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La parodia sin mordaza

por Redacción BL
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Don Francisco de Quevedo y Villegas, doctor en desvergüenzas y licenciado en bufonerías, escribió desde su destierro, en la Torre de Juan Abad, una pequeña obra satírica titulada ‘Gracias y desgracias del ojo del culo. Dirigidas a Juana Montón de Carnes, mujer gorda por arrobas’.

Quevedo dedicó este texto paródico a la voluminosa señora, invitándola a que lo leyese y que si le parecía de entretenimiento, lo guardara; si, por el contrario, lo encontraba sucio, se limpiara con él y lo besara.

A partir de Quevedo, la parodia ha sido un género delicioso que se ha extendido en el continente. De España a Argentina, la sátira política ha sido un mecanismo de defensa de los más débiles para poder burlarse con ingenio del poder y sus políticos.

La verdad se puede decir de muchas maneras; pero entre todas sus formas, la más fina que tiene el periodismo, es decir la verdad con humor. Por esto, los gobernantes le temen a la parodia; los políticos la quieren reglamentar y ponerle la mordaza; sin saber, justamente, que ellos mismos son la materia prima y fuente de inspiración de este maravilloso género picaresco.

Acaso, ¿no produce risa ver al presidente Santos en calzoncillos u oliendo una paca de marihuana? ¿No causa hilaridad la imagen del expresidente Álvaro Uribe Vélez montado a caballo, tratando de mantener el equilibrio con un ‘tinto’ en la mano? ¿No produce risa ver al presidente del Senado, Roy Barreras, como poeta? ¿Será que Roy, quien recibió la bendición poética de Pedro Alejo Gómez, el director de la Casa de Poesía Silva, la recibirá ahora de Gloria Luz Gutiérrez?

En este país de escaladores y saltimbanquis, todo el mundo quiere ser Presidente de la República, poeta e ‘hijuepoeta’.

Al humor político no se le puede poner cortapisas, porque este es propio de gente sabia y seria. Por esto, los políticos nunca lo entienden. Por lo general, el político comienza con buenas intenciones y termina de bufón de la corte.

Un país sin la capacidad de reírse de sí mismo es un país gris y opaco. Esto lo sabe el pueblo colombiano, que desde Montecristo hasta Jaime Garzón ha utilizado el humor político como un antídoto, ante tantas desgracias humanas.

¿Qué haríamos sin Charles Chaplin, quien, a través de la parodia, denunció la sociedad de su época? ¿Cómo podríamos sobrevivir si nos anunciaran que el presidente Obama suspendió la transmisión de los Simpson? ¿O que la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, mandó a la cárcel al grupo Les Luthiers?

Esperemos que en el Senado haya seres inteligentes; o sea, gente con humor, y no deje pasar el proyecto que intenta ponerle una mordaza a la parodia.

Los colombianos sabemos que la luz del programa radial ‘La Luciérnaga’, que dirige el periodista Hernán Peláez, no se apagará, así lo quieran algunos chisgarabís de la Cámara.

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