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Por qué los colombianos no valoran a sus empresarios – Sectores – Economía

por Redacción BL
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Por qué los colombianos no valoran a sus empresarios - Sectores - Economía


Hasta el año pasado, los empresarios y los gremios que los representan se daban palmaditas en la espalda. “La desconfianza es generalizada y no solo es un problema nuestro”, decían. “Hoy ya nadie cree en nadie y ese no es un tema exclusivo del sector privado”, aseguraban varios presidentes de compañías. “En otras partes del mundo, la favorabilidad está todavía más bajita”, oí afirmar a algunos más.

La gran mayoría de ellos se equivocaron minimizando el problema. Lo que estaba ocurriendo en 2019 ya era delicado. En la medición de diciembre de la encuesta de Gallup, por primera vez desde 1994, la imagen desfavorable de los empresarios fue superior a la favorable: 49 por ciento vs. 44 por ciento y, según un estudio desarrollado por la Usaid y la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, el 83 por ciento de los consultados contestó que no confiaba en el sector privado. El 25 por ciento respondió en esa misma encuesta que “no confiaba nada” específicamente en los empresarios, el 33 por ciento aseguró que “confiaba poco” y otro 30 por ciento dijo que no confiaba “ni mucho ni poco” en los industriales de nuestro país.

Lo curioso es que, si ese efecto negativo estaba atravesado por una desconfianza generalizada, como decían algunos, y si la suerte de los empresarios era la misma que corrían la mayoría de protagonistas y sectores en el país, con la llegada de la pandemia, el aumento en la favorabilidad de la mayoría de instituciones ha debido también reflejarse positivamente para el empresariado nacional. Sin embargo, no ocurrió así.

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Mientras la mayoría de políticos han visto crecer su popularidad en medio de la pandemia, los líderes empresariales que salieron a aportar de sus bolsillos miles de millones de pesos en donaciones y ayudas para los más necesitados han mejorado su imagen solo marginalmente, según algunas encuestas e, inclusive, en algunos segmentos, su percepción sigue estando tan deteriorada como antes de la llegada del covid-19.

Una vez la empresa privada tome conciencia sobre la necesidad de transmitir mejor el mensaje, los líderes empresariales deben reparar en lo que van a decir para restituir la confianza perdida

De acuerdo con una encuesta a más de 1.100 personas, realizada por el Centro Nacional de Consultoría y que será revelada esta semana, se preguntó si los colombianos creían que era posible contar con los empresarios en momentos de crisis y “solo el 34 % contestó afirmativamente (dato que llega a un 25 % cuando se trata de personas de entre 25 y 45 años)”.

De hecho, los más jóvenes ya arrastraban una percepción bastante negativa frente a la empresa privada. En 2018, Deloitte le preguntó a los ‘millennials‘ en varios países del mundo, incluido Colombia, su opinión sobre el sector privado. Mientras el 2017, un 24 por ciento creía que “las empresas no tienen ambición más allá de querer ganar dinero”, en la encuesta que se hizo un año más tarde, la cifra aumentó a un 54 por ciento.

Lo más preocupante es que con el aumento de la pobreza, el desempleo y el hambre, los discursos populistas están creciendo y el odio de clase impulsado por algunos políticos que comenzaron su campaña a la presidencia desde ya puede pelechar peligrosamente si el sector privado no se pellizca y repara en los problemas que tiene a la hora de ganarse el corazón de los colombianos.

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Y es que es difícil entender por qué si los empresarios pagan cumplidamente sus impuestos, si con sus donaciones sostienen causas benéficas para la sociedad y suelen estar listos para mitigar los efectos económicos de los desastres y las tragedias naturales –como se vio a raíz del coronavirus–, los niveles de confianza en el sector privado siguen siendo bajos.

En el marco de estas preocupaciones, la Fundación Ideas para la Paz (FIP), Reconciliación Colombia, Usaid y Acdi/Voca se aprestan también a proponer algunas reflexiones para entender por qué lucen tan alejados los empresarios de los afectos de los colombianos e insistir en la importancia de reforzar estos vínculos. La FIP ha identificado, por ejemplo, que “un factor determinante para generar confianza es el sentido de pertenencia, entendido como la capacidad que, por ejemplo, deben tener las empresas para desarrollar identidades regionales y construir causas comunes con sus grupos de interés, más aún en tiempos de crisis”.

