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Andrés Mompotes, director de EL TIEMPO, ganó el Mérito Periodístico | Finanzas | Economía

por Redacción BL
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Andrés Mompotes, director de EL TIEMPO, ganó el Mérito Periodístico | Finanzas | Economía

En la conmemoración del Día del periodista, el Círculo de Periodistas de Bogotá entregó diez galardones y tres de ellos fueron para EL TIEMPO Casa Editorial.

En una ceremonia virtual, la entidad reconoció a Andrés Mompotes, director de EL TIEMPO, con el Premio al Mérito Periodístico Guillermo Cano 2022. Igualmente, el galardón en Fotografía y en Publicaciones editoriales.

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En el acta, el jurado, conformado por Juan Carlos Pérez, Gerardo Reyes, Diana Calderón, Adriana Bernal, María Victoria Pabón, Víctor Solano e Ignacio Greiffenstein, reconoció “la pasión por el periodismo de Andrés Mompotes, su sensibilidad, creatividad, destreza y responsabilidad para ejercer el oficio”.

Comunicador social y periodista de la Universidad del Valle y magíster en Ciencia Política de la Universidad Javeriana, Andrés Mompotes comenzó su carrera en EL TIEMPO en la Escuela de Periodismoy desde la base de la pirámide, un febrero de hace 28 años. Hace un año, también en febrero, lo eligieron para asumir la dirección del periódico”, agrega el CPB.

En fotografía, el galardón fue para ‘Procuraduría asumió investigación contra policías en Cali’, de Santiago Saldarriaga Quintero, dos fotografías publicadas en EL TIEMPO durante el paro nacional.

“Estas fotografías tienen la virtud de desajustar una versión oficial, son denuncias sin palabras que dejan sin sustento el argumento de que las autoridades no usaron armas letales ni permitieron que se hiciera. La complicidad por acción y por omisión en dos imágenes indiscutibles. Gracias a su cuidadosa composición y su sentido de oportunidad, se convierten en un documento clave que permite entender, en buena medida, la situación vivida en nuestro país”, dijo el jurado.

Saldarriaga, nacido en Medellín, está vinculado a esta casa editorial desde el 2010 y dice de esta serie: “El 28 de mayo del 2021 hice este trabajo, que es una muestra del fotoperiodismo veraz que realizamos a diario para plasmar la realidad tal y como es, en el momento preciso, pese a lo difícil de nuestra profesión. Para mí, el 28 M fue un día marcado por la violencia, un día para no repetir, un día para la memoria y para nunca olvidar”.

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Finalmente, en Publicaciones Editoriales el premio fue para ‘Lucho Bermúdez: el genio prende la vela’, del periodista y escritor Gustavo Tatis Guerra, de Intermedio, que hace parte de EL TIEMPO Casa Editorial.

Para el jurado, “es una gran narración llena de una admirable capacidad para ubicar al lector en los tiempos sociopolíticos y económicos del país, pero sin dejar de mirar lo que ocurría en el mundo. Es capaz de conectar la Primera Guerra Mundial con las gentes de El Carmen de Bolívar”..

TODOS LOS GANADORES

De un total de 316 trabajos postulados, el jurado premió, además:

Prensa: ‘Ituango lucha por evitar nuevas heridas’, de Juan Felipe Zuleta, publicado en El Colombiano.

Radio:
‘Los últimos días de Gabriel García Márquez contados por su hijo Rodrigo García’, entrevista de Norberto Vallejo para Caracol Radio.

Televisión: Los pasos perdidos: la ruta de los haitianos por Colombia, de Stephanie Valencia, Jorge Patiño y Arturo Almanza, en RTVC Noticias.

Medios digitales: ‘La comunidad de paz resiste’, de Karen Quintero y David Efrén Ortega, de El Espectador.

Pódcast: ‘Carrera espacial latinoamericana’, de Félix Riaño, emitido por Caracol Pódcast.

Periodismo Universitario: ‘Ciudadela de Paz: la historia detrás de la ilegalidad’, de Sophía Cortés, Gabriela Arraut y Rodrigo Falquez, publicado en el periódico El Punto, de la Universidad del Norte.

Caricatura: Falsos positivos, de Raúl Fernando Zuleta (Zuleta), publicada en El Espectador

¿CÓMO ENCARAR UNA AVALANCHA?

Este relato en primera persona, de Andrés Mompotes, director de EL TIEMPO, fue parte de su discurso como invitado a la ceremonia de grados de la Universidad del Valle y resume, de alguna manera, su visión del periodismo y una carrera que reconoció ayer el Círculo de Periodistas de Bogotá.

«Un día de febrero de 1994, volví a Cali convertido en corresponsal de EL TIEMPO. Era mi primer gran reto profesional. Siete meses antes había puesto en pausa mi último semestre de comunicación social de la Universidad del Valle para viajar a Bogotá y vincularme a la primera escuela de periodismo del diario.

Me había ido con un morral lleno de deseos de escribir para contar realidades y había regresado con la certeza de que no hay nada más difícil que pretender abarcar la realidad solo con las palabras.

Eso lo constaté a las pocas horas de haber aterrizado en Cali, ahora con carné de periodista. Mi primera asignación, al día siguiente, fue ir a registrar la herida dolorosa que el río Fraile había abierto, con una espesa y ruidosa avalancha, en un costado del municipio de Florida.

