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Historia de Jorge Cárdenas Gutiérrez, exgerente de Federación Nacional de Cafeteros – Sectores – Economía

por Redacción BL
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Historia de Jorge Cárdenas Gutiérrez, exgerente de Federación Nacional de Cafeteros - Sectores - Economía


Una de esas promesas que nunca pudo cumplir fue la de dejar de trabajar, aunque él opina lo contrario. Es verdad que desde hace 18 años no tiene sobre sus hombros la responsabilidad de garantizar el bienestar de más de medio millón de familias cafeteras, pero eso no quiere decir que haya dejado de ir a la oficina, por lo menos hasta que el aislamiento obligatorio le dañó la rutina.

Incluso en estos tiempos de pandemia se levanta temprano, atiende decenas de llamadas y despacha desde una mesa de su apartamento, siempre abarrotada de documentos y lecturas que considera obligatorias. Si la videoconferencia lo justifica, usa saco y corbata, además de un pañuelo en el bolsillo del pecho.

Así es Jorge Cárdenas Gutiérrez, quien viene de celebrar las nueve décadas de haber nacido en una casa ubicada en la calle Bolivia con carrera El Palo, en la que todavía era una pequeña ciudad de Medellín. Tanto, que uno de sus recuerdos de infancia es el de visitar con frecuencia la que fue la finca familiar llamada Provenza, ubicada en El Poblado, en donde los caminos de tierra y los potreros hace rato fueron remplazados por el asfalto de la metrópoli.

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Los golpes del destino

Tuvo una infancia feliz, en la que se mezcló la vida del campo con la del barrio. Pero un día al volver del colegio, cuando tenía once años, supo que Rafael, su papá –ingeniero de la Compañía Colombiana de Tabaco– venía en una ambulancia para la casa, en donde moriría un par de horas después.










La familia cerró filas en torno de Conchita Gutiérrez Gómez, viuda a los 30 años, y de sus seis hijos. Todos acabarían siendo profesionales, aunque el mayor –Jorge– parecía estar al comienzo más interesado en los deportes y los paseos que en los libros.



Sin embargo, la disciplina de dos años de internado en el Colegio San José, regentado por los hermanos de La Salle, acabó rindiendo sus frutos. Tras coquetear con la idea de estudiar economía, el joven bachiller finalmente se inclinó por el derecho, graduándose de abogado de la Universidad de Antioquia.

Su primer empleo fue el de juez municipal promiscuo en Copacabana, el mismo municipio del Valle de Aburrá en donde hizo su año rural. Pocos meses después llegaría a ser juez de circuito, pero pronto se dio cuenta de que la carrera judicial no era lo suyo.

A decir verdad, la cercanía a la política le llamaba más la atención. De tradición conservadora, desde siempre le interesó lo que pasaba en las toldas azules. Dotado de una gran simpatía y fácil de distinguir por cuenta de su alta estatura, no demoró en ganarse el cariño de sus mayores, sin caer jamás en el sectarismo.

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Uno de ellos fue Mariano Ospina Pérez, quien llegó a la Presidencia de la República en 1946, y comandaba una de las alas del conservatismo. El otro, Gilberto Alzate Avendaño, era considerado como un aspirante fijo al primer cargo de la nación, hasta que la muerte lo sorprendió en 1960, poco después de cumplir 50 años.

También conoció a Gabriel Betancourt Mejía, quien a mediados del siglo pasado se desempeñaba como presidente de Peldar y una de cuyas obsesiones era la de crear una entidad que financiara los estudios de jóvenes colombianos en el exterior. Por cuenta de un congreso estudiantil, Cárdenas acabaría siendo definitivo para que el ejecutivo renunciara a su puesto y se dedicara a fundar el Icetex.                                                                                     
Fue precisamente el papá de Ingrid Betancourt quien convenció al joven abogado paisa de que se dedicara a la administración pública e hiciera una maestría en la Universidad de Syracuse, en Estados Unidos. Luchó inicialmente con el inglés, pero sacó su fuerza de voluntad para aprenderlo en tres meses.                                                                                                         
Esa misma característica le serviría para proponerle matrimonio a Cecilia Santa María, a quien había conocido en Medellín y estaba adelantando sus estudios universitarios en otro lugar de Norteamérica. El matrimonio acabaría teniendo lugar en la capital antioqueña en 1957, a donde volvería la pareja un año después, con sendos diplomas bajo el brazo y una hija a bordo.                                                                                                                                           
Ese retorno casi se ve interrumpido por cuenta de un viaje a Washington, para visitar a José Gutiérrez Gómez, una verdadera figura del notablato paisa, quien era tío de Cárdenas y embajador de Colombia ante el gobierno de Dwight Eisenhower. La idea de entrar al Banco Mundial, que era todavía una entidad joven, sonó atractiva, pero el intento no fructificó.

