Home Mundo El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz tiene un consejo para pensar en crisis como la de la Gran Depresión: leer más novelas

El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz tiene un consejo para pensar en crisis como la de la Gran Depresión: leer más novelas

por Redacción BL
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El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz tiene un consejo para pensar en crisis como la de la Gran Depresión: leer más novelas


Pocas personas elegirían desigualdad como el primer tema para describir la trama de la novela Cumbres borrascosas, de Emily Brontë. Pero Joseph E. Stiglitz es alguien singular en muchos sentidos: premio Nobel de Economía, fue primer vicepresidente y economista jefe del Banco Mundial y presidió el Comité de Asesores Económicos (CEA) del gobierno de Bill Clinton, además de haber enseñado en las universidades más importantes de los Estados Unidos: Yale, Stanford, Princeton y actualmente Columbia. Así que se puede permitir decir, admirado: “¡Qué libro sobre la desigualdad, el sexo y la clase!».

Contra los estereotipos habituales de los economistas, Stiglitz es un devorador constante de ficciones. Se podría pensar que su esposa, hija y nieta de editores de libros, tiene algo que ver en ese gusto, pero en realidad desde niño tuvo ese hábito. “Fui un lector ávido de [Charles] Dickens. En el momento no entendí por qué, y no pensé en la razón, excepto en que me gustaban el lenguaje y las historias y no me molestaba demasiado que fueran tan largas”, contó a The New York Times en una entrevista completamente inusual: solo sobre literatura.

“Pensándolo desde ahora, quizá no es asombroso que alguien cuya pasión de toda la vida ha sido la preocupación por la desigualdad se haya enganchado con las descripciones gráficas que Dickens hizo de Inglaterra en el siglo XIX”, analizó. «A cualquiera que esté interesado en comprender la Gran Depresión o la Gran Bretaña de mediados del siglo XIX lo alentaría a que se acerque a [John] Steinbeck o Dickens”.

Stiglitz dio esa nota al periódico de Nueva York en ocasión de la salida en tapa blanda de su libro People, Power, and Profits, Progressive Capitalism for an Age of Discontent (traducido por Taurus como Capitalismo progresista: la respuesta a la era del malestar), donde retomó sus advertencias contra el “fundamentalismo de mercado” para describir un paisaje desolado de los Estados Unidos: los grupos de lobby controlan las regulaciones para que favorezcan sus objetivos, el progreso comercial destruye empleos, los medios pierden credibilidad, la democracia peligra. “No es solo la economía lo que ha fallado, sino también nuestra política. Nuestra división económica ha llevado a una división política, y la división política ha reforzado la división económica”, escribió.

Su libro describe cuatro tendencias principales de ese fenómeno —el poder monopólico, una globalización mal manejada, la escasa regulación financiera y las nuevas tecnologías que habilitaron una mayor explotación y manipulación humanas— y también prescribe algunas alternativas para “que el capitalismo se salve a sí mismo”, entre ellas la polémica del ingreso básico universal. Escrito antes de la crisis económica consecuencia del COVID-19, Capitalismo progresista se adelantó a un tema que va a resonar en el porvenir inmediato: “Por cierto hubo destrucción del empleo en el proceso de globalización, pero volverá a haberla en un proceso de des-globalización insensata”.

No es de extrañar que a un pensador así lo que más lo conmueva en la literatura sean “las historias de lucha, de pelea contra la injusticia y contra la opresión”, como dijo al Times. “También las descripciones vívidas y sentidas”, agregó. “Just Mercy, de Bryan Stevenson, es un ejemplo”, dijo sobre las memorias que el abogado escribió sobre la tragedia de Walter McMillian, enjuiciado por un asesinato que no cometió y condenado a muerte, traducidas como Por compasión.

Por eso mismo no toca la ciencia ficción ni por error, dijo. “No sé bien por qué. Quizá porque creo que es suficientemente difícil entender nuestro proprio mundo y tratar de arreglarlo”.

