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“Los pillaron por maricas”

por Redacción BL
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Realismo trágico

Crédito de foto: Especial para 90minutos.co

La situación se repite con la naturalidad con la que los días y las noches se alternan el inexorable paso del tiempo. Una y otra vez. Es una especie de sinfín que pasa ante nuestros ojos luego de haber pasado ante el ojo de la cámara. Solo cambian los protagonistas. El cíclope electrónico pareciera engullírselos a todos sin esfuerzo y, más bien, con su absurda complacencia. En un acto de irracionalidad, -o de descaro supremo- las víctimas llegan por voluntad a sus fauces. Son rebaños enteros de ovejas felices grabándose y delatándose.  No importan lugares o culturas. Pueblos o países. Ricos o pobres. Homosexuales o heterosexuales. Todas las letras. La especie humana -toda ignorante de alguna cosa y mortal- persigue el espejismo de parecer y se aferra al creer que es, y lo registra todo, lo comparte todo, lo legal y lo ilegal, para elegir condenarse sin aprender la lección.

Para la muestra no un botón, sino varios ajuares completos de situaciones inadmisibles en la lógica más elemental. Un par de hombres convoca a través de una red social a una fiesta con sexo, droga, licor y absoluta reserva. Los primeros tres componentes no me asombran -envejecer es perder esa capacidad, la del asombro valga la claridad-, pero lo de la “absoluta reserva” me tiene todavía con resaca. ¿Puede alguien en sus cabales pensar que aquello que se publique en una red social tendrá reserva y además absoluta? ¡No se puede ser más imbécil o descarado! Allá llegaron 20 homosexuales y también la policía, no a participar de la rumba -estaban de servicio-, sino a capturarlos. Multados todos, judicializados los organizadores y un intoxicado por excesiva ingesta de fluidos, sobre todo etílicos. Bien tituló un periódico amarillista: “Los pillaron por maricas”. Y aquí la acepción alude a tontos. Allá ellos con sus preferencias, pero lo cierto es que la bobada quedó en evidencia. No hay información sobre su pelotudez física.

Un motel ofrece sus servicios a los clientes habituales ingresando por el parqueadero. En la jerga de las bajas pasiones el ingreso por detrás aparece en los anales de la historia sadomasoquista con tanto dolor como placer. Volvió a ocurrir. Desesperadas parejas en abstinencia a las que en el confinamiento solo visitó la mano o el juguete, se aventuran el ingreso subrepticio al encuentro de amor furtivo. Y en medio de la faena, la inevitable estocada. Los delató el grillete electrónico: el teléfono. Y los chismosos, una plaga legendaria. Debe ser vergonzante una captura viringo y en medio de esas lides. La gente hace ejercicio o se cuida para verse bien con ropa, pero solo los ególatras y exhibicionistas disfrutan de que los vean en pelota. Y en esas batallas. Aunque los videos íntimos filtrados son legión. Habrá algún policía voyerista claro, pero llegaron a imponer el orden. Triste coitus interruptus que ablanda al o lo que sea. Que a algún desdichado le pongan las esposas después de un encuentro clandestino con la moza, debería ser causal de declaratoria inmediata de inocencia. La que no es tan inocente es la aplicación CoronApp que le sirve al ingenuo, pero más al gobierno para todo y más. Dura lex, sed lex.

En varias alcaldías de este atribulado país el personal ha hecho fiestas para celebrar la entrega de mercados con el atún enlatado más caro del mundo. Debemos entenderlos, los políticos están más felices que pederasta en jardín infantil. Con un mercado miserable suben todas las fotos posibles y justifican proveedores inefables. Lo importante no es dar, sino figurar. No es gobernar, sino cobrar. No es disponer, sino repartir. No es administrar los recursos en procura de atender la situación, sino de utilizarlos para sacarles réditos en las próximas elecciones. Y lo hacen todos. Desde el alcalde del más alejado y pobre de los municipios, hasta el que funge como presidente, pasando claro por las gobernaciones donde también se finge autonomía. Los cargos de elección popular en Colombia son un gran teatro de marionetas del verdadero poder, que ya no es oculto. Padecemos la escasez de estadistas. Nadie va a venir a salvarnos. Y todos ocupados en subir fotos y videos.

