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Las cábalas de Carlos Bilardo en el Mundial de Italia-90 – Fútbol Internacional – Deportes

por Redacción BL
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Las cábalas de Carlos Bilardo en el Mundial de Italia-90 - Fútbol Internacional - Deportes

Sábado 9 de diciembre de 1989. Palazzo dello Sport, de Roma, allí donde en 1970 Carlos Monzón había fulminado a Nino Benvenutti. Algunos de los asistentes estaban encandilados por la belleza de la actriz Sophia Loren a los 55; otros, fascinados con la voz del tenor Luciano Pavarotti. Y algunos empezaban a mover las piernas con la canción oficial «Un’estate italiana», de Gianna Nannini y Edoardo Bennato. Pero en una de las butacas, alguien se retorcía nerviosamente. Un campeón mundial. El hombre de la revolución táctica del ’86.

«A la Unión Soviética la tengo: rápidos, de contra. A Rumania, también: físicos, fuertes». Pero el tercer rival de la Argentina en el Grupo B de la primera rueda del Mundial 1990 lo tenía inquieto: Camerún. Que encima sería el adversario del partido inaugural en el Giusseppe Meazza, de Milán. De pronto, le advierten: «Carlos, Camerún está jugando ahora un torneo en África. Y en marzo está la Copa Africana de Naciones también, tenés margen para analizarlo». Pero el «ahora» para Carlos Bilardo tuvo un efecto de eyección. Y de Roma se fue el domingo, varias conexiones mediante, hasta llegar a Bangui, la ciudad sede del torneo, capital de la República Centroafricana. Allí donde Camerún jugaría el lunes 11 la semifinal de la UDE Cup con Chad.

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Tiempo después, en una cena en La Nación, Bilardo contaría algunas anécdotas de aquel periplo inesperado. «Me desesperé porque no me entendían. También era algo medio raro: imaginate que tocan tu puerta y aparece un tipo que no conocés pidiéndote eso…».

Eran otros tiempos, sin celulares ni videos digitales. Y el DT de la selección, un obsesionado del análisis de los rivales a través de video. Su videoteca hogareña era impactante. El día del partido, empezó a recorrer casas de Bangui. De alguna manera, no supo explicar cómo, se hacía entender: hablaban sango, un dialecto, y francés. Lo que les preguntaba a los africanos era si tenían videocasetera y les pedía si le podían grabar el partido Camerún-Chad en un VHS, que después él lo pasaría a buscar y se los pagaría.

Uno, dos, tres, cuatro intentos. ¡Hasta que dio en el blanco! Y así consiguió el objetivo, no sólo ese día, sino también al siguiente, cuando Camerún disputó (y ganó 2-1), la final del certamen frente al conjunto local. Nada podía escapársele a pesar de los obstáculos idiomáticos. Nada podía frenarlo. ¡Era el entrenador campeón del mundo!

Fue el comienzo del «capítulo Bilardo» en Italia ’90. Volvió en marzo, claro, para la Copa Africana de Naciones. Y desde allí pasaba, vía telefónica, material para sus columnas exclusivas en La Nación. «No tiene zurdos, Camerún no tiene zurdos». La frase la pronunció una decena de veces en la charla. Un dato no menor y del que seguramente buscaría sacarle provecho. Sin saber, en ese entonces, que Camerún lo pondría al borde del ridículo.

«Tiro el avión»

«Es el peor día de mi vida», bramó después de la caída en el partido inaugural. Su primera derrota en un Mundial después del invicto en 1986. Y a partir de ahí, el torneo se convertiría para el Doctor en un glosario de anécdotas, frases y circunstancias que siguen provocando curiosidad, hilaridad, sensibilidad y enojos, tres décadas después.

«Mejor que le ganemos a la Unión Soviética, si no, el avión de regreso lo tiro abajo yo», soltó antes del segundo partido con los soviéticos. Allí donde se reflotan dos momentos cumbre.

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Uno fue el debut de Sergio Goycochea, hombre determinante en el desarrollo posterior del Mundial con su habilidad para atajar penales. Goyco (en ese entonces en Millonarios) había sido el suplente de Nery Pumpido, el arquero titular, en River, pero a Bilardo mucho no lo convencía. Hasta que un día se sacó la gran duda que lo atormentaba.



Lo llamó y lo citó una noche en un lugar. Cuando el Vasco llegó, se encontró con una imagen insólita: varios autos apuntaban con las luces encendidas al mismo sector. Preguntó de qué se trataba el tema y Bilardo se lo explicó a su estilo: «Quiero ver si estás preparado para atajar de noche». Goycochea entró en la lista, reemplazó a Pumpido cuando se fracturó y terminó siendo una de las figuras argentinas como atajapenales.