Salir del caparazón

Hacerse visible en un país inseguro como Colombia es difícil. Tal vez por eso muchos empresarios prefirieron en los 80 –por la cruda violencia desplegada por los carteles del narcotráfico– y luego en las dos décadas siguientes –por los boleteos incesantes de las guerrillas– meterse dentro del caparazón, no dejarse ver, no dar entrevistas y mucho menos lanzar ideas y tesis públicamente. Algunos incluso se fueron a vivir fuera de Colombia y las nuevas generaciones de esos empresarios hoy saben más inglés que español.

No se puede seguir con la cabeza agachada, sobre todo si del otro lado hay figuras que hablan tan ruidosamente en contra de la empresa privada.

La estabilidad de sus negocios se pudo garantizar durante esos años con la financiación de campañas políticas para evitar que modelos antiempresa llegaran a gobernar. También a través de reuniones a puerta cerrada y vocerías delegadas a líderes gremiales como Fabio Echeverry o Luis Carlos Villegas, quienes, desde la Andi, tuvieron una gran ascendencia sobre los gobiernos y los parlamentarios y contuvieron iniciativas que afectaran los intereses de la industria. Sin embargo, el radio de acción gremial se fue quedando corto y de respaldar un concepto tan potente como el de la defensa filosófica de un sector privado fuerte como esencia de la democracia, los gremios pasaron a agenciar metas de corto alcance, con agendas corporativistas que les quitaron su peso específico. Otros más terminaron cooptados por los gobiernos de turno y acabaron hablando pasito para no incomodar a los presidentes de la República que los pusieron allí.

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Todos estos factores que pudieran sintetizarse en una ausencia de comunicación directa y efectiva de los empresarios con los colombianos, sumado a que los partidos políticos –que, por naturaleza, tendrían que defender a la empresa privada– cedieron al discurso populista y comenzaron a minar la credibilidad de sectores como el financiero, han contribuido a la desconfianza de la que estamos hablando.

Por eso ahora la estrategia tiene que ser diferente. No se puede seguir con la cabeza agachada, sobre todo si del otro lado hay figuras que hablan tan ruidosamente en contra de la empresa privada. Algo anda mal cuando no obstante los múltiples comunicados de prensa que registran las cuantiosas donaciones que han dado las empresas más grandes, los colombianos creen que la participación del sector privado en la búsqueda de salidas de esta crisis es más bien limitada. Y, sobre todo, algo anda ciertamente mal cuando la imagen del ICBF, del Sena o de las cajas de compensación es buena, pero la del sector privado que durante décadas las sostuvo con los famosos aportes parafiscales sigue siendo tan deficiente.

¡Claro! como nunca nadie contó suficientemente que detrás de esos ‘milagros’ siempre estuvieron los empresarios aportando, los colombianos dimos la existencia de estas instituciones por hecho y pensamos que ese leviatán al que llaman Estado es el que se encarga de todo, como sacando una varita mágica y distribuyendo plata que se hace sola. Error. Los empresarios tienen que hacer explícito lo que hacen por Colombia; ellos mismos y de viva voz.

Contar lo que han tenido que pasar en un país lleno de burocracias y trámites para sostener sus negocios. Poner de relieve que, en estas naciones, de altísima volatilidad legislativa y tributaria y de enorme inseguridad jurídica, mantener una empresa por más de 10 años es, sin temor a equivocarse, un acto heroico.

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Cuando se habla de empresa no solo nos referimos a los cuatro o cinco conglomerados más grandes, sino a más del 80 por ciento del sector privado que está integrado por pequeñas y medianas industrias

Los empresarios tendrán que volverse visibles a riesgo de que al principio les tiren piedra, pues ha calado el mensaje de que generar utilidades lícitas es un acto impúdico, pero deberán tomar el riesgo para garantizar la supervivencia del sector privado en las próximas décadas.

Los empresarios y los presidentes de las compañías no pueden seguir pretendiendo que otros hablen por ellos. Con mucha razón, el saliente presidente del BID, Luis Alberto Moreno, en una entrevista en ‘Portafolio’, calificaba de “ausente” al sector privado en una coyuntura tan crítica como esta. Y no es ausente porque ‘no ponga’ –porque ‘pone mucho’ como ya se ha visto–, sino porque no obstante mantener andando la economía en los momentos más difíciles con enorme tesón, no comunica, no conecta, no está interesado en poner la cara en las discusiones públicas y, por lo mismo, en un siglo en el que expresar lo es todo, la iniciativa privada se está auto-excluyendo peligrosamente.

