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La crisis humanitaria de Buenaventura

por Redacción BL
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Buenaventura es un caso sui géneris, pues el miedo y la violencia que hoy vive su gente son el resultado de múltiples factores que han venido anidando en la ciudad como una enfermedad con metástasis.
 
Una tarde soleada de enero decidí caminar por el malecón de Buenaventura hacia la galería de Pueblo Nuevo, cuando un farmaceuta, que me distinguía como el capitán del barco de la Universidad del Valle en el Pacífico, me abordó diciéndome que no fuera a ingresar porque en ese momento las bandas criminales estaban extorsionando a las vendedoras de pescado, frutas y verduras.
 
El taxista que me regresó al hotel me contó que estaban extorsionando a media Buenaventura. A las vendedoras de pescado les exigían diez mil pesos; a los comerciantes, cincuenta mil pesos; a los empresarios, cinco millones de pesos. Quien no pagara lo ‘picaban’.
 
En medio de un sol gigante, que se hundió en la bahía, me fui preocupado al hotel porque presentía en el ambiente una atmósfera pesada, que contrastaba con el espíritu alegre de sus gentes.
 
Hasta que hace quince días recibí una llamada en la Universidad, en la que un sujeto que se decía llamar el ‘Comandante Johnny’ me exigía la suma de cinco millones de pesos; si no le daba esa suma antes de dos horas, me ‘picaba’. Por la tarde, la bibliotecaria de la Universidad recibió otra llamada de un sujeto que se hacía llamar el ‘comandante Jeison’.
 
Estas dos llamadas confirmaban el temor del farmaceuta y el taxista en el sentido de que a Buenaventura se la habían tomado los criminales.
 
Las llamadas extorsivas y las amenazas contra la Universidad, que han sido denunciadas ante las autoridades por la dirección universitaria, hacen parte de esa atmósfera criminal que no solo viene azotando a Buenaventura, sino también a buena parte de las ciudades y pueblos del país.
 
Es una lógica perversa e incontrolable, que tiene en jaque al Gobierno y en la que se mezclan delincuentes de toda laya que, desde las cárceles, son contratados por las bandas criminales.
 
Buenaventura es un caso sui géneris, pues el miedo y la violencia que hoy vive su gente son el resultado de múltiples factores que, con el tiempo, han venido anidando en la ciudad como una enfermedad con metástasis.
 
Por una parte está el abandono secular en que el Estado ha dejado a esta región del país, que, paradójicamente, es puerta hacia el mundo; en segundo lugar está la ausencia de tejido social, que se ha venido resquebrajando porque, siendo Buenaventura la ciudad a donde entra más dinero (el año pasado se movilizaron 9’192.449 toneladas de mercancías solamente por la Sociedad Portuaria, y el puerto hizo un aporte al fisco nacional de 4 billones de pesos), de esto le queda poco o nada a la ciudad.
 
Amén de que no cuenta con industrias que generen empleo ni una infraestructura básica como agua, energía, alcantarillado, y un buen hospital que garanticen la calidad de vida de sus habitantes.
 
Buenaventura pasa por una crisis humanitaria que no se resuelve con la retórica propia de nuestros políticos, ni con paños de agua tibia. Desde esta columna aplaudimos el esfuerzo de la Fuerza Pública al enviar al puerto 580 policías, pero este necesita una intervención integral inmediata, que pasa, como lo expresó el Defensor Nacional del Pueblo, por el nombramiento de una Gerencia Social Nacional, que, apoyada en el sector público y privado, en la Iglesia, la academia y las comunidades, atienda de una manera urgente la grave situación humanitaria.

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Buenaventura es un caso sui géneris, pues el miedo y la violencia que hoy vive su gente son el resultado de múltiples factores que han venido anidando en la ciudad como una enfermedad con metástasis.
 
Una tarde soleada de enero decidí caminar por el malecón de Buenaventura hacia la galería de Pueblo Nuevo, cuando un farmaceuta, que me distinguía como el capitán del barco de la Universidad del Valle en el Pacífico, me abordó diciéndome que no fuera a ingresar porque en ese momento las bandas criminales estaban extorsionando a las vendedoras de pescado, frutas y verduras.
 
El taxista que me regresó al hotel me contó que estaban extorsionando a media Buenaventura. A las vendedoras de pescado les exigían diez mil pesos; a los comerciantes, cincuenta mil pesos; a los empresarios, cinco millones de pesos. Quien no pagara lo ‘picaban’.
 
En medio de un sol gigante, que se hundió en la bahía, me fui preocupado al hotel porque presentía en el ambiente una atmósfera pesada, que contrastaba con el espíritu alegre de sus gentes.
 
Hasta que hace quince días recibí una llamada en la Universidad, en la que un sujeto que se decía llamar el ‘Comandante Johnny’ me exigía la suma de cinco millones de pesos; si no le daba esa suma antes de dos horas, me ‘picaba’. Por la tarde, la bibliotecaria de la Universidad recibió otra llamada de un sujeto que se hacía llamar el ‘comandante Jeison’.
 
Estas dos llamadas confirmaban el temor del farmaceuta y el taxista en el sentido de que a Buenaventura se la habían tomado los criminales.
 
Las llamadas extorsivas y las amenazas contra la Universidad, que han sido denunciadas ante las autoridades por la dirección universitaria, hacen parte de esa atmósfera criminal que no solo viene azotando a Buenaventura, sino también a buena parte de las ciudades y pueblos del país.
 
Es una lógica perversa e incontrolable, que tiene en jaque al Gobierno y en la que se mezclan delincuentes de toda laya que, desde las cárceles, son contratados por las bandas criminales.
 
Buenaventura es un caso sui géneris, pues el miedo y la violencia que hoy vive su gente son el resultado de múltiples factores que, con el tiempo, han venido anidando en la ciudad como una enfermedad con metástasis.
 
Por una parte está el abandono secular en que el Estado ha dejado a esta región del país, que, paradójicamente, es puerta hacia el mundo; en segundo lugar está la ausencia de tejido social, que se ha venido resquebrajando porque, siendo Buenaventura la ciudad a donde entra más dinero (el año pasado se movilizaron 9’192.449 toneladas de mercancías solamente por la Sociedad Portuaria, y el puerto hizo un aporte al fisco nacional de 4 billones de pesos), de esto le queda poco o nada a la ciudad.
 
Amén de que no cuenta con industrias que generen empleo ni una infraestructura básica como agua, energía, alcantarillado, y un buen hospital que garanticen la calidad de vida de sus habitantes.
 
Buenaventura pasa por una crisis humanitaria que no se resuelve con la retórica propia de nuestros políticos, ni con paños de agua tibia. Desde esta columna aplaudimos el esfuerzo de la Fuerza Pública al enviar al puerto 580 policías, pero este necesita una intervención integral inmediata, que pasa, como lo expresó el Defensor Nacional del Pueblo, por el nombramiento de una Gerencia Social Nacional, que, apoyada en el sector público y privado, en la Iglesia, la academia y las comunidades, atienda de una manera urgente la grave situación humanitaria.

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