Temporada de elecciones, temporada de promesas. Haciendo chirlo a los altos valores de la democracia, los votos se compran. Con plata directamente (alrededor de 50.000 COP), con favores o con promesas.
Las promesas se hacen a todos, para las cuestiones más sufridas de la humana convivencia: salud, educación, trabajo. No se olvidan también los llamativos asuntos del deporte y de la cultura, ilusionando una calidad de vida que es difícil alcanzar, cuando sigue faltando agua en la llave.
En la búsqueda de votos baratos, las asociaciones son un plato rico por los candidatos a cualquier cargo administrativo. Ahí se espera encontrar centenas de votos de manera rapida. Por esto, hacer promesas a las asociaciones, es una buena opción en la compra de votos.
Si las asociaciones son vinculadas a estratos de población vulnerable, como en la situación de discapacidad, puede ser aún más fácil ganar votos. Gente que no tiene nada que perder esta pendiente de cualquier mil pesos que pueda alcanzar sin esfuerzo.
Pero es mentira que pueda existir gente que no tenga nada que perder. Se puede acabar lo que tenemos, pero nunca termina lo que somos. La participación a la vida social, expresada con el voto, no es algo material y venderlo es un mal negocio.
Primero, no tiene sentido apoyar alguien para interés inmediato y después quejarse de su mal gobierno cuando las promesas desaparecen y la corrupción florece. Quien lo votó es, en cierto sentido, complice de su mal gobierno.
Segundo, la promesas son muy inmateriales, pueden tener largo plazo para cumplirse o facilmente no se cumplirán o solo parcialmente. El voto no me hace conseguir un recibo para reclamar, un día, que el personaje no ha cumplido.
Al final es muy triste mercadear justicia, dignidad, respeto, valores que pueden regir nuestra existencia también cuando no tenemos nada en las manos.
Ponerle precio a lo que somos es el peor servicio a nuestras vidas y a nuestras sociedades.
