Home Tecnología La tecnología que no nos va a salvar, la tecnología que nos puede transformar

La tecnología que no nos va a salvar, la tecnología que nos puede transformar

por Redacción BL
0 comentario
La tecnología que no nos va a salvar, la tecnología que nos puede transformar

A pesar dela abrumadora cantidad de datos y estudios científicos que corroboran los graves problemas de insostenibilidad que vivimos, las soluciones que se proponen, a todos los niveles, siguen siendo extraordinariamente tímidas y lentas. Los temas ambientales, desgraciadamente, no suelen ser considerados prioritarios y son dejados en segundo término detrás de las cuestiones económicas o sociales. Muy pocos actores políticos son capaces de ir más allá de la superficialidad y ver que muchos de esos problemas socioeconómicos hunden sus raíces en la insostenibilidad de nuestra sociedad y es, por tanto, inútil intentar resolverlos sin abordar a la vez las cuestiones ecológicas en un enfoque holista.

La tecnología es, probablemente, el factor que más nos “ayuda” a mantener esa artificial ceguera respecto a la relevancia de la crisis ecológica. El espectacular despliegue tecnológico que venimos experimentado desde el siglo XVIII  ha permitido que los seres humanos dejemos de sentirnos como nuestros antepasados, a merced de la naturaleza y sus vaivenes, y nos induce a creer que la tecnología puede resolver todos nuestros problemas. Sin embargo, nuestra dependencia respecto a la naturaleza sigue siendo prácticamente la misma, ya que todo el paraguas tecnológico está, en definitiva, construido con recursos naturales. La tecnología es un proceso complejo en el que intervienen, no sólo conocimientos científicos, sino también materiales, infraestructuras, personal cualificado, y, sobre todo, la energía necesaria para alimentar todos esos eslabones.

Nuestra industria, nuestras ciudades, nuestro transporte y nuestra agricultura se han diseñado pensando en la energía fósil. También la enorme extracción de minerales que actualmente realizamos ha sido posible por la energía abundante que ha permitido explotar minerales con leyes bajas (este tipo de menas en otros siglos no resultaban rentables, ya que extraer elementos de estos minerales requiere mucha más energía que hacerlo de menas con leyes altas). Por ello es muy difícil que únicamente la tecnología, y sobre todo esta tecnología que hemos diseñado en épocas de recursos abundantes, sea capaz de resolver por sí sola los problemas de escasez  con los que ahora nos enfrentamos.

Los límites de los combustibles fósiles y el hecho de que se estén empezando a manifestar  fenómenos de estancamiento en su producción  (picos del petróleo, gas y carbón) cuestionan, no sólo nuestro actual modo de vida consumidor de bienes superfluos, sino también el desarrollo tecnológico futuro, que no va a poder basarse ni en una energía ni en unos minerales tan abundantes y baratos  como los que hemos disfrutado a lo largo del siglo XX.

La cuestión del petróleo

Es complicado hablar de crisis energética y de problemas de escasez cuando nos encontramos en un contexto como el que hemos vivido este año 2015, con el precio del petróleo en continua caída. Aun así, los datos de producción, los estudios científicos y las tendencias económicas y geopolíticas que se están viendo desde 2006 son enormemente coherentes con las tesis de aquellos que hablan de la importancia del declive energético en la actual crisis económica. Como dice Antonio Turiel[1] es una visión simplista propia del pensamiento económico liberal pensar que el pico del petróleo deba traducirse en precios permanentemente altos, ya que “para que el precio se mantenga permanentemente alto el petróleo tiene que convertirse en un artículo de lujo y dejar de ser lo que es ahora, es decir, el motor de la economía […] durante ciertos períodos [el precio] se mantendrá demasiado alto, de manera que dañará la economía en general, y después se mantendrá demasiado bajo, dañando a las compañías productoras”.