En momentos en los que la preocupación de las mayorías gira alrededor del empleo, como reflejan las mismas encuestas de las que he hablado en este texto, hay que recordar lo que parece de Perogrullo, pero que al final no lo es en una patria con frecuencia desmemoriada como Colombia: que sin empresas no hay empleos. Que sin un sector privado sólido no hay sustento y libertad económica para las familias. Y recordar, mil veces recordar, que cuando se habla de empresa no solo nos referimos a los cuatro o cinco conglomerados más grandes, sino a más del 80 por ciento del sector privado que está integrado por pequeñas y medianas industrias y que generan a su vez la mayor parte del empleo en nuestro país.

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Los que ahora llamamos, de manera naif, ‘emprendedores’ son también, y, sobre todo, empresarios. Hacer una simbiosis entre ambos términos resulta urgente para demostrarles a los ciudadanos que la empresa privada es mucho más que un puñado de ricos indolentes. Los que hasta ahora comienzan y los que ya están consolidados deberían reunirse en torno a una misma causa que los une: fortalecer este frente de defensa de la iniciativa privada. Por eso salir del caparazón es urgente.

Cambiar el discurso

Ahora bien, una vez la empresa privada tome conciencia sobre la necesidad de transmitir mejor el mensaje, los líderes empresariales deben reparar en lo que van a decir para restituir la confianza perdida entre los colombianos; ¿cuál será ese mensaje de fondo?

Hace años, la responsabilidad social corporativa se quedó corta. Impactar a las comunidades aledañas en donde funciona una empresa determinada con ayudas focalizadas y esporádicas fue un modelo que terminó agotándose y que solo sustituía con pañitos de agua tibia una intervención mucho más estructural que ha tardado en llegar a la cultura empresarial colombiana. Se trata más bien de retomar el concepto de construcción de valor compartido, impulsado por el profesor Michael Porter, que consiste en involucrar de manera determinante los entornos en los que se realiza la actividad económica y volver colectivas las ganancias que se tienen.

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Los consumidores-ciudadanos no solo esperan una buena calidad en los productos, sino que demandan de las empresas que los hacen un mayor compromiso con la ética y la protección del medio ambiente

Pero también se trata de incorporar nuevas miradas como la del ‘capitalismo consciente’ que promueven, entre otros académicos, Raj Sisodia, un educador indio, junto con John Mackey, fundador de Whole Foods Market. En resumen, lo que dicen estos autores es que se necesitan propósitos elevados en las empresas y no aquellos cortoplacistas que todavía abundan en la mentalidad de algunos de los ejecutivos colombianos. Objetivos que además involucren de manera activa a todos los actores que giran alrededor del negocio.

Basado en los datos de un estudio serio construido desde hace más de diez años por la encuestadora Yanhaas en Colombia, escribí en una columna en este mismo diario que “los consumidores colombianos dejaron de ser simples compradores y adquirieron una mayor conciencia de lo que significa ser ciudadanos. Estos consumidores-ciudadanos no solo esperan una buena calidad en los productos que compran, sino que demandan de las empresas que los hacen un mayor compromiso con la ética y la protección del medio ambiente; que tengan una posición frente a las libertades personales o a la diversidad sexual y, sobre todo, que cada compañía genere un impacto social real en la comunidad”. Tal vez de esos propósitos superiores es de los que hablan Sisodia y Mackey y que deberían identificar y hacer explícitos nuestros empresarios para conectarse mejor con los colombianos.

Mientras definimos con precisión en qué consiste el ‘reseteo’ del que hablan Klaus Schwab y Thierry Malleret, en un libro reseñado en EL TIEMPO por Ricardo Ávila, y retomado como concepto también, entre nosotros, por Alejandro Gaviria, rector de la U. de los Andes, nuestros empresarios tienen que reivindicar el valor de lo que han hecho, ajustar sus acciones a las nuevas realidades del planeta y reenamorar al país de una idea que expresó en su momento Winston Churchill y que hoy es más vigente que nunca: “Algunas personas consideran la empresa privada como un tigre depredador que debe ser fusilado. Otros la ven como una vaca que se puede ordeñar. No muchas personas la ven como lo que es: un caballo sano, tirando de un carro robusto”.

JOSÉ MANUEL ACEVEDO M.*
Para EL TIEMPO* Abogado y politólogo, U. de los Andes. Máster en Análisis Económico de Derecho, U. Complutense. Egresado del Programa de Liderazgo para la Competitividad de Georgetown. Subdirector de Noticias RCN.

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