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Columna de Luis Noé Ochoa sobre el fin de la cuarentena obligatoria – Columnistas – Opinión

por Redacción BL
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Columna de Luis Noé Ochoa sobre el fin de la cuarentena obligatoria - Columnistas - Opinión


El coronavirus dejó en paños menores al mundo entero. Mostró las vergüenzas de la humanidad, como dicen las señoras bien, pensando mal, las fortalezas y debilidades de todos los países, las economías, los sistemas de salud, de gobierno, y midió a sus líderes. Y algunos creyeron que podían decir ‘covid pasó por aquí, cate que no te vi’ y privilegiaron economías antes que vidas. En Estados Unidos, donde van más de 180.000 muertos, le puede costar la reelección a Donald Trump, que, como se dice en los asados, va en picada.

En Colombia, el 6 de marzo pasado corrió la noticia del primer caso de covid-19. Había temor, pero no sabíamos lo que nos esperaba. El virus nos encerró. Hasta Álvaro Uribe resultó en aislamiento preventivo.

Muchos pasaron a teletrabajo y millones perdieron el empleo. El mundo se detuvo. Los aviones quedaron en tierra –menos los aviones que robaron ayudas y aún no se sabe qué ha pasado–, pararon las industrias y muchas pequeñas empresas quebraron.

Pero el mal deja lecciones. Nos mostró el medioambiente, nos enseñó el valor del mundo digital para trabajo, educación, comercio, entretenimiento, reuniones laborales y sociales, y descubrió al personaje más famoso de estos días: don Domicilio. Nos reunió como familia, nos cubrió el rostro y nos alcoholizó, pues nos rociamos con alcohol de pies a cabeza hasta para hacer el amor, sin echárnoslo en las vergüenzas. Toda prevención es buena.

Además, nos mostró que la vida es “una llama al viento”, que todos, a pesar de la distancia social, somos el mismo esqueleto de 33 vértebras, unos con
plata, otros no.

Además, nos mostró que la vida es “una llama al viento”, que todos, a pesar de la distancia social, somos el mismo esqueleto de 33 vértebras, unos con plata, otros no, pero en la UCI, de cúbito dorsal, todos respiramos igual de mal. Esa es una lección que no se puede echar en sacro roto.

El mal del siglo se ha llevado en el mundo más de 800.000 vidas. Colombia hasta ayer había puesto una dolorosa cuota de 18.468 personas. Pero el covid dejó ver también que hay bondad y solidaridad, que los ricos también lloran pero aportan. Ese es el camino.

Sobre todo, esta pandemia enseñó el coraje y la humanidad del personal de la salud. Las cifras de víctimas entre médicos, enfermeros, auxiliares, personal de servicios hospitalarios sacrificados no las conozco. Sé que más de 33 médicos han caído en el campo de batalla. Dios los tenga en el mejor salón. Todos ellos son admirables y generosos, hasta para dar la vida por cuidar las de los demás. Eso es impagable. Infinitas gracias. Y, después de todo, llega el día de abrir las puertas, las carreteras, los aeropuertos, el comercio y las playas, donde se verán qué tan aplanadas o redondas están las curvas, pero no del covid. Se abren los hoteles y hasta los moteles con pico y flaca.

Se siente ambiente de libertad. Hoy arranca el Tour de Francia –suerte, colombianos– y se aproxima la fecha en que vuelve el fútbol, ahora tal vez con Messi en El Campín, pues parece que viene para Millonarios. Ojalá se reactive el comercio, que haya más empleo, urgente, pero el virus no se ha ido y también va a salir de compras. Esa es la dura realidad. Como los “asesinatos colectivos”, que la gente del común llama masacres.

Ahora hay que cuidarnos más que nunca, si no queremos mayores contagios y pérdidas de vidas o que nos vuelvan a encerrar. Estamos que nos morimos por visitarnos, por darnos los abrazos aplazados, pero no hay que aflojar antes de tiempo, como decía una amiga. Los protocolos de bioseguridad estrictos, y los tapabocas o mascarillas, o más baratillas, son salvavidas. Que ojalá su uso sea obligatorio, con altas multas, para el que no lo use o lo lleve de babero. Cultura ciudadana, por la vida, es la clave.

Y querida fauna, fue muy grato verte, pero a correr, pues el animal de dos patas sale de nuevo. Qué pesar. Pero así somos.

Luis Noé Ochoa
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