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Coronavirus en Colombia: ¿Cómo la crisis por la pandemia puede ayudar a la unidad? – Gobierno – Política

por Redacción BL
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Coronavirus en Colombia: ¿Cómo la crisis por la pandemia puede ayudar a la unidad? - Gobierno - Política

En 1977, España estaba al borde de una catástrofe económica y social. Era imperativo adoptar medidas de urgencia para evitar un escenario de hiperinflación que arrasaría con la frágil democracia que se instauraba tras cuatro décadas de dictadura.

El mayor problema, sin embargo, no era económico sino político. El país estaba profundamente dividido; no había un proyecto conjunto de futuro, sino varios grupos de interés que pujaban por su propio beneficio.

A los líderes de entonces se les ocurrió, en buena hora, que no bastaba con pactar medidas coyunturales a corto plazo. Que el propósito de la democracia recién estrenada tenía que ser algo más que la simple disputa por el poder.

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Era el momento de un gran pacto político, económico y social que vinculara a todos los partidos, a todos los sectores sociales. Era el momento de pensar en una agenda país, en un futuro compartido, en un proyecto vinculante.

No porque fuesen momentos de concordia cívica, sino todo lo contrario. Entre las disputas ideológicas de franquistas y partidos de izquierda, las demandas nacionalistas de vascos y catalanes y las tensiones entre empresarios y sindicatos, el país estaba a punto de explotar.

Y no solo no explotó, sino que la convocatoria a un diálogo generativo y los acuerdos posteriores en materia institucional y económica, a los que se llegaron con una gran dosis de cooperación y creatividad, se convirtieron en un precedente histórico de modernización, bienestar colectivo y convivencia democrática.

Más de 40 años después de los Pactos de la Moncloa, los colombianos tenemos la oportunidad única para avanzar en un diálogo generativo, colectivo y vinculante, que nos acerque a lo que llamamos ‘convergencia por Colombia’.

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Es muy posible y deseable que las inmensas dificultades e incertidumbres que vamos a tener que afrontar como resultado del coronavirus nos generen una nueva conciencia, una actitud más responsable y más interdependiente frente a nuestro propio futuro.

Entendemos claramente la importancia de priorizar y focalizar los esfuerzos individuales y colectivos en la gestión adecuada de la crisis de la salud. Y nos reconforta la solidaridad, disciplina y resiliencia de nuestros compatriotas.

Y en buena hora, vemos que el presidente Iván Duque y la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, están ejerciendo con autoridad y firmeza el inmenso reto de tomar decisiones de fondo, lo cual ha generado seguridad y confianza pues de manera responsable están cumpliendo con el mandato otorgado para dirigir, orientar y generar condiciones para la protección colectiva.

Pero la historia nos demuestra que estos procesos son cíclicos y que, más temprano que tarde, una vez superada las fases de contención, mitigación y recuperación, entraremos en una nueva etapa de transformación y de replanteamiento de las prioridades de la nación. Y es aquí donde se requiere un ejercicio de liderazgo e inteligencia colectiva.

Por tanto, debemos anticiparnos y empezar a construir colectivamente un contrato social que nos permita crear nuevas realidades y generar mucho mayor bienestar colectivo.

Lo que viene

Las fases siguientes serán un reto mayor que no puede ser resuelto únicamente por el ejercicio de la autoridad formal o por un solo líder.

Requiere del compromiso de los colombianos en la construcción y puesta en marcha de una nueva agenda nacional, basada en un propósito superior que esté por encima de las discrepancias políticas o conceptuales que nos tienen tan divididos en Colombia y que sea capaz por si solo de convocar a la sociedad a un ejercicio de compromisos y responsabilidades compartidas.

En esa nueva etapa, los líderes no tendrán las respuestas que la sociedad quiere oír, pues entraremos en un nuevo mundo desconocido sin mapas comprensivos que nos orienten.

Tendremos que desarrollar nuevas capacidades para aprender, desaprender, improvisar, y mucha resiliencia para aceptar las pérdidas humanas, ambientales, económicas y de todo tipo que vamos a afrontar. Y estas capacidades no se pueden decretar.

Más temprano que tarde tendremos que abordar nuevas preguntas y, como sociedad, volvernos más corresponsables de ese futuro que queremos construir.

Tendremos que desarrollar nuevas capacidades para aprender, desaprender, improvisar, y mucha resiliencia

Estamos saturados con el debate tradicional en el que los grupos de interés involucrados se limitan a plantear sus premisas inmutables sobre lo que se debe hacer y cómo hacerlo, bajo la presunción errónea de que hay respuestas correctas e inmutables que solo pueden provenir de la orilla propia.