Una de vez de regreso, desdeñó las tentaciones de hacer carrera en la política y comenzó a trabajar en la regional del Banco de Bogotá. La que podría haber sido una trayectoria en el sector financiero se truncó por cuenta de la oferta de ser secretario de Hacienda del municipio, en los albores del Frente Nacional.                                                                  
Con el gobierno de Alberto Lleras, el destino dio un nuevo giro. La oferta de formar parte de una comisión de reforma del Gobierno Nacional
implicó un trasteo a la capital, que se confirmaría con el nombramiento como director del Departamento Administrativo de Servicios Generales, que centralizó las compras del Estado y el manejo de los edificios públicos. 

A mediados de 1962 y con la administración liberal a punto de terminar, vino otro desafío: la vicepresidencia financiera de Ecopetrol. Lo que nadie tenía en mente es que la cabeza de la compañía estatal, Samuel Arango Reyes, saldría del cargo y el recién llegado tendría que sortear una huelga de la Unión Sindical Obrera.

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Semejante bautizo de fuego sirvió para que Cárdenas recibiera una llamada inesperada. Al otro lado de la línea estaba Arturo Gómez Jaramillo, gerente general de la Federación Nacional de Cafeteros, a quien había conocido en un avión.

La invitación a un tinto derivó en el ofrecimiento del cargo de número dos de una institución que no solo era clave para la economía nacional, sino que tenía asiento en el Consejo Nacional de Política Económica y Social, comandado por el Presidente de la República. Para alguien con 32 años de edad, la propuesta era una de esas que no se repiten.

Así comenzó una carrera que duró casi cuatro décadas. La personalidad fría y algo distante de Gómez Jaramillo se complementó perfectamente con la de Cárdenas. Mientras el primero pasaba largas temporadas de viaje en contacto con países productores y consumidores del grano, el segundo manejaba la casa por dentro, en permanente contacto con los comités municipales y departamentales.

Dicha combinación resultó muy efectiva para el manejo de la bonanza cafetera de 1975, cuando las cotizaciones llegaron a máximos históricos tras una serie de heladas que afectaron las plantaciones del Brasil. De un momento para otro, las exportaciones se dispararon, lo cual creó no pocas tensiones con la administración de Alfonso López, que aspiraba a quedarse con buena parte de los recursos extraordinarios. Al final de la historia se logró llegar a un esquema que preservó la institucionalidad y que serviría más adelante.

Por cuenta de tales circunstancias, alguien que nunca tuvo finca productora, ni mucho menos sembró un palo de café, se convirtió en pieza clave de la Federación. Tanto, que cuando llegó el momento de la transición en 1982, a Belisario Betancur, con el apoyo y consenso del sector, le quedó fácil designar al nuevo gerente, quien además era su amigo de muchos años.

La época que siguió trajo grandes satisfacciones para Jorge Cárdenas, pero también grandes retos. De un lado, la marca Café de Colombia se volvió un referente mundial, algo que sirvió para posicionar al grano nacional en las más diversas latitudes.
Gracias a la estabilidad derivada de un acuerdo internacional entre naciones vendedoras y compradoras del producto, se logró sembrar progreso en vastas áreas rurales en donde no entraron los cultivos ilícitos ni mucho menos la violencia. No en vano se afirma que el Estado pudo delegar sus esfuerzos, gracias a un gremio que logró índices de desarrollo humano que envidiaban las regiones en donde no se sembraba café.

Sin embargo, el modelo naufragó en 1989 por cuenta de los vientos que soplaron en favor de la libre competencia y sobre todo la ruptura del acuerdo. Lo que siguió fue una dura época caracterizada por las bajas cotizaciones que han durado varias décadas. Si bien los caficultores colombianos pasaron el trago amargo mejor que la mayoría, quedó en claro que la relativa seguridad de otras épocas había desaparecido.

Ese primer impacto se combinó con la llegada de una crisis financiera a finales del siglo pasado, que arrasaría con algunas entidades bandera del gremio. Al arrancar el nuevo milenio no quedó más alternativa que recibir ayuda del Gobierno, una vez el Fondo Nacional del Café vio disminuido su patrimonio al mínimo.

Volver a empezar

Para Cárdenas, que intentó durante varios años revivir el pacto de cuotas, la época no estuvo exenta de sinsabores. Aun así mantuvo la calma, incluso en los momentos más difíciles, y supo entregar la posta cuando llegó el momento.

Es la encarnación de lo que yo llamo el liderazgo tranquilo”, señala Luis Carlos Villegas, quien trabajó con él. De ello podrían dar fe la docena de presidentes de la república y los 25 ministros de Hacienda con los que tuvo que entenderse.

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“La durabilidad, eficacia y relevancia de las instituciones tienen que ver con su arquitectura democrática, sin duda, pero también depende enormemente de los líderes que las orientan”, sostiene Gabriel Silva, que lo sucedió en el cargo. “La vigencia de la Federación en el siglo XXI se le debe en mucho a Jorge Cárdenas”, agrega.

RICARDO ÁVILA
Para EL TIEMPO

Fuente de la Noticia

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