mira a lo suyo, defiende lo suyo, pelea para ganar más, nadie va a tener un bien verdadero: una vida agradable, sin miedos, sin venganzas.
 
Sobretodo el compartir pide la responsabilidad de vivir como sujeto activo. Esto es lo que puede salvar la vida y guardar siempre un sentido profundo en todas las realidades de la existencia. Compartir es muy importante para los pobres. Permite enterarse de que siempre se dispone de algo precioso y que, al expresar solidaridad, se vuelve más precioso. No se trata solo de bienes materiales. Como considerado antes, compartir es una actitud propia de los pobres y estos, por definición, no tienen bienes materiales. Lo que se comparte, en verdad, es la vida misma, una manera de vivir, una gana de crecer, una alegría que brota a pesar de todo. 
 
No es a caso que en Buenaventura, en 2007, una asociación llamada “Compartiendo Habilidades Diferentes” ha reunido personas con discapacidad, animadas a reconocer sus propias responsabilidades. Es más fácil que, en una persona no solamente pobre, sino también afectada por una discapacidad, crezca el fatalismo, la pasividad, la actitud mendicante. 
Hablar de la responsabilidad de los pobres, no disminuye para nada la culpa de los explotadores y de las demás causas que generan pobreza. Vivir como sujeto activo es la manera más eficaz para luchar contra la injusticia, para no permitir que después de los bienes materiales, los malos vayan robando también la dignidad y la gana de vivir. 
Por cuantos prefieren vivir que sobrevivir, compartir es una curación, es descubrir una dignidad que nadie puede robar, una riqueza que la solidaridad multiplica. Ahora sí, esta curación es para todos: salva a los pobres de una pasividad pesada y a los ricos de un egoísmo ahogante. Cuando el ser humano es sediento de vida (y esto pasa a los ricos como a los pobres) compartir es una fuente que nunca reseca.
 

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El tema tiene mucha incumbencia en el marco económico. Frente al fracaso de muchas realidades básicas del capitalismo, el “compartir” se ha vuelto, en unos sectores de la reflexión socio-económica, ser palabra destacada, para expresar una alternativa necesaria. Pero mas que en la cuestión económica, el tema se enfoca en la vivencia cotidiana: compartir nos salva la vida. 
 
Compartir es asunto de los pobres. En la necesitad común se reconoce una solidaridad verdadera y confiable. La persona rica, a veces, da, pero no comparte. Cuando tiene algo que sobra, que sea viejo o que no estila, el rico que piensa tener un corazón bueno, para dejar sus cosas, luego de la basura elige al pobre. Compartir es otra cosa. 
Compartir es una riqueza muy grande, una libertad, un crecimiento. Los que no saben compartir son verdaderos esclavos: de si mismos, de sus propiedades, de sus ideas. Compartir, en efecto, es hacerse responsables. Primero del bien común, reconocido como fuente de bien para todos. Sin el bien común, hay muy pocos bienes personales. Si cada uno mira a lo suyo, defiende lo suyo, pelea para ganar más, nadie va a tener un bien verdadero: una vida agradable, sin miedos, sin venganzas.
 
Sobretodo el compartir pide la responsabilidad de vivir como sujeto activo. Esto es lo que puede salvar la vida y guardar siempre un sentido profundo en todas las realidades de la existencia. Compartir es muy importante para los pobres. Permite enterarse de que siempre se dispone de algo precioso y que, al expresar solidaridad, se vuelve más precioso. No se trata solo de bienes materiales. Como considerado antes, compartir es una actitud propia de los pobres y estos, por definición, no tienen bienes materiales. Lo que se comparte, en verdad, es la vida misma, una manera de vivir, una gana de crecer, una alegría que brota a pesar de todo. 
 