Lo que nos une como país

Existe otra opción: la del diálogo generativo, el cual exige aceptar que hay diferencias no solo en el planteamiento de las soluciones, sino en la formulación de las preguntas, la causa de los problemas y la manera de solucionarlos.

Saber que hay intereses que nos dividen, pero también que son muchas más las cosas que nos unen como colombianos y como seres humanos.

Ver la realidad a través de los ojos y paradigmas de los otros, para poder entender mejor lo que puede estar impidiéndoles, a ellos y a nosotros, construir nuevas posibilidades y convergencias sobre asuntos sustanciales.

Asumir que hay dilemas complejos, desafíos de liderazgo, que, como nos enseña Ronald Heifetz, trascienden las ideologías y requieren nuevos procesos de exploración, descubrimiento y aprendizaje colectivo.

Reconocer que los otros pueden ser adversarios políticos o ideológicos, pero no enemigos, y que con ellos es perfectamente posible trazar un propósito superior compartido.

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Tenemos la oportunidad histórica de activar un gran proceso de innovación social, para centrar nuestros esfuerzos en dos o tres principios esenciales de convivencia y bienestar colectivo que, como en la acupuntura, sean capaces de detonar nuevos circuitos, nuevas conexiones, nuevas alianzas que impacten positivamente la evolución de la nación y, en particular, de sus regiones.

No podemos cometer los mismos errores que cometimos en la gestión de la paz. Seguimos sin entender nuestra incapacidad para actuar mancomunadamente en un tema tan vital.

Es como si al liderazgo también se le aplicara lo que alguna vez dijo Brake respecto al arte: “En arte lo único que interesa es lo que no se puede explicar”.

El diálogo generativo no es una negociación ni una simple conversación, desarrolla metodologías específicas para armar posibilidades a partir de las diferencias y de entender la política como lo que realmente es, una búsqueda de convergencias entre verdades siempre parciales y provisionales; por tanto, admite y promueve la divergencia. Esa es su dialéctica.

Definamos las prioridades

El expresidente John F. Kennedy decía que no hay ningún problema del que dependa el destino de la humanidad que esté más allá de los seres humanos, porque “la razón y el espíritu del hombre han resuelto con frecuencia los retos aparentemente irresolubles”, los cuales son, por definición, retos de liderazgo.

Nuestro país tiene una responsabilidad enorme a la hora de enfrentar esos retos, y por ello tiene dos opciones: seguir en la inercia irresponsable en la que parecíamos sumidos algunos actores de la vida nacional antes del coronavirus, o definir las prioridades correctas y, en una demostración de inteligencia y liderazgo colectivo, asumir de manera más contundente la defensa de la vida y del bienestar colectivo.

Nuestra mayor responsabilidad es la de articular las iniciativas aisladas que provienen de las empresas, la comunidad académica y científica, los líderes sociales y los políticos en un pacto incluyente y de largo alcance.

Un pacto con metas específicas y un lenguaje común que nos permita unir esfuerzos para demostrar que podemos hacer una contribución invaluable a la hora de resolver esos desafíos adaptativos, esos problemas aparentemente irresolubles de los que hablaba Kennedy, con el optimismo y la resolución que caracteriza a las personas que han hecho diferencia en la historia.

Lo realmente maravilloso para Colombia es que existen una buena cantidad de iniciativas, de proclamas y de propuestas de todo tipo que nos servirían para la construcción colectiva de los principios rectores de una agenda nacional.

Afortunadamente, el Gobierno ha sido receptivo a esta realidad y ha desarrollado mesas de conversación comprometidas con la búsqueda de soluciones. Y contamos con las recomendaciones profundas de la Comisión de Sabios respecto a una Colombia biodiversa, equitativa, productiva y sostenible.

Y si quisiéramos converger en objetivos e indicadores medibles y estratégicos, ahí están los objetivos de desarrollo sostenible.

Y contamos con las luces de la encíclica Laudato si’ del papa Francisco, no solo ante el cuidado de la casa común, sino ante la ecología del ser, en la cual nos convoca a un ejercicio consciente sobre el compromiso de cada ciudadano para lograr que la sociedad evolucione como un todo.

Además, casi todos los gremios, entidades académicas, centros de pensamiento están justamente promoviendo dichos ‘pactos país’, cada uno con mucha profundidad.

Lo que nos hace falta es encontrar en todos ellos lo que es convergente y, como ha sucedido en otros países, lograr que esa sea la gran brújula nacional para todos los sectores.

Es la única forma de aprovechar la oportunidad histórica que tenemos entre manos para impactar positivamente en el bienestar colectivo, entendido como una sociedad más equitativa, más próspera y más pacífica. Es el mejor legado que le pueden dejar los líderes a su comunidad.

GUSTAVO MUTIS 
Para EL TIEMPO

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