Los datos de la producción de petróleo ya muestran un cierto estancamiento en el periodo 2005-2015, que ha crecido en torno al 0,6% anual mientras en el periodo 1985-2006 lo hacía a tasas cercanas al 2%, pero no existe un estancamiento similar en el consumo de gas natural y carbón (que han seguido creciendo a buen ritmo: 2,5% y 3%). El petróleo convencional (barato y de fácil extracción) alcanzó su máximo de producción en el año 2006 y los no convencionales (como los extraídos mediante fractura hidráulica o las arenas asfálticas, de peor calidad y enormemente  contaminantes) apenas están consiguiendo aumentar ligeramente  la producción. Prácticamente todos los estudios coinciden en que antes de 2020 veremos un estancamiento de la  producción de todo tipo de petróleos, seguido de un declive alrededor de 2030.

A ello se suma el declive de la calidad energética, ya que, al explotarse petróleos de peor calidad, la tasa de retorno energético (el cociente entre la energía obtenida y la empleada en la extracción) está disminuyendo. Los petróleos de las arenas asfálticas, por ejemplo, poseen una tasa de retorno energético de 3 o 4, lo que quiere decir que, aunque en las estadísticas no quede reflejado, un 25-33% de su energía  es consumida antes de salir del yacimiento. Teniendo en cuenta estas pérdidas algunos autores estiman que la energía neta obtenida del petróleo ya ha empezado a disminuir[2].

Este estancamiento del consumo de petróleo no se explica por una falta de demanda ya que, si ésta fuera debida a una crisis económica, debería apreciarse en todos los combustibles. Tampoco se debe al hecho de que hayan cambiado  los patrones de consumo (como el uso del automóvil) ni por sustitución tecnológica (con vehículos eléctricos, por ejemplo).  La adaptación se está realizando a base de destrucción de la demanda vía crisis económica que consigue que cada vez más personas no sean capaces de pagar la gasolina para llenar el depósito.

Ante estos hechos, podemos preguntarnos si la tecnología va a ser capaz de proporcionarnos alternativas y las conclusiones de los estudios que hemos realizado son claras[3]: no tenemos tiempo. Existen cuellos de botella tecnológicos que van a hacer muy difícil superar con éxito el pico del petróleo, especialmente en el sector transporte que depende prácticamente al 100% de este combustible. Todas las alternativas disponibles en esta década son insuficientes. Los biocombustibles, por ejemplo,  tienen unos rendimientos muy escasos y necesitan enormes extensiones de tierras (si quisiéramos mover todos los vehículos del mundo con ellos necesitaríamos más del doble de las tierras arables del planeta). El rendimiento de la fotosíntesis, además, es muy bajo (las plantas apenas almacenan el 1% de la radiación solar) y eso pone un freno a todos los recursos relacionados con la biomasa (biocombustibles de segunda generación, biogás, etc.).

Otros posibles sustitutos son los combustibles líquidos extraídos del gas natural, el carbón y subproductos del refinado del petróleo (son los conocidos como “coal to liquids” o “gas to liquids”, LPG, etc.) pero se basan en recursos limitados que ya tienen muchos usos. Además, el uso masivo del carbón como sustituto del petróleo dispararía las emisiones de CO2 y nos conduciría a escenarios de cambio climático de dimensiones catastróficas[4].

Por otra parte, los vehículos híbridos no dejan de ser coches de gasolina más eficientes mientras que  los coches eléctricos poseen una escasa capacidad de acumulación. Actualmente un coche eléctrico almacena 15 veces menos energía que un vehículo de gasolina de prestaciones similares, lo que causa una mala relación prestaciones-precio.

Existen tecnologías en fase de desarrollo, como los combustibles extraídos de residuos o de microalgas, los vehículos de hidrógeno y los  coches eléctricos con baterías más ligeras,  pero todavía no están en el mercado y eso quiere decir que, o bien están encontrando limitaciones técnico-económicas importantes, o bien necesitan años de desarrollo y, en consecuencia, no van a llegar a tiempo.

Carbón, gas y uranio

El gas natural y el carbón abastecen el 48% de la energía primaria utilizada en el mundo y las previsiones hablan de picos de extracción en torno a 2030-35 para el gas y a partir de 2050 para el carbón. El uranio utilizado en los reactores de fisión nuclear se prevé que empiece a encontrar su declive en torno a 2050, lo cual haría complicado conseguir combustible para una segunda generación de centrales que reemplace a las actuales. Se han intentado desarrollar reactores de fisión que no requieren tanto uranio (los llamados de cuarta generación), pero los resultados han sido mediocres y actualmente no hay reactores de este tipo en construcción. También se ha investigado durante más de 40 años en la energía nuclear de fusión, que usa como materia prima el hidrógeno, pero sus propios promotores no esperan reactores comerciales antes de 2040.

