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El hombre en el hogar

por Redacción BL
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EL reciente informe de la fundación de las cajas de ahorros sobre Familias en transformación refleja que las familias  se han transformado, sí, pero menos. En un aspecto el cambio es demasiado lento: en la participación del hombre en las tareas domésticas.

La incorporación de la mujer al trabajo asalariado y la tendencia a la igualdad han hecho que las nuevas generaciones de hombres hayan roto el interesado tabú de que las tareas del hogar son privativas de la mujer. Pero muchos se resisten todavía a compartirlas. Incluso los jóvenes, que parecían destinados a ello por estar menos expuestos a la mentalidad machista tradicional. En el grupo de edad entre los 25 y los 29 años los varones dedican menos de dos horas como máximo a las tareas del hogar: casi la mitad que sus parejas.

A pesar de la sobrevenida afición por la cocina de los hombres , cocinar y limpiar siguen siendo faenas muy mayoritariamente femeninas, quizás porque el cocinero hispánico es más bien de fin de semana y vacaciones, en plan ocio creativo, y menos partidario de meterse en los fogones de forma cotidiana, en el día a día, y porque la limpieza todavía suscita incomodidad y aversión. En cuanto a planchar, considero un misterio indescifrable el hecho de que poquísimos varones lo hagan, y todavía son menos los que, si no tienen más remedio, lo hacen pero a disgusto. Por el contrario, la compra en el supermercado o en la tienda de desavío es una actividad que se suele realizar asiduamente y con agrado.

Aparte de los cambios sociales y psicológicos experimentados en la vida en pareja, hay factores que juegan a favor de una mayor implicación del hombre en la casa. La predisposición aumenta de modo considerable cuando el varón tiene empleo en el sector público, jornada laboral más corta, pocos hijos y nivel educativo alto. Parece lógico. También lo es una evidencia que no por desagradable de oír resulta menos obvia: lavan, friegan, hacen las camas y cocinan con más frecuencia los hombres que conviven con mujeres de elevada educación y buenos sueldos. Probablemente el estatus de las compañeras les lleva, a ellas, a una exigencia superior, y a los dos, a una relación más equilibrada e igualitaria. Para lo bueno y para lo malo, ya saben.

No es lo mismo pedirle que comparta tareas a un marido que vuelve a casa derrengado después de una larga jornada de trabajo para ganar el único ingreso que entra en la familia y espera que la mujer poco formada y sumisa le tenga todo listo que pretender que en un hogar en el que los dos trabajan en la calle, y quizás ella disfrute de un empleo mejor, el varón se comporte como su padre y su abuelo y no dé un palo al agua. Cada vez es más difícil. Mejor así.

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