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Qué viene para Colombia tras caída del PIB en el segundo trimestre – Sectores – Economía

por Redacción BL
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Qué viene para Colombia tras caída del PIB en el segundo trimestre - Sectores - Economía


A comienzos del presente siglo, una película hecha en Hollywood atrajo a las audiencias del mundo entero. La cinta, de algo más de dos horas de duración, narra la historia de un barco pesquero que tras una serie de averías acaba atrapado entre dos enormes frentes atmosféricos, después de haber zarpado de un pueblo de Massachusetts en el nordeste de Estados Unidos.

Por cuenta de la fuerza de los elementos, que incluyen vientos huracanados y olas de 25 metros de altura, la nave se hunde llevándose al fondo del océano a la tripulación, que nada podía hacer ante aquello que los meteorólogos denominaron “la tormenta perfecta”. No obstante, también queda claro que la suerte habría sido diferente si el capitán hubiera optado por una ruta más prudente para volver a puerto.

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El filme, basado en una historia real, volvió a ser recordado el viernes después de que el Dane reportó que durante el segundo trimestre del año, la economía colombiana registró la contracción más grande de su historia. La razón es que, como nunca antes, la producción nacional se enfrentó a fuerzas de gran magnitud en contra, que todavía persisten.

Si bien en nuestro caso no se puede hablar de naufragio, es incuestionable que el país ha quedado maltrecho. No está de más recordar que el nivel del producto interno bruto de finales de junio es similar al observado en la misma época de 2013.

Detrás de las estadísticas oficiales hay incontables historias de sufrimiento que van desde el pequeño comerciante que lo perdió todo hasta el operador turístico obligado a cerrar sus puertas. La reducción de 4,3 millones en el número de ocupados hasta junio implica un retroceso en los indicadores sociales de una nación que había conseguido que el número de personas pertenecientes a la clase media superara a los que estaban en condición de pobreza.

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Factores en juego

El elemento que más influye en los daños contabilizados hasta la fecha es atribuible a las decisiones de confinamiento obligatorio, con el fin de contener la propagación de la pandemia derivada del covid-19. Como es conocido, las restricciones comenzaron el 17 de marzo e incluyeron una cuarentena que se empezó a relajar gradualmente el 13 de abril, aunque el aislamiento para la mayoría de la población continúa vigente.

A ese primer impacto se sumó una inesperada guerra entre productores de petróleo que deprimió las cotizaciones del crudo a su nivel más bajo en 25 años. Aunque las hostilidades duraron pocas semanas, el perjuicio acabó siendo profundo pues la producción nacional bajó en cerca de 150.000 barriles diarios, con efectos negativos sobre las exportaciones y las inversiones previstas.

Y las cosas se acabaron de complicar por cuenta de un clima internacional más hostil. Vender en el exterior se volvió todo un desafío, pues la recesión es una realidad en la gran mayoría de mercados a los cuales se despachan bienes hechos en Colombia.
Ante lo sucedido, surgen los debates sobre si hicimos lo correcto. A fin de cuentas, los balances que se ven tanto en el ámbito latinoamericano como en el global muestran diferencias notorias entre la suerte de unos y otros.

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Y aunque nunca cesará la polémica respecto a que las restricciones comenzaron muy temprano o que los apoyos gubernamentales no llegaron a tiempo, también es cierto que salir indemnes de esta especie de tormenta perfecta era imposible. En el continente americano solamente Guyana conseguirá crecer en 2020, gracias al desarrollo de sus depósitos de hidrocarburos. Para el resto, las cifras serán de color rojo.

Por eso, lo que importa es mirar hacia adelante, con el propósito de que el balance de daños se reduzca. Esos siete años perdidos de un tirón pueden ser menos si en los meses que vienen la dirección apunta hacia aguas menos agitadas y se concentran los esfuerzos de las autoridades nacionales y regionales.

La única solución de fondo es abrir la mayor parte de sectores posibles lo más pronto que se pueda

Reapertura, la mejor opción

Al respecto, los expertos coinciden en torno al mismo asunto. “La única solución de fondo es abrir la mayor parte de sectores posibles lo más pronto que se pueda”, dice Mauricio Santamaría, presidente de Anif. Ello implica levantar las restricciones a la movilidad, reactivar el transporte aéreo y terrestre, volver a los salones de clase –al menos en forma semipresencial– y permitir que los experimentos piloto de restaurantes y hoteles se conviertan en permanentes.

El problema es que la pandemia no cede todavía y en las tres principales ciudades el nivel de ocupación de las unidades de cuidado intensivo es cercano al 90 por ciento. Debido a esa circunstancia, los alcaldes se inclinan por seguir con el ‘pico y cédula’ o los aislamientos parciales, como ocurre en Bogotá.

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Así el discurso hable de recuperación económica, en la práctica este no parece ser el objetivo. De vuelta al Distrito Capital, el anunciado ‘Plan Marshall’ no se parece en nada a la estrategia de reconstrucción adoptada tras la Segunda Guerra Mundial. Y los requisitos para permitir que el aeropuerto El Dorado vuelva a operar son tantos que las aerolíneas ya dijeron que así es mejor dejar los aviones en tierra.

Además, en los territorios en donde la incidencia del coronavirus es menor, los gobernantes regionales y locales optan en su mayoría por evitar la presencia de personas venidas de otros lugares. En términos prácticos, hay mandatarios que en lugar de la mitigación de la emergencia, todavía son partidarios de la supresión, con lo cual el proceso de normalización puede demorarse una buena cantidad de meses, hasta que llegue la vacuna.