De todas formas, la energía nuclear no va a desarrollarse a gran escala en los próximos años ya que la construcción de los reactores requiere al menos 10 años y actualmente no se están construyendo suficientes para sustituir a los que llegarán al fin de su vida útil. El “renacer” nuclear se ha parado, en parte por el desastre de Fukushima y en parte porque las energías renovables están resultando más baratas.

Las energías renovables se postulan como los candidatos más serios para sustituir el declive de las fósiles. Sin embargo, hay que tener en cuenta que son intermitentes (necesitan instalaciones de apoyo y sobredimensionado) y  la mayor parte  sólo  proporcionan energía en forma de calor o electricidad, no en forma de combustibles (y el almacenamiento de energía es complicado). Las únicas energías renovables que actualmente proporcionan combustibles son las que se basan en recursos biológicos (biomasa, biocombustibles) y no deberíamos aumentar su uso porque los ecosistemas ya están siendo explotados a ritmos insostenibles.

Las renovables son energías dispersas y requieren grandes extensiones de terreno. Conseguir, por ejemplo,  la energía eléctrica que actualmente está consumiendo la humanidad  con paneles fotovoltaicos (usando los rendimientos actuales), necesitaría una superficie similar a la que ocupan la tercera parte de nuestras infraestructuras. Eso supone un esfuerzo considerable en términos de uso de materiales y terreno. Aumentar todavía más el nivel de producción para sustituir todos los combustibles fósiles supondría unos impactos y unos costes enormes. Antes de llegar a ello, probablemente, nos plantearemos si necesitamos tanta energía o es más sensato diseñar nuestras sociedades de otra forma.

La transición energética

Todos estos datos nos permiten esbozar un panorama de la transición energética que va a marcar el siglo XXI. Los síntomas de agotamiento de los combustibles fósiles se están empezando a notar ya y lo hacen sobre el recurso que tiene sustitutos más complicados: el petróleo. Debido a la debilidad de las soluciones tecnológicas, enfrentarse con éxito al pico del petróleo va a requerir medidas que van mucho más allá de lo puramente técnico (fomento del ahorro, transporte público, agroecología, relocalización, etc.). Si no somos capaces de encontrar ni sustitutos técnicos ni medidas de ahorro es muy probable que esto dañe nuestras economías, ya que el transporte interviene en todos los procesos productivos  en mayor o menor medida.

Desde el punto de vista técnico la situación de la electricidad es algo mejor. Si se realizase una fuerte apuesta por las energías renovables (ritmos que rondan el 20% anual) se podría llegar a 2050 sin experimentar un descenso en la energía eléctrica. A largo plazo, sin embargo, va a ser muy complicado conseguir sustituir todos los usos (eléctricos y no eléctricos) con energías renovables, sobre todo si queremos mantener niveles de consumo como los actuales. La ocupación de territorio, la cantidad de metales e infraestructuras y las inversiones que sería preciso realizar son de magnitudes formidables[5].

Es muy probable que vayamos hacia un mundo de baja energía y lo más sensato sería intentar  adaptarnos modificando nuestra forma de vida. No necesitamos renovables para sustituir toda la energía que ahora usamos en calefacción o en tractores: sabemos ya cómo diseñar viviendas que prácticamente se calientan con el sol y cómo cultivar sin arar la tierra. Si se actúa sobre la fase de diseño con criterios como los utilizados en la agroecología o la bioconstrucción, se pueden conseguir ahorros energéticos notables, aunque el cambio de mentalidad que estas tecnologías requieren es enorme.

La transición energética es técnicamente posible pero, desde el punto de vista sociológico, es enormemente difícil porque choca contra unas inercias formidables y requiere una lógica completamente opuesta a la actual. Existen muchas relaciones energía-economía-sociedad que nos pueden hacer entrar en espirales de degradación y, si no sabemos cortarlas a tiempo, harán imposible una buena transición.  

