En los sombríos callejones de Buenaventura, una ciudad portuaria en la costa del Pacífico colombiano, la presencia de los Shottas ha dejado una huella de violencia y temor en los corazones de sus habitantes. Este grupo criminal, surgido de los vestigios de antiguas organizaciones paramilitares, ha sido protagonista de cruentos enfrentamientos y ha impuesto su ley en los barrios más vulnerables de la ciudad.
El origen de los Shottas se remonta a los días turbulentos de la desmovilización paramilitar en Colombia. Antiguos miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) se unieron para controlar el puerto estratégico de Buenaventura, enfrentándose a grupos insurgentes como las FARC y estableciendo su dominio a través del miedo y la violencia.
Sin embargo, tras años de control del narcotráfico y la extorsión en la región, una disputa interna dividió al grupo, dando lugar a la aparición de los Shottas y sus rivales, los Espartanos. Esta rivalidad ha sumido a la ciudad en una espiral de violencia, con toques de queda y fronteras invisibles que limitan la libertad de movimiento de sus habitantes.
Pero incluso en medio de la oscuridad, hay destellos de esperanza. Con la llegada del Gobierno del presidente Gustavo Petro, los Shottas han expresado su voluntad de buscar una salida pacífica al conflicto. Firmaron una tregua con los Espartanos bajo la mediación de la Arquidiócesis de Buenaventura, mostrando un atisbo de posibilidad para el fin de décadas de violencia en la ciudad.
La historia de los Shottas es un recordatorio de los profundos desafíos que enfrenta Colombia en su camino hacia la paz y la reconciliación. Aunque el camino por delante sigue siendo incierto, la voluntad de dialogar y buscar soluciones pacíficas ofrece una luz de esperanza en medio de la oscuridad que ha plagado a Buenaventura durante demasiado tiempo.