No es a caso que en Buenaventura, en 2007, una asociación llamada “Compartiendo Habilidades Diferentes” ha reunido personas con discapacidad, animadas a reconocer sus propias responsabilidades. Es más fácil que, en una persona no solamente pobre, sino también afectada por una discapacidad, crezca el fatalismo, la pasividad, la actitud mendicante. 
Hablar de la responsabilidad de los pobres, no disminuye para nada la culpa de los explotadores y de las demás causas que generan pobreza. Vivir como sujeto activo es la manera más eficaz para luchar contra la injusticia, para no permitir que después de los bienes materiales, los malos vayan robando también la dignidad y la gana de vivir. 
Por cuantos prefieren vivir que sobrevivir, compartir es una curación, es descubrir una dignidad que nadie puede robar, una riqueza que la solidaridad multiplica. Ahora sí, esta curación es para todos: salva a los pobres de una pasividad pesada y a los ricos de un egoísmo ahogante. Cuando el ser humano es sediento de vida (y esto pasa a los ricos como a los pobres) compartir es una fuente que nunca reseca.
 

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El tema tiene mucha incumbencia en el marco económico. Frente al fracaso de muchas realidades básicas del capitalismo, el “compartir” se ha vuelto, en unos sectores de la reflexión socio-económica, ser palabra destacada, para expresar una alternativa necesaria. Pero mas que en la cuestión económica, el tema se enfoca en la vivencia cotidiana: compartir nos salva la vida. 

Compartir es asunto de los pobres. En la necesitad común se reconoce una solidaridad verdadera y confiable. La persona rica, a veces, da, pero no comparte. Cuando tiene algo que sobra, que sea viejo o que no estila, el rico que piensa tener un corazón bueno, para dejar sus cosas, luego de la basura elige al pobre. Compartir es otra cosa. 
 
Compartir es una riqueza muy grande, una libertad, un crecimiento. Los que no saben compartir son verdaderos esclavos: de si mismos, de sus propiedades, de sus ideas. Compartir, en efecto, es hacerse responsables. Primero del bien común, reconocido como fuente de bien para todos. Sin el bien común, hay muy pocos bienes personales. Si cada uno mira a lo suyo, defiende lo suyo, pelea para ganar más, nadie va a tener un bien verdadero: una vida agradable, sin miedos, sin venganzas.
 
Sobretodo el compartir pide la responsabilidad de vivir como sujeto activo. Esto es lo que puede salvar la vida y guardar siempre un sentido profundo en todas las realidades de la existencia. Compartir es muy importante para los pobres. Permite enterarse de que siempre se dispone de algo precioso y que, al expresar solidaridad, se vuelve más precioso. No se trata solo de bienes materiales. Como considerado antes, compartir es una actitud propia de los pobres y estos, por definición, no tienen bienes materiales. Lo que se comparte, en verdad, es la vida misma, una manera de vivir, una gana de crecer, una alegría que brota a pesar de todo. 
 
No es a caso que en Buenaventura, en 2007, una asociación llamada “Compartiendo Habilidades Diferentes” ha reunido personas con discapacidad, animadas a reconocer sus propias responsabilidades. Es más fácil que, en una persona no solamente pobre, sino también afectada por una discapacidad, crezca el fatalismo, la pasividad, la actitud mendicante. 
 
Hablar de la responsabilidad de los pobres, no disminuye para nada la culpa de los explotadores y de las demás causas que generan pobreza. Vivir como sujeto activo es la manera más eficaz para luchar contra la injusticia, para no permitir que después de los bienes materiales, los malos vayan robando también la dignidad y la gana de vivir. 
 
Por cuantos prefieren vivir que sobrevivir, compartir es una curación, es descubrir una dignidad que nadie puede robar, una riqueza que la solidaridad multiplica. Ahora sí, esta curación es para todos: salva a los pobres de una pasividad pesada y a los ricos de un egoísmo ahogante. Cuando el ser humano es sediento de vida (y esto pasa a los ricos como a los pobres) compartir es una fuente que nunca reseca.
 

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