Por ejemplo, si la escasez de petróleo daña la economía, la demanda de electricidad descenderá y no será “necesario” invertir en energías renovables hasta que el carbón escasee y entonces será demasiado tarde (la reacción del gobierno español estos años, boicoteando las renovables, casa perfectamente con esta lógica). Por otra parte una economía débil hará más difícil dedicar esfuerzo a investigación en energías renovables y también puede disparar la inestabilidad social haciendo que triunfen gobiernos autoritarios que aborten cualquier intento de cambio hacia sociedades sostenibles.

La transición energética requiere gobiernos y ciudadanías muy conscientes que sean capaces de evitar estas dinámicas de degradación e invertir en la energía del futuro, aunque los plazos de recuperación de la inversión sean altos y sea preciso cambiar hábitos muy profundamente enraizados. Desgraciadamente, la experiencia de estos años no permite albergar demasiadas esperanzas al respecto. Hace ya diez años que los datos muestran una fuerte coherencia con  las teorías del pico del petróleo y todavía, ni existe la más mínima reacción institucional, ni el problema ha calado siquiera en la opinión pública.

A mayores, hay que tener en cuenta que la crisis energética no es la única. Nos enfrentamos también con el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, suelo fértil, bosques y pesquerías y con un sistema económico que tiende a crecer y a incrementar la desigualdad. Por ello, la crisis energética está muy lejos de poder ser solucionada únicamente con energías renovables, es preciso corregir, primero, la insostenibilidad estructural de nuestra sociedad.

La tecnología que nos puede transformar

Existen pocas cosas tan complicadas de predecir como el desarrollo tecnológico y es muy aventurado decir qué tecnologías serán más adecuadas para superar el declive fósil. Sin embargo, una cosa podemos constatar: nuestra  tecnología se ha edificado de espaldas a los principios de sostenibilidad y lo que es insostenible termina cayendo, porque crece a base de minar su propia base. Si queremos disfrutar de tecnologías “de futuro” debemos comenzar a hacerlas realmente sostenibles.

Una tecnología es sostenible cuando respeta, al menos, tres normas básicas: uso de energías renovables, cierre de ciclos materiales y  acomodo a los ritmos del planeta.

Nuestra tecnología está todavía lejos de basarse únicamente en energías renovables, pero todavía está más lejos de cerrar los ciclos materiales, es decir: reciclar todos los elementos a tasas cercanas al 100%. El reciclado es vital para no agotar los minerales, ya que los elementos de la corteza terrestre son finitos y actualmente los extraemos de zonas de concentraciones excepcionalmente altas (minas) y los desechamos en vertederos donde se dispersan y mezclan. El descenso energético hará mucho más complicada la extracción y el reciclaje, ya que ambos procesos son intensivos en energía. Además, una vez que los elementos se han dispersado por debajo de un nivel o se han mezclado de ciertas formas, se vuelven prácticamente irrecuperables.

Deberíamos diseñar únicamente aparatos que estén pensados para ser reparados, tengan una vida útil larga y permitan que todos los elementos se reciclen. Además sería preciso diseñar formas de producción y venta que no estimulen la obsolescencia. Esto  es especialmente importante para algunos elementos muy escasos que, en los últimos años, han permitido conseguir prestaciones muy interesantes en la electrónica y las energías renovables[6]. ¿Tendremos los minerales suficientes para  mantener internet, las baterías de los vehículos eléctricos o los complejos sistemas de control de las redes eléctricas si seguimos tirando a los vertederos el litio, el platino, el germanio, el vanadio y otros minerales escasos como hacemos ahora?

El tercer requisito de la sostenibilidad es el acomodo a los ritmos del Planeta. Por muy bajo que sea el impacto de una tecnología, si su uso es desmesurado, se vuelve insostenible. La biomasa o  la energía eólica pueden ser sostenibles a una escala razonable, pero dejan de serlo si su uso es tan grande que llegan a causar deforestación, erosión o incluso interrumpir los vientos dominantes y cambiar el clima de una región. La ecología es la ciencia del equilibro  y es la armonía entre las actividades humanas y las del resto del Planeta la que nos dice si somos sostenibles  o no.

