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El que quiera ser artista, que se presente

por Redacción BL

El arte ya no es obra de un artista en particular sino que es obra de todos. Todos, sin excepción, hacemos parte de ese gran teatro que es el mundo.

Al pintor Fernando Botero se le preguntó una vez por el arte contemporáneo y dijo tajantemente que eso no era arte porque muchos de los artistas que se dicen posmodernos o contemporáneos, no saben dibujar una mano ni tienen la más mínima idea de la teoría del color descubierta por Leonardo.
 
Las palabras de Botero abren una profunda discusión que se puede resumir en la siguiente pregunta: ¿Qué es el arte? Y siguiendo en la misma dirección:
 
¿Existe una diferencia entre un pintor y un artista? ¿Cómo podemos definir el ‘performance’ y las instalaciones que vemos hoy en día, en medio del declive del imperio de los Estados Unidos, las guerras de posiciones y la revolución tecnológica?
 
Esta pregunta sobre la naturaleza del arte contemporáneo es la que rastrea el curador y crítico de arte Carlos Jiménez Moreno, en un lúcido libro que me acaba de llegar desde Murcia, España, titulado: ‘La escena sin fin: el arte en la era de su big bang’ (Editorial Micromegas).
 
La tesis de Jiménez es que la explosión o ‘big bang’ que ha sufrido el arte en los últimos años, fue anunciada por primera vez en 1913, en el Salón de los Independientes de Nueva York, con la pieza de Marcel Duchamps, titulada: “Urinario”. A partir de este objeto a donde van todos los desechos líquidos humanos, el arte ya no iba a ser el mismo. El artefacto de Duchamps fue primero objeto de escándalo y rechazo, pero luego, ante la presentación de nuevos proyectos que rompían con el concepto estrecho de la obra como reflejo de la realidad, se convirtió en el referente clave del arte contemporáneo.
 
Jiménez, quien ha bebido de antaño en las canteras insondables del arte, va más allá, y le adjudica la partida de nacimiento del arte contemporáneo, a una novela de Kafka, escrita en los mismos años en que Duchamps le dio el golpe de gracia al realismo, titulada: ‘América’.
 
En la novela, que narra la historia del joven Karl Rossman en los Estados Unidos, hay un pasaje donde se anuncia el gran teatro de Oklahoma. El teatro está abierto desde las seis de la mañana hasta medianoche e invita a que todo el mundo, sin excepción, participe y se una a éste; ¡Todos serán bienvenidos! ¡El que quiera ser artista, que se presente! ¡Maldito sea el que no confíe en nosotros! Dice Kafka.
 
Jiménez retoma este maravilloso pasaje del autor checo para recordarnos que desde las culturas antiguas el arte siempre ha sido un campo de representación donde se exhibe el ser humano. La diferencia entre el teatro clásico y el que nos propone Kafka es que en este último no hay actores profesionales ni espectadores, sino que todo el mundo es un actor en potencia y el rol que realiza es su propia vida cotidiana.
 
El arte ya no es obra de un artista en particular sino que es obra de todos. Todos, sin excepción, hacemos parte de ese gran teatro que es el mundo; queremos ser vistos y que nos miren. En el siglo XXI Narciso triunfó sobre Prometeo. Todos somos actores del gran panóptico del que nos habló Foucault, donde siempre estamos expuestos y vigilados. El arte ya no representa un fin en sí mismo sino que debido al ‘big bang’ que va íntimamente ligado al ‘big brother’, es solo un medio para que el artista lance al mundo, su nuevo aullido.
 
Cantos Cuentos Colombianos: La Casa Daros de Río de Janeiro, bajo la curaduría de Hans-Michael Herzog, tiene abierta hasta el mes de septiembre una exposición de artistas colombianos contemporáneos, donde figuran: Doris Salcedo, Óscar Muñoz, Miguel Ángel Rojas, María Fernanda Cardozo, José Alejandro Restrepo, Fernando Arias, Juan Manuel Echavarría, Nadín Ospina, Oswaldo Macià y Rosemberg Sandoval.

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