Muchas cosas se quedan para siempre de momentos como ese. El dolor de los sobrevivientes por sus muertos y la desesperanza de quienes escarbaban en el barro en busca de algún vestigio de lo que fueron viviendas habitadas por ilusiones.

Y un dato anecdótico que, contado ahora, puede sonar tan curioso como siniestro. Mientras caminábamos con dificultad sobre esa sopa oscura de fango un grito advirtió a lo lejos: ¡Avalancha, avalancha!

Al principio, ese grito no movió ni un centímetro a quienes estábamos parados sobre las ruinas frescas de la tragedia. Pero a esa primera advertencia, de una voz masculina, se sumaron otras, de voces más jóvenes y distintas.

Allí fue cuando salió corriendo el primero. Hacia cualquier lado para alejarse del miedo. A él lo siguieron otros. En pocos segundos, los que huíamos en manada ni siquiera mirábamos hacia atrás para no ver las fauces del río enfurecido. Cuando nos sentimos a salvo, la verdad nos humilló: todo era mentira.

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Nunca hubo una nueva avalancha. Ni indicios de ella. A estas alturas no importa siquiera cuál fue el origen de esa alerta sin fundamento. Lo que importa es que al volver a ese recuerdo he podido reconocer la verdadera estampida que estuvo a punto de devorarnos esa mañana: la del alud de fango que nace de una mentira esparcida en cadena.

¿Y por qué regresar a ese momento se hace tan relevante en este ejercicio de la memoria? Porque se enlaza con uno de los desafíos que encaramos sin remedio, la obligación de aplicar esas máximas del conocimiento académico y el método científico que se sustentan en la observación, el análisis, la confrontación y la verificación de los hechos para darle sentido a la verdad.

Ese reto, que es capaz de hacer ver como una parodia inofensiva aquel rumor de la avalancha mentirosa, es el de combatir el poder destructor de las noticias falsas y realidades artificiales, que se esparcen por las redes sociales y ecosistemas digitales con una velocidad de contagio superior a la de cualquier pandemia.

No podemos olvidar que el periodismo tiene que ser un antídoto contra ese virus. La pelea no es fácil. La velocidad con la que se propaga una noticia falsa a través de las redes sociales es superior, por mucho, al ritmo paquidérmico de una noticia confirmada y confiable.

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Estudios que usan modelos estadísticos sostienen esa tesis al medir el origen de las interacciones, es decir al cuantificar el crecimiento exponencial que adquiere una noticia mentirosa en las conversaciones sociales y al identificar la carga de emotividad que es capaz de provocar.

Eso es lo que buscan los algoritmos, con su olfato entrenado, para hacer que una información sea más visible que otra. Ese vértigo es el que provoca el contagio social.
El otro ingrediente que favorece esta cascada de destrucción de la verdad es que muchas personas no solo se sienten atraídas por las noticias falsas debido a sus técnicas fantásticas, de hecho al primer contacto con esas informaciones no tienen cómo saber si son ciertas o no, se sienten seducidos por ellas por otra razón, porque son las que más reivindican sus miedos, preferencias e ideologías, las cuales comparten con sus entornos de conversación más cercanos. Es decir, porque son las que replican cómodamente su visión del mundo.

Y el mundo es una amalgama de colores que es imposible explicar y comprender usando únicamente tonos de blanco y negro. (…) Hoy vengo aquí con el orgullo y la responsabilidad de ser el director general de un periódico de más de 110 años de historia, que no solo se ha consolidado como el diario más influyente del país, sino que además es el medio colombiano con la mayor audiencia en internet.

Y hago referencia a esta característica digital de EL TIEMPO no para hacer la enumeración de un dato, sino para hacer notar la importancia de aprovechar el enorme potencial de la web y de las redes sociales en beneficio de la democracia y la masificación del conocimiento, pero sin dejar de advertir los riesgos y las perversiones que se derivan de la inadecuada instrumentalización de sus promesas en una era en la que estamos expuestos a toneladas de información, como nunca antes.

La tarea es encarar esa avalancha de lodo. No se puede huir de ella como lo hicimos despavoridos quienes hace ya casi 28 años pretendíamos salvarnos de un falso alud de barro y piedras en las riberas del río Fraile.

Hay que enfrentar ese “lodo tóxico”, como lo llamó hace poco María Ressa al recibir el premio Nobel de Paz, tras fustigar a los gigantes globales de internet por infectar a la gente con miedo y odio.

Transformar esa realidad implica, por lo tanto, que cada individuo se asuma como sujeto manipulable para empezar a combatir esa premisa con un criterio que confronta y busca fuentes ciertas antes de dejarse llevar por el instinto de sus emociones y juicios previos.

Enfrentados al dios implacable de la velocidad digital, a la inexorable avalancha de la inteligencia artificial, a la cosmología omnipresente del algoritmo, no queda más remedio que volver con urgencia a la certeza de lo humano.

No para rebelarse en tribus que solo se aferran a la nostalgia del pasado, sino para llenar de sentido a este mundo de la automatización imparable, para dotarlo de alma y cuerpo, de solidaridad y empatía, de esa auténtica noción de la realidad que se alimenta de los hechos.

Es decir, para iluminar con la ética y la verdad los lugares inciertos hacia donde vamos».

PORTAFOLIO
(Información tomada de EL TIEMPO)

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