Aunque la mayor parte de nuestras tecnologías no respeten estos tres requisitos, ya  contamos con datos de experiencias que sí lo hacen y consiguen resultados esperanzadores. Los rendimientos energéticos de la agroecología respecto a la agricultura convencional, por ejemplo, llegan a ser 3 veces mayores[7], mientras la producción total de alimentos por hectárea puede ser mayor. Sin embargo, las técnicas agroecológicas necesitan un sustrato cultural que las permita funcionar. No solamente es preciso dejar de usar insumos químicos, es necesario un cuidado de la tierra que sólo pueden hacer campesinos bien formados, incentivados y ligados al terreno. Esto mismo, probablemente, lo podemos extrapolar a todas las tecnologías: no sólo necesitamos diseñar vehículos o viviendas sostenibles sino también ciudades que permitan que éstos sean viables; no sólo necesitamos diseñar máquinas sostenibles sino formas de comerciar  que no estimulen la obsolescencia, etc.

Sin embargo, a pesar de que  el cambio tecnológico debe ir  acompañado de un cambio social, no deberíamos tampoco subestimar la capacidad transformadora de la propia tecnología. Si hay algo que en estos momentos nos paraliza es esa angustia de saber que la crisis global requiere cambios radicales en el sistema socioeconómico pero, a la vez, todas nuestras actividades cotidianas dependen de ese sistema insostenible e injusto. Gran parte de la parálisis, el miedo y la actitud de “avestruz” frente a los problemas que vemos alrededor se deben a que, simplemente, no sabemos vivir de otra manera.

La acción política y la conciencia ecológica no son suficientes en estos momentos. Debemos también bajar al plano material y construir una economía sostenible que cubra las necesidades básicas de las personas y evite que caigan en la marginación y la desesperación. Prestar especial atención al plano físico e ir construyendo, por a poco, formas de alimentarnos, producir y vivir  poco dependientes de la energía fósil puede convertirse en la brecha que permita que las energías contenidas por el miedo empiecen a fluir y realicen el cambio hacia esa sociedad más justa y sostenible que tanto necesitamos.

Resumen

Los límites de los combustibles fósiles (picos del petróleo, gas, carbón) están empezando a ser corroborados por los datos, sin que los sustitutos tecnológicos con los que contamos  puedan ser una alternativa a gran escala. La falta de sustitución técnica y el hecho de que, probablemente, nos enfrentemos a un siglo XXI con menor disponibilidad de energía, cuestiona, nuestro modo de vida y el crecimiento económico. Tampoco el desarrollo tecnológico futuro va a poder basarse  en una energía y unos minerales tan abundantes como los que hemos disfrutado a lo largo del siglo XX. Es preciso un gran cambio de mentalidad que nos permita evolucionar hacia tecnologías realmente sostenibles que deberán ser edificadas sobre paradigmas muy diferentes a los actuales.


[1]Antonio Turiel, El rumor del peak oil, The Oil Crash, 15 enero 2016.

[2]http://crashoil.blogspot.com.es/2014/12/el-ocaso-del-petroleo-edicion-de-2014.html

[3]Agotamiento de los combustibles fósiles y escenarios socio-económicos: un enfoque integrado, Capellán-Pérez y col.http://www.eis.uva.es/energiasostenible/?page_id=2216

[4] http://www.eis.uva.es/energiasostenible/wp-content/uploads/2015/05/AAM_More_growth_SS_2015.pdf

[5] A global renewable mix with proven technologies and common materials Antonio García Olivares y col. Energy Policy 41 (2012) 561–574.

[6] Thanatia: the Destiny of the Earth’s Mineral Resources. Antonio Valero, Alicia Valero. World Scientific Publishing 2015.

[7] Recopilación de estudios sobre el caso cubano. Opción Cero. Sostenibilidad y socialismo en la Cuba Postsoviética: estudio de una transición sistémica ante el declive energético del siglo XXI. Tesis doctoral Emilio Santiago Muiño, 2016.(pàg. 458)

Publicado originalmente en el libro La Gran Encrucijada. por editorial FUHEM.

Fuente de la Noticia

También te puede interesar

Noticias de Buenaventura y el mundo

2024 – All Right Reserved. [email protected]