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El día que Uruguay escribió otra leyenda eliminando a Ghana en un Mundial

por Redacción BL
El día que Uruguay escribió otra leyenda eliminando a Ghana en un Mundial

Recordar es un ejercicio que nos planta fotografías en la imaginación para nunca dejar morir lo que alguna vez fue. Un recurso muy utilizado por el fanático del fútbol que guarda con religiosidad las capturas de milésimas de segundos, después convertidas en historias eternas.
Y si hablamos de un mundial, la cosa se pone más especial, porque su aparición cada cuatro años exige que la mente trabaje con rigurosidad y se convierta en un disco duro imposible de resetear.

Por eso, si mencionamos Sudáfrica 2010, quizá retumbe en el cerebro el zumbido imbatible de las vuvuzelas, o la Jabulani volando a su antojo hacia los ángulos de las porterías desprotegidas por los arqueros, que sufrieron con su extrema ligereza. De pronto aparece el pulpo Paul sorteando el destino de los partidos o África abriendo las puertas por primera vez a un Mundial. Se ha de atravesar la imagen de Andrés Iniesta marcando el gol más importante de España o a Alemania arrollando a la Argentina del Maradona técnico.

Pero si hay algo que distingue a ese campeonato, si existe una imagen que lo puede definir mejor que mencionarlo, es la mano de Luis Suárez evitando un gol lapidario de Ghana a último minuto que acabaría con el sueño de Uruguay de avanzar a semifinal. Esa mano derivó en una racha de sucesos exitosos para el combinado charrúa que incluyó nada menos que un penal errado en la última jugada, definición desde los 12 pasos y un ‘Loco’ que ‘pica’ el tiquete al top cuatro de las selecciones mundiales.
De ese Ghana-Uruguay habrán miles de historias, porque así se teje el recuerdo de lo épico, porque entre más grande la hazaña, más necesidad de hiperbolizarla. Y el fanático la exalta, la conmemora, la inmortaliza entre cuentos que nadie confirma, pero tampoco desmiente.

No se cuentan ahora, porque apenas fue hace una década. Las leyendas se constituyen con los años y son el paso de estos, y el contar de sus protagonistas y testigos, los que la harán icónica a su manera.
Pero hay una que es cierta, que quien la vivió la cuenta aún emocionado, y a veces apenado. Quedó grabada en el video de un aficionado, pero el tiempo y la tecnología han borrado esa prueba. Está en su memoria y en la de quienes la presenciaron, aunque fuesen pocos.

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Con el 1-1 del tiempo oficial, Ghana y Uruguay extendieron la agonía 30 minutos más. La embestida era africana y la resistencia, charrúa. Faltaban 25 segundos para el final cuando Olegario Benquerenca, el juez portugués del encuentro, pitó una falta inexistente del defensa Jorge Fucile sobre Dominic Adiyiah. Tiro libre, la última jugada, centro al área, Fernando Muslera sale a cortar infructuosamente el centro, Stephen Appiah remata al arco, Suárez rechaza con el pie, Adiyiah la devuelve de cabeza y aparece la mano del ahora delantero del Barcelona para alejarla, como evitando la muerte, pero clavándose un puñal en el corazón.

Penal claro e irrefutable. Asamoah Gyan tomó el balón. 24 años tenía en esa época, pero ya había participado del Mundial de Alemania marcando cuatro goles, su experiencia convalidaba su presencia frente a ese balón y a ‘Nando’.

En el banco, Juan Castillo –en ese entonces arquero del Deportivo Cali- empezaba a asimilar la derrota. “Conocía al jugador y me imaginé que no teníamos chance… Asamoah ya había pateado dos penales en Sudáfrica y nosotros lo habíamos visto. Sabíamos que esperaba al arquero y tiraba al lado contrario de donde se lanzara. No tenía un patrón. Por eso pensé ‘hasta acá llegamos’”, rememoró el golero.