Algo similar pasa con la infraestructura, que salió muy golpeada por la parálisis, para lo cual se requiere la reanudación de obras civiles con el concurso de las administraciones locales.

Foto:

Raúl Arboleda / AFP

Como si lo anterior no fuera suficiente, incluso después de que pase el pico de contagios, supuestamente a finales de agosto, existe el peligro de los rebrotes. Ante ese riesgo, la experiencia de otras latitudes muestra que es imperativo contar con una labor de seguimiento efectiva de los casos positivos y su círculo de contactos.

Lamentablemente, los intentos de poner en marcha una estrategia de gran envergadura no han salido adelante. El sistema de pruebas, rastreo y aislamiento selectivo sostenible –conocido como Prass– quedó en manos del Ministerio de Salud y quienes saben del asunto reconocen que existen demoras en su implementación, que pasan por la contratación de miles de personas.

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Y mientras eso no suceda, la economía nacional se expone a encontrarse más obstáculos en el camino. Cada vez que aparezca un foco importante de covid-19 la respuesta preferida será la conocida: ‘planes candado’, toques de queda y ‘pico y cédula’ más o menos restrictivo.

A fin de cuentas es mucho más fácil la salida de expedir un decreto que cierre negocios y confine a la gente en su casa que la de gerenciar equipos y concientizar a la población sobre la necesidad de protegerse. El lío es que eso magnifica los costos económicos y sociales, con lo cual vuelve a confirmarse que lo barato sale caro.

Para ponerlo en términos visuales, la imposibilidad de acorralar la pandemia aumenta la probabilidad de que en lugar de una recuperación en forma de V, lo que sigue se asemeje a varias W sucesivas: ciclos de altibajos hasta que el peligro no desaparezca del todo.

Dicho escenario es una pésima noticia para millones de colombianos. En su más reciente informe sobre la gran encuesta integrada de hogares, el Dane reveló que en junio una de cada cuatro personas en la fuerza laboral dijo que sus ingresos se han reducido, una de cada cinco afirmó que no ha podido realizar pagos de facturas y deudas, una de cada seis sostuvo que ha tenido problemas para conseguir alimentos y una de cada ocho señaló que perdió su trabajo o su fuente de recursos.

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Más de una opción

Por tal razón son obligatorios los planes de choque. Mauricio Cárdenas dice que hay que comenzar por las actividades que tuvieron una caída excesiva en los últimos meses, como es el caso de las extractivas, en particular carbón y petróleo, en los que se debería trabajar para recuperar la producción.

Algo similar pasa con la infraestructura, que salió muy golpeada por la parálisis, para lo cual se requiere la reanudación de obras civiles con el concurso de las administraciones locales. Adicionalmente, el exministro subraya que “hay que apoyar la construcción de vivienda con los subsidios que ya están en funcionamiento”.

El impulso a esos renglones exige una capacidad de gestión mucho más efectiva de lo usual. En Colombia es tradicional que los anuncios de los altos funcionarios se queden en los titulares, mientras la burocracia estatal se demora en reaccionar. Ahora es indispensable hacerles seguimiento en tiempo real a una serie de proyectos claves, porque, de lo contrario, aumentar el ritmo será muy difícil.

Tampoco hay que minimizar el daño que hace la incertidumbre. Como opina Marcela Eslava, decana de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, “los anuncios de renovadas inversiones públicas son positivos, pero es urgente complementarlos con señales claras de que existe una estrategia para retomar actividades vitales, educativas y productivas que a su vez son fundamentales para la reactivación de la actividad económica y su sostenibilidad en el futuro”.

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Hay que apoyar la construcción de vivienda con los subsidios que ya están en funcionamiento

En respuesta a las voces de quienes piden más dinero público para los que más han sufrido, la académica recuerda que “los auxilios estatales para personas y sectores afectados son estrategias de mitigación útiles, aunque de alcance y sostenibilidad limitados”. A su vez, Mauricio Santamaría puntualiza que “no hay gobierno en el mundo que pueda remplazar lo que se pierde ante una parálisis de la economía”.

Ese mensaje es fundamental porque una preocupación que comparten analistas internacionales y locales es que el impacto sobre el empleo sea mucho mayor aquí que en otros países. Tal como van las cosas, los índices de desocupación seguirán cerca del 20 por ciento, a menos que la inversión y el consumo repunten.

Nada de eso va a pasar, sin embargo, si la situación actual se prolonga: alto nivel de contagios, restricciones administrativas, segmentos sin horizonte de reapertura y bajos niveles de ejecución de las iniciativas gubernamentales. Quedarse con el pecado de la recesión y sin el género de superar el reto planteado por el coronavirus es un escenario factible.

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Debido a ello, hay que abandonar la autocomplacencia que pasa por pensar que estamos haciendo las cosas bien y que los problemas se van a arreglar por sí solos. El dato de crecimiento durante el segundo trimestre de 2020 es desastroso, pero más grave sería que por no responder a tiempo se cumplan las proyecciones que hablan de una reducción de entre ocho y diez por ciento en el producto interno bruto durante todo el año.

De vuelta la figura del comienzo, puede ser que el barco de la economía ya no esté amenazado por las olas más grandes, pero es incuestionable que la tormenta todavía no termina. De ahí que la habilidad del piloto sea tan importante, pues de la manera en que se maneje el timón dependerá de que volvamos más temprano que tarde a las aguas mansas y podamos reparar tantos daños dejados por una conjunción de vendavales que no se parecen a ningún otro.

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RICARDO ÁVILA
Analista Sénior
Especial para EL TIEMPO
Twitter: @ravilapinto



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