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En una calle de una ciudad cualquiera en el día se monta una piscina inflable en medio de la avenida. Hay sol, cuerpos semidesnudos y trago. Hay música y baile. Bronceador y mangueras de caucho y cuero dispuestas a calmar el ardor de pieles y espíritus. La calentura no es solo física, sino también emocional en medio de la cuarentena. Hay pico y cédula. Pero nadie se mete a una piscina con documentos. Todos comparten fotos y videos de la rumba. La felicidad se asoma y también la adrenalina que produce en algunas personas ir en contra de lo establecido. Hacer lo indebido en Colombia es una práctica social aceptada. En algunos casos premiada con votos. La Ley seca es un llamado al chupe y la bebeta. Afloran resentimientos sociales cuando la policía llega a intentar acabar con la guachafita, que no es nada comparada con la ocurrida la noche anterior. El chapuzón era para bajarle la temperatura a la rebambaramba en la que se azotó baldosa, se bailó cobao y se afiló cremallera casi hasta el amanecer. Todo, en medio del confinamiento.

El muerto yace y el ataúd en lo alto, no permite su reposo total. A lo mejor él hubiera hecho lo mismo si no estuviera ahora en la horizontal morada. El desfile se comparte en redes. Se llora y bebe a raudales. Hay gritos y adioses. Los Ayayay se confunden con los Ay hombe. La viuda y la suegra. Los pelaos y los compadres. Todos llevan su celular en lo alto como si estuvieran en un concierto. Hacemos parte de una generación que ve a través de sus móviles. No hay pañuelos, solo señuelos digitales. Es necesario mostrarse y verse. Y en un operativo santiamén, les cae la policía, les quita al muerto y se llevan el cajón en una patrulla convertida en funeraria. La procesión se diluyó, no sin escucharse algunos improperios y ante la incredulidad de haber perdido el epicentro de su carnaval. Mientras tanto en la otra costa, en otro velorio, se cantaba a grito herido alrededor de un féretro y los cuatro sirios eran reemplazados por botellas de licor. Viral en menos de nada y de nuevo las autoridades al frente de una práctica popular que no encierra este virus. ¡Clic!

Hoy la pandemia oculta es publicarlo todo. Personas del común, políticos o narcotraficantes caen por sus propias redes. Un futbolista metido en negocios con el narcotráfico que sube videos portando armas. Una modelo que comparte en sus redes las visitas a su prendado que está confinado en una cárcel de máxima seguridad. (Esto último me sonó a absoluta reserva). Un candidato presidencial que canta y baila al lado de un ídolo vallenato con una pléyade de narcotraficantes como público. Un presidente que responde en cámara: ¿de qué me hablas viejo? Confesos traquetos dictando cátedra de ética y moral en redes. Periodistas revelando que esta vaina es un negocio. Todo está en las redes y hoy más que nunca el viejo refrán: el pasado no perdona, tiene más sentido que todos los insensatos que suben lo que comen, lo que sienten, el peso que levantan, los kilómetros que recorren o las críticas que luego los condenan. O, sino que lo diga el tipo peludo con nombre turco. Hoy la imagen se construye a través de la virtualidad y de los medios. Se existe a través de lo que se publica y de lo que publican los medios. Y todos, construyen realidades ilusorias.

Una psicóloga preocupada por las noticias, mortificada por sus contenidos, confundida por los abordajes de lo que nos muestran, impactada por un titular que anuncia como “una historia maravillosa” una nota sobre un par de hermanitos que se encontraron la carcasa de un viejo computador de mesa entre la basura y jugaron con ella a la educación virtual. Desde la lógica del pensamiento crítico y el periodismo regido por los principios básicos -pero olvidados- puede decirse que lo que refleja este tipo de ‘noticias’ es una conciencia social equivocada, extraviada, un amarillismo asociado a la revictimización y no a la resiliencia. Uno puede encontrarse la historia y contarla, pero no haciendo pornomiseria, sino poniendo en evidencia las condiciones que llevan a estos y tantos otros pequeños, a la pauperización por no tener las posibilidades con las que deberían contar. Una cuestión de enfoque errático la del gasterópodo canal. Una mirada desde la opulencia a la indigencia. Y a pesar de la andanada de críticas, el noticiero arremetió con ‘noticias’ de este tipo para atrapar más audiencia. Naturalizaron la desigualdad y la pobreza resultante. Toda la semana con la historia de una niña que estudia trepada en un árbol de limón, porque solo allá le coge la señal. ¡Muy ácidos! Su papá le hizo el video y la pequeña recitó el guion. El montaje era evidente, pero funcionó para todos después de viralizarse. La necesidad no se niega, pero tampoco puede convertirse en insumo simple. Ganó el canal, que sube el rating y vende; ganaron los televidentes, que disfrutan con la miseria; y ganó la niña, que ahora tiene portátil e internet. Bueno, y el papá, que sin recursos para comprarlo lanzó el señuelo virtual, la selfie lección y logró pescar lo que necesitaba. ¿Si se la pillaron?

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