¿Un detalle más relacionado con los arqueros? En noviembre de 1989, Bilardo llamó un día a Zaragoza…a José Luis Chilavert, que lo había impresionado en su paso por San Lorenzo. Paraguay no se había clasificado y lo tentó a nacionalizarse para jugar por la Argentina el Mundial 90. «Es imposible. Soy nacionalista y prefiero jugar para mi país», le respondió Chila, que tenía 24 años y su mejor etapa por llegar. Sí: en vez de Goycochea, pudo ser Chilavert.

La cábala de los pantalones

El otro episodio made in Bilardo tuvo correspondencia con su enfermiza tendencia a las cábalas. La Argentina había perdido con Camerún y el técnico que jamás dejaba detalle táctico librado al azar encontró su justificativo fuera del pizarrón. Y actuó en consecuencia, lo que no fue motivo de agrado para uno de los sponsors de la AFA.

¿Qué pasó? En México 86 la indumentaria de la selección había sido Le Coq Sportif. En Italia 90 era Adidas. El pantaloncito negro de la marca francesa era liso, sin rayas. ¿Se imagina? Correcto. «Tapenlé las tiras a los pantalones, jugamos con pantalones lisos, negros», les pidió a los utileros. Todos quedaron perplejos. La selección le ganó la Unión Soviética y también con esos pantalones a Yugoslavia y a Italia. Adidas, claro, se quejó.

Don Julio encontró la solución: también utilizaron los pantalones blancos, que no eran el problema para Bilardo, y sí lucían las 3 tiras originales de la marca alemana.
Con ellos empataron con Rumania, vencieron a Brasil y cayeron en la final. La manía de Bilardo representó una variante del Photoshop.

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El Mundial y sus circunstancias obligaron a Bilardo a diseñar otro modelo táctico respecto del 86. En México fue cambiando hasta encontrar los nombres adecuados, incluyendo a Héctor Enrique y a Julio Olarticoechea, por ejemplo, que no figuraban en los planes, para la rueda de playoffs; en Italia, las modificaciones respondieron a necesidades, entre físicos maltrechos y suspensiones, por lo que el DT debió conformarse con el equipo que pudo armar y no el que hubiese querido alistar.

En el medio, pasaron los polémicos episodios del bidón de Branco y de la bandera tajeada en la concentración de Trigoria, junto con aquella recordada frase en el entretiempo del choque de octavos con Brasil en Turín, luego de un 0-0 milagroso tras soportar un baile infernal y de 14 minutos de silencio en el vestuario en el entretiempo: «Volvamos a la cancha. Ah, una cosa: si se la siguen pasando a los de amarillo, vamos a perder».

Campeón-subcampeón de manera consecutiva

Después de la victoria con el gol de Caniggia, las acciones de Bilardo volvieron a trepar. La Argentina no jugaba bien (de hecho, convirtió sólo 5 goles en el torneo contra los 14 en México 86), pero otra vez estaba entre los 8 mejores. Pasó Yugoslavia. Pasó Italia, con todo el morbo Nápoles-Maradona y el tremendo impacto de estropearles el Mundial a los anfitriones. Segunda final consecutiva. ¿Quién se atrevería a cuestionar la fórmula del Doctor si estaba rompiendo con la historia? ¿O acaso alguien no volvió a sentir un deja vú de la mano de Alejandro Sabella en Brasil 2014, independientemente de estilos, merecimientos y capacidad de ejecución?

Con un equipo remendado, Bilardo redondeó su campeonato-subcampeonato que al día de hoy no sólo fue inigualable: cuesta imaginar que se repita así como se dio, de forma consecutiva. De alguna manera, Bilardo consiguió con Diego Maradona lo que muchos otros técnicos no pudieron con Lionel Messi, y en la era del fair play.

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Por eso, vale también quedarse con esa imagen del domingo 8 de julio, en el Estadio Olímpico de Roma. Después de soportar los silbidos italianos al himno argentino. Después de creerles ciegamente a la distancia sus jugadores que Roberto Sensini no le había cometido penal a Rudi Voeller. Dolido en el alma, Bilardo lo vio dar vueltas a Maradona y escuchó una rechifla. Minutos después, después de recibir su medalla, lo mismo.

Y como aquella noche del sorteo, cuando supo leer que su misión era viajar al día siguiente a África, sus sensores le marcaron la última jugada. Supo que las cámaras de TV, manejadas por italianos indignados por los insultos del capitán como reacción al abucheo a la canción patria se estaban regocijando mostrando el llanto del mejor jugador de todos los tiempos. Fue y se paró delante del 10 para tapar sus lágrimas en ambos momentos, incluso con la colaboración de Goyco y otros jugadores o asistentes. Siempre DT. Siempre Bilardo. ¡Si sus señas y mensajes hasta las entendieron ignotos africanos!

Claudio Cerviño
La Nación (Argentina)
GDA

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