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Hacer el amor.

por Redacción BL
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Si el amor es algo que se “hace”, estamos hablando de una expresión corporal muy cercana a la gimnasia (claro en la forma más placentera y divertida). Pero, hablar de algo que se hace, favorece una idea de manejo y poder. “Hacer” aparece en este caso como una expresión limitativa: se lo puedo hacer, es una realidad donde yo mando, un ejercicio menor y manejable. 

 

El amor no puede ser tan pequeño. Es algo que se “vive” con expresiones infinitas; no es algo que se hace. El amor es la mejor relación entre personas: un mundo de maravilla, de hermosura y de crecimiento. Un florecer bellísimo de vida, con éxitos de sabrosos frutos. Así que es aconsejable no reducir nunca la potencia vital del amor. Respetar la hermosura del amor nos hace entender que, en todas las realidades del ser humano, amar es la actitud correcta. 

 

Lo ha dicho papa Francisco, hablando a unas asociaciones que buscan favorecer una vida digna a pesar de inhabilidades y sufrimientos (Obreros de la Cruz y CVS Internacional, Roma 17 mayo 2014). El sufrimiento no es un valor en si mismo – afirmó Francisco –  es una realidad que Jesús nos enseña a vivir con una actitud correcta. Según la enseñanza del Evangelio, la actitud correcta es la del amor: el amor, a Dios y a los demás, hay que colocarlo también en el sufrimiento. El amor, concluye el Papa, todo lo transforma. 

 

A pesar de ser creyentes o no creyentes en Dios (y también a pesar del dios en que uno cree), es interesante considerar esta proyección del amor, medida hasta el extremo de la vida (hasta la “no vida” que son el sufrimiento y la muerte) y hasta el infinito (que es la medida de un dios). 

 

El amor incondicional es el signo que de verdad queremos a la vida, en todas sus expresiones. En efecto, éxito del amor es entregar vida a los demás, favorecer la vida, tener respeto por ella. 

 

Al contrario, el poder y su manejo nunca están sin condiciones. La persona que tiene poder no quiere perderlo, se defiende por el miedo que alguien, más poderoso, pueda derrotarlo. Para garantizarse el poder, tiene que ir por encima, ser agresivo, dominar. Una dimensión egoísta siempre esta presente en el manejo del poder. Quedarse encerrados para defender un poder, considerar a los demás como objetos útiles a intereses personales, induce una considerable pérdida de vida. Perdimos la vida que hay en las buenas relaciones; perdimos la vida que es vinculada a la gratuidad; perdimos la vida que es conocimiento y diversidad. 

 

Los que quieren reconocer un valor en el sufrimiento, buscan el manejo de un poder hasta en la experiencia del dolor. En una vision muy equivocada de la misma relación con dios, creen necesario tener algo en las manos para hacer un cambio, un mercado: entregar algo como pago para recibir un bien. Un dios poderoso, dueño del mercado de la vida, no serviría para nada. No tendría nada que hacer con el amor y con la vida. El infinito de un dios así poderoso, sería el infierno del ser humano. 

 

Jesus de Nazaret reveló un Dios amante de la vida. El bien del ser humano es la realidad que Dios más quiere. La medida infinita del amor de Dios, nos anima a protagonizar amores verdaderos en nuestras existencias. 

 

El amor que todo lo trasforma es el único poder que nos sirve para alcanzar una vida digna. Las personas que conocen el dolor, que nos aparecen con más limitaciones (que son consideradas personas con discapacidad), son las que más pueden conocer el poder del amor. Son personas que saben llenar de amor hasta el sufrimiento. 

 

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