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Las artesanas de San Cipriano en Buenaventura: Para admirar

por Redacción BL
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Arropadas por la espesa selva del Pacífico colombiano, en la vereda de San Cipriano, en Buenaventura, seis mujeres están dedicadas a tallar la tagua y la madera con las que armarán las piezas de oficina que se llevarán los comensales que asistirán, en Cali, a la tradicional ‘Cena de Vallenpaz’.
 
Como deben armar 430 piezas, trabajan todo el día además, deben luchar contra la humedad de la selva que tiende a englobar la madera y a dañar el acabado de los portalapiceros, portavasos y portaclips. Y la energía no les ayuda mucho, de un momento a otro se les va el servicio y todas las herramientas quedan paradas.
 
San Cipriano está a 20 minutos del corregimiento de Córdoba, pero en ‘bruja’. Un sistema de transporte inventado por los mismos pobladores.
 
Sobre los rieles de la carrilera desplazan unos bancos de madera en las que pueden ir sentadas 16 personas y que son remolcados por una motocicleta.
Y en ‘bruja’ es que logran sacar sus artesanías. Las piezas de oficina las elaboran en madera que adornan con la cáscara de la tagua, pedazos que pegan uno a uno como si armaran un rompecabezas.
 
Nancy Lorena Chalá, de 29 años, dice que se les va todo un día adentrarse en la selva para recoger las semillas. Al regreso vienen cargadas no solo de las taguas que quedaban enterradas antes de que descubrieran su potencial, sino de racimos de mil pesos. Una palma de la que extraen una sustancia lechosa para hacer sus jugos y cuyas semillas también aprovechan para sus trabajos artesanales.
 
El encanto de la tagua lo descubrieron hace tres años, cuando el maestro boyacense Juan César Bonilla les enseñó sus secretos. Hay que pulirla una y otra vez hasta que quede tan deslumbrante como el marfil y para que la polilla no la destruya hay que dejarla secar entre uno y dos años. Un año de secado equivale a un 97 por ciento de dureza.
 
“Cuando llegaron a dictar los talleres solo buscaban jóvenes. ¿Pero por qué? Así que yo también entré. Aprendimos a aprovechar las semillas para bisutería y hasta la estopa del coco”, cuenta Nelly Zenaida Ibarbuen, de 53 años.
 
No tienen un taller porque el salón comunal donde trabajaban se lo pidieron para adecuarlo como salón de clases, así que Aracelly Pulgarín, otra de las artesanas, abrió un espacio en su casa para ubicar la pulidora, el taladro y el resto de herramientas.
 
“Con la pulidora hay que tener mucho cuidado, mire cómo tengo de pelados los dedos”, dice Kelly Johana Bonilla, de 24 años.
 
“Para sacar las rodajas de la tagua hay que manejar la sierra muy despacio porque se puede dañar la máquina”, dice Diana Paola Arboleda, de 33 años.
 
El Tiempo

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