Pero en este partido la lógica se ausentaba: Gyan tiró arriba, fuerte, con soberbia, y el travesaño, amigo de Muslera en varias ocasiones del Mundial, la elevó lejos de la posibilidad de que Uruguay fuese eliminada. Pitazo final.

Para el mundo fue deslumbrante; para el fanático, el hecho que hacía valer la pena los cuatro años de espera, ese instante colosal por el que se sienta frente al televisor en cada Eliminatoria, en cada amistoso, por el que alinea el calendario y reserva su vida exclusivamente al fútbol por un mes. Y entonces, cuando aparece se pregunta ¿qué haría si fuera yo el que pateó o el que tapó? ¿Qué pasaría conmigo si estuviera ahí?

Nadie lo sabe más que el que lo vive. Pero seguro que ante la dualidad de esas emociones muchos terminaríamos como Castillo, el protagonista de esa anécdota por la que narramos esta epicidad.

El ahora asistente técnico de Diego Forlán en Peñarol se desmayó justo cuando la Jabulani se elevó anunciando una nueva oportunidad para Uruguay.

“Ese momento cumbre de la tristeza a la felicidad me descompensó”, confesó.

Los niveles de desconsuelo y euforia que alcanzó su cuerpo aceleraron su corazón, nublaron su vista y lo tumbaron al suelo, requiriendo asistencia médica por tres o cinco minutos, ya no recuerda muy bien.
“Pero no fue más que una reacción a tantas emociones”, dijo Castillo mermándole importancia a lo que, quizá, fue la representación del fanático en la cancha, ese que no soporta el popurrí sensitivo y cae, pero cae cuando ya sabe qué pasó, cuando la gloria ya le pertenece.

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En las gradas, su familia no se enteró. Estaban todos abrazándose y festejando que una vez más el sol brillaba sobre Uruguay.

Afortunadamente Juan logró ponerse en pie rápidamente, ir a entregarle su fe a Muslera y calmar un poco el angustiante escenario de visitante que tenían con las vuvuzelas ensordeciendo al Soccer City de Johannesburgo.

En el banco, esperando la tanda de penales y ya sabiendo que fue cuestión de emociones, Diego Lugano le pidió en broma que no se volviera a desmayar cuando salieran a festejar la clasificación, “porque mirá que te quedas solo”, contó el escritor uruguayo Hugo Viglietti en la biografía del capitán celeste publicada en 2011.

No hubo necesidad. Juan soportó esa “procesión”, como llamó al camino de Sebastián ‘Loco’ Abreu para llegar hasta el balón y patear el último tiro. “Pensé que no la picaba”, reconoció. Sus compañeros se unían a su noción.

“Aunque ’El Loco’ tenía todos los golpes, esa era su marca registrada. Pero también corría riesgos. Así que pensábamos que no lo haría”, contó.

Además, reveló Viglietti, en días anteriores los tres arqueros celestes habían estado mirando una página web que reseñaba los 10 últimos goles de penal de jugadores del Mundial y el mismo número de atajadas de los arqueros participantes. Suponían que Kingson, el golero ghanés, también la había ojeado y sabía que Abreu era particular.

Se equivocaron… En sus suposiciones y sus sensaciones, porque ‘El loco’ aprovechó el desparpajo de su delirio, hizo una corta carrera y la levantó suavecito, al centro, ‘picada’ para decretar el 4-2 en penales, salir corriendo con las manos abiertas y finiquitar con excelso acto el partido “más icónico de la selección uruguaya en los últimos 40 años”, como lo concluyó Castillo.

De ahí en adelante nunca nada generó algo parecido, no hubo más desmayos. Uruguay se iría cuarto de Sudáfrica, después de perder con Holanda en la semifinal y con Alemania por el tercer puesto. No se llevó una medalla, pero sí algo que los títulos no necesariamente regalan: la inmortalidad.



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