Como mucha gente que ama leer, Stiglitz tiene una “pila aspiracional” de libros en su mesa de luz. “De hecho hace poco mi esposa me compró una mesa de luz más grande”, dijo. Ahora tiene allí París era una fiesta, de Ernest Hemingway (el economista se enamoró de la ciudad cuando dio clases allí); These Truths, de Jill Lepore, y La luz que se apaga, de Ivan Krastev y Stephen Holmes, “porque donde quiera que vaya la gente habla de esos dos libros”; La cucaracha, de Ian McEwan (“el librero de Schloss Elmau pensó que me gustaría esta parodia kafkiana del Brexit, en la que una cucaracha llega a primer ministro” del Reino Unido); Sonora, de Hannah Lillith Assadi, y hasta el libro de un familiar, su cuñado, por cierto un escritor reconocido: The Ratline, de Philippe Sands, autor también de Calle Este-Oeste.

Lo que sigue a la pila aspiracional normalmente es la lista de lecturas futuras, y el Nobel de Economía tiene una, desde luego. Participa, con su esposa y con la periodista Robyn Meredith, que lo organiza, de un club de lectura cuyos próximos títulos son Todo se desmorona, de Chinua Achebe —una relectura para él—, y Romance In Marseille, obra recién descubierta de Claude McKay.

Cuando viaja a una ciudad, a Stiglitz le gusta leer algo que transcurra allí: es parte de su “experiencia ideal de lectura”. Por ejemplo, hace poco estuvo en el Hay Festival, en Cartagena de Indias, y leyó Del amor y otros demonios, de Gabriel García Márquez: “La heroína murió en un convento, que ahora se reconvirtió en el hotel donde nos alojamos», contó. “Fanatismo religioso. Desprecio. Opresión. Amor. Los extremos me resultaron inolvidables. No podía soltar el libro”.

Todos los años viaja a Johannesburgo, y en su última estadía leyó Perro come perro, de Niq Mhlongo, “sobre un joven que va a la Universidad de Witwatersrand en 1994, luego del fin del apartheid. Es un antihéroe, y el libro es satírico y divertido y también triste. Se lo regalé a varias personas para Navidad”. En noviembre, cuando viajó a Moscú, decidió ir sin teléfono y sin laptop, y en cambio llevó Un país terrible, de Keith Gessen, “sobre un académico con problemas que regresa a Moscú para cuidar a su abuela”, un libro que lo introdujo en “la extraña y amenazante corriente subterránea de la vida actual en Moscú”.

Estos son otros de los puntos más destacados —con nombres de autores y títulos— de la entrevista al premio Nobel de Economía:

◊ Como tantos, Stiglitz aprende cosas leyendo, y The Red and the Blue: The 1990s and the Birth of Political Tribalism, de Steve Kornacki, lo hizo “reevaluar mi periodo en la Casa Blanca de Clinton, comprender mejor las fuerzas que llevaron a su elección”, dijo. “También me recordó lo efímero de nuestros recuerdos políticos y las vicisitudes de la política”.

◊ El último gran libro que leyó, dijo, es El mundo incierto de Vikram Lall, de M. G. Vassanji: “Un funcionario corrupto, que ha huido a Canadá, recuerda su vida y el movimiento independentista de Kenia. Sus recuerdos del amor juvenil y el movimiento estudiantil en Dar es Salaam me resultaron particularmente inolvidables. El libro tiene un significado especial para mí por el tiempo que pasé trabajando en Kenia, entre 1969 y 1971”.

◊ Entre los libros que le regalaron atesora This Is The End, un libro que reúne las caricaturas de Donald Trump que Patrick Chappatte publicó en The New York Times; Keeping Faith, las memorias del ex presidente Jimmy Carter y el Informe Económico Anual del Presidente durante su gestión en el CEA: todas copias firmadas por sus autores (el último, por Clinton).

◊ Un libro que a su juicio merece más reconocimiento es Ghachar, Chochar, de Vivek Shanbhag: “Tiene un fuerte mensaje feminista. Es una nouvelle sobre una familia en el sur de la India, y su descenso a la violencia física. El final tiene una vuelta asombrosa”.

◊ Hay autores con los que su generación está familiarizada pero no los lectores más jóvenes, dijo, para hablar de Wallace Stegner. “En diciembre leí En un lugar seguro, su clásico sobre la vida académica, la amistad y la mortalidad. Trata de cuatro amigos que recuerdan su amistad, y comienza en los años en que enseñaban en Wisconsin, cuando todos trataban de convertirse en profesores titulares. Lore Segal y Vivian Gornick eran conocidas para m generación: ahora que han publicado nuevos libros, las conocerá un público más joven».

◊ ¿Qué autores contemporáneos le gustan? La lista es larga.

