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Formas positivas y eficaces de criar a los hijos

por Redacción BL
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El éxito de los padres en la educación de los hijos depende más de la clase de personas que sean, que de la clase de procedimientos y técnicas que se empleen. Para ser buen padre o madre hay que ser, previamente, una buena persona, hay que tener una personalidad sana, equilibrada. Cuestión básica en la educación de los hijos es amarlos.

Algunos creen que ser buen padre consiste en comportarse de cierta manera o hacer determinadas cosas en sus relaciones con sus hijos. Pero realmente no se es buen padre por cumplir ciertas reglas y no se deja de serlo por su falta de cumplimiento. La buena paternidad, como la buena maternidad no depende principalmente de acciones externas y superficiales. El éxito de los padres en la educación de los hijos consiste en algo más profundo y radical: depende más de la clase de personas que sean, que de la clase de procedimientos y técnicas que utilicen.

Los buenos padres se caracterizan por los sentimientos y actitudes profundas, positivas que sienten hacia sus hijos y personas en general. Para ser buen padre hay que ser previamente una buena persona, hay que tener una personalidad sana, equilibrada, sin desajustes ni conflictos emocionales importantes o con un mínimo de ellos, de modo que no se irradie o proyecte sobre los hijos la influencia nociva de los propios defectos y problemas personales.

Los buenos padres deberán tener, además de una base de salud mental, de armonía y equilibrio psíquico, un fuerte sentimiento de amor y aceptación hacia sus hijos. El niño que es aceptado y querido íntegramente recibe de sus padres la suficiente atención y consideración personal que necesita.

Los padres demuestran amor a sus hijos ofreciéndoles una relación y un contacto personal cálido y afectuoso. Cada momento del día brinda la oportunidad de expresar sentimientos de amor a los hijos: desde los actos iniciales de saludarlo y acariciarlo y de darle el pecho, cargarlo y abrazarlo al darle el alimento, bañarlo y vestirlo, hasta la participación cordial y cariñosa en sus conversaciones, juegos y actividades, el interés por sus estudios y el ofrecimiento frecuente de estímulos, aliento y ánimo. Todas las formas de relación con los hijos brindan la ocasión de expresarles ese sentimiento y actitud profundos y esenciales de amor, que es la raíz, de la buena paternidad y maternidad.

Lo que importa no es tanto la perfección, el orden escrupuloso o el cuidado esmerado, sino el trato personal amistoso, cariñoso y alegre. Hay padres que tratan de expresar su amor, dando o regalando cosas: juguetes, objetos, dulces, bienes materiales. Pero el niño tiene una fina intuición que le hace comprender los sentimientos sinceros y profundos de sus padres y no se engañan por las apariencias. Cuando el sentimiento de amor y aceptación hacia el niño es verdadero y profundo, tanto el padre como el hijo saben que el mejor regalo no es una cosa, sino la donación de la persona misma del padre o de la madre, el regalo de uno mismo: lo que significa más interés y participación en la vida del hijo, más tiempo compartido con él en jugar, conversar, salir, pasear, etc. Sobre todo lo que el niño necesita más es la compañía y compenetración afectuosa con sus padres en la primera infancia que es cuando se modelan las características decisivas de la personalidad. No hay que añadir, porque es obvio, que esa misma necesidad continúa a lo largo de los años, pero que es particularmente importante en los primeros tiempos de vida.

Salir con el hijo a dar una vuelta a la manzana, mientras se le habla, conversa y atiende cariñosamente, es un regalo mejor y se agradece más que el más atractivo paseo en el que tiene que ir solo o sin que se ocupen de él.

A algunos les puede parecer muy simple, muy natural y obvio que los padres amen a sus hijos. ¿Acaso no quieren todos los padres a sus hijos? ¿Entonces, por que hablar de esto? Esta creencia popular de que los padres y madres aman siempre a sus hijos por instinto es una creencia errónea; el hecho cierto es que hay padres que no desean a sus hijos y los rechazan y hostilizan, aunque a veces sin darse cuenta, inconscientemente, con consecuencias muy perjudiciales para estos.

El padre que está en este caso no le brinda al hijo la atención y protección necesarias. La actitud de rechazo implica el abandono, la indiferencia o el repudiar del niño, la negativa o resistencia a satisfacer sus necesidades y deseos, el castigo, el maltrato, la humillación frecuente, los vejámenes y críticas negativas constantes. Este es quizás la señal más evidente del rechazo: la tendencia a criticar, a antagonizar, a reprochar al niño a cada momento.

Es de suma importancia para los padres conocer a fondo, darse cuenta, concienciar sus verdaderos sentimientos y actitudes hacia el hijo, pues si hubiera alguna actitud inconsciente de rechazo u hostilidad hacia el niño, aunque fuera reprimida, sería un poderoso obstáculo en su crianza, por lo que si se dieran cuenta de la presencia de estos nocivos estados anímicos deberían tratar de erradicarlos, de arrancarlos como se hace con la mala hierba que impide el crecimiento de la sana vegetación.

La cuestión básica en la educación de los hijos es amarlos, mostrarles nuevos cariños. Esto no es una técnica, ni es un procedimiento, sino un sentimiento, una actitud, y las acciones apropiadas surgen, brotan muchas veces sin técnicas aprendidas, cuando hay un genuino y profundo sentimiento de aceptación y amor hacia el niño. Sin ese sentimiento y actitud básicos, no hay técnica, ni ciencia del mundo que logre educar bien a los hijos, como sin cimientos no hay arquitectura que consiga construir un edificio.

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