Amitav Ghosh, “en parte por su escritura comprometida sobre el cambio climático y por su magnífica prosa histórica”. El último libro de Suketu Mehta, sobre inmigración, Esta tierra es nuestra tierra, el pareció “maravilloso”. Siente que comparte el pensamiento de la periodista Rana Foroohar sobre algunos tópicos, como los peligros de las empresas digitales, que ella describió en Don’t Be Evil: How Big Tech Betrayed Its Founding Principles —and All of Us. Y libros como Past Due: The End of Easy Money and the Renewal of the American Economy, de Peter S. Goodman, “pueden dar una impresión mucho mejor de las disfunciones de nuestra economía y nuestra sociedad de lo que puede mi obra más seca y analítica”.

En teatro le encantan Greg Kotis (Urinetown) y Greg Pierce (Cardinal). En periodismo, “admiro el trabajo de reporteros valientes del mundo entero, entre ellos María Teresa Ronderos (Colombia), Giannina Segnini (Costa Rica, y ahora una colega en Columbia), Ferial Haffajee (Sudáfrica), Musikilu Mojeed (Nigeria) y los tenaces cronistas de derechos humanos que hacen Rappler (Filipinas)”, dijo. También citó a un egresado de Columbia, Omoyele Sowore, candidato presidencial en Nigeria que fue arrestado por un tuit polémico, y grupos de financiación filantrópica como el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ), ProPublica, The Marshall Project y Daily Maverick.

◊ ¿Conoce economistas que escriban bien? Sin ironía nombró a varios, que han hecho esfuerzos por “escribir de manera llana a fin de diseminar sus ideas entre un público más amplio e influir en la opinión”. En el último año, sobre todo, encontró varios trabajos que le gustaron: The Great Reversal: How America Gave Up on Free Markets, de Thomas Philippon; The Triumph of Injustice: How the Rich Dodge Taxes and How to Make Them Pay, de Emmanuel Saez y Gabriel Zucman; Buena economía para tiempos difíciles, de Abhijit Banerjee y Esther Duflo, la pareja que compartió el premio Nobel de Economía en 2019, y Capital e ideología, de Thomas Piketty.

Sobre el libro de Piketty subrayó: “Tiene 1.100 páginas”; en castellano, en realidad, tiene 1248. “Lo menciono en parte por envidia: mi editor nunca me hubiera perdonado algo siquiera cerca de esa extensión, y pienso con nostalgia en las perlas que se perdieron en las instancias de corte, sobre todo del primero de mis libros que resultó popular, El malestar en la globalización, de apenas 282 páginas” (320 en castellano, pero revisado en 2018 con una reedición de 544 páginas).

Sobre los libros que siguieron a la crisis de 2008, se cuentan entre lo poco “excelente” que surgió tras la “devastación”, dijo: La gran crisis, cambios y consecuencias, de Martin Wolf; Between Debt and the Devil: Money, Credit, and Fixing Global Finance, de Adair Turner y Crash: cómo una década de crisis financiera ha cambiado el mundo, de Adam Tooze, quien es su colega, destacó.

◊ Sus gustos literarios, como los de muchas personas, cambiaron a lo largo del tiempo —en su juventud, además de los clásicos, tuvo “una fascinación con los autores rusos”—, pero en su caso tiene una influencer muy especial: su esposa, de familia de editores. “Por lo general cuando necesito un libro simplemente le pido que me sugiera algo. Así me he vuelto mucho más ecléctico«. Últimamente ella le abrió la puerta a la crónica periodística sobre la vida en China: The Shanghai Free Taxi: Journeys with the Hustlers and Rebels of the New China, de Frank Langfitt; Chicas de fábrica, de Leslie T. Chang y Street of Eternal Happiness, de Rob Schmitz.

◊ Si tuviera que organizar la perfecta velada literaria, Stiglitz invitaría a comer a cuatro mujeres: Chimamanda Ngozi Adichie, Diksha Basu, Kiran Desai y su madre, Anita Desai.

◊ Y si tuviera que nombrar una sola obra literaria que lo marcó, se inclinaría por el poema “One Hoss Shay”, de Oliver Wendell Holmes: “Me acompañó toda mi vida. Es sobre el envejecimiento, y de niño la imagen de ese caballo que lentamente colapsaba luego de una vida de trabajo, me resultaba de alguna manera muy conmovedora. Siempre me pregunté si así sería cómo terminaría mi vida”.



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