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Coronavirus: Crisis en el barrio Siete de Agosto, en Bogotá – Sectores – Economía

por Redacción BL
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Coronavirus: Crisis en el barrio Siete de Agosto, en Bogotá - Sectores - Economía


Son las 3 de la tarde del pasado martes. A esa hora, en un día normal, el barrio Siete de Agosto es un hervidero de gente. El ruido de los motores y los pitos se confunde con los gritos de mecánicos de calle que ofrecen toda clase de servicios, desde cambiar un bombillo hasta reparar un motor. Pero desde marzo, y por unos días más, el barrio estará con sus tubos de escape a muy bajos decibeles.

Ayer viernes 7 de agosto, fecha en la cual se conmemora la Batalla de Boyacá que le dio el nombre al corazón automotor de Colombia, fue el primer día en toda su historia en el que sus calles estuvieron casi vacías por la pandemia del coronavirus. Barrios Unidos, la localidad dónde se ubica, fue declarada en cuarentena estricta desde el pasado 31 de julio hasta el 14 de agosto.

Si usted tiene carro o le gustan los ‘fierros’, más allá de manejarlos, debe conocer ‘el Siete’. Si es así estará de acuerdo en que el límite entre las carreras 24 y 29, y las múltiples calles 63 (hay desde la 63 hasta la 63F) hasta la 68 de Bogotá, es para los amantes de los ‘fierros’ una especie de gran tienda de juguetes para ‘niños grandes’.

En ‘el Siete’se juntan unos 2.000 talleres y almacenes de repuestos en dónde pueden reparar y conseguir repuestos para unos encumbrados Mercedes-Benz o BMW o hasta un ‘amigo fiel’, un viejo Simca, un Chevrolet del 54 o un escarabajo del 62. Si le falta una pieza se la consiguen, la mandan a hacer, pero ‘se le tiene’. En ‘el Siete’ no hay nada que el ingenio de la mecánica nacional no pueda arreglar.

Y es así. En ‘el Siete’ se han hecho algunos de los mejores carros de carreras del país y se han restaurado autos clásicos que luego lucen como nuevos en exhibiciones. Se reparan motores desahuciados, se pinta una carrocería con la última tecnología o también hay ‘latonería y pintura exprés’. Lujos y ‘gallos’ para ‘tuneros’. Electrónica y electricidad, toda la que quiera. Y también hay talleres y almacenes de repuestos de marcas y concesionarios reconocidos que se camuflan en este mundo donde están el mercado y la demanda.

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Hay cosas que son claves al ir al ‘Siete’. Primero, hay que tener paciencia, los trancones están a la orden del día, es difícil encontrar un parqueadero, a lado y lado de las calles siempre hay carros estacionados pero siempre encontrará ‘un hueco’ o una atrevida parada en paralelo. Estará seguro, porque si hay algo en ‘el Siete’ es solidaridad y cuidado por la clientela. Hay una ‘guardia civil’ auspiciada por los mismos comerciantes y entre ellos vigilan que en las calles no haya rateros ni tumbadores.

Segundo, la oferta de repuestos es variada tanto en calidad como en su procedencia: hay originales (las propias marcas los venden allí), genéricos, usados o lo puede mandar a hacer. Además, saben todos los trucos y atajos para intercambiar componentes y remedios que han creado para carros desahuciados por males mecánicos o la edad.

Pero la pandemia les ha quitado vida y encanto a las calles ‘del Siete’; y a miles de personas que viven del diario los ha golpeado. Allí los andenes y las calles tienen vida propia. Mientras adentro, en un día normal los teléfonos de los almacenes de repuestos no paran de sonar, afuera las voces de los vendedores de películas, ‘lunas’, los que le ‘engallan la nave’ o le ponen los polarizados, se confunden con las de los vendedores de tinto, arepas, chorizos y toda clase de alimentos para aliviar el hambre.

Porque en ‘el Siete’ no todo son talleres, repuestos y mecánicos. La oferta gastronómica de comida es abundante y variada. En la esquina de la calle 68 con carrera 27B, todas las tardes, a eso de las cinco, llega un carrito con grecas humeantes. Es la hora del tinto, “el mejor tinto del Siete”, dice Andrés, un latonero que lleva años allí. A esa hora todos los mecánicos rodean el carrito y el vendedor hace, literalmente, su agosto en ‘el Siete’.

Hay restaurantes de postín en la propia plaza de mercado donde venden pastas de alta factura, cocinas en el fondo de los garajes de las cuales emanan diversas preparaciones y precios de ‘corrientazo’ que luego viajan por las calles hasta los mostradores y talleres envueltos en papel celofán. También están los sitios populares con instalaciones y sentaderos profesionales con calidad y abundancia proporcionales a la exigencia de la clientela que rota de manera abundante; o suculentas pastelerías donde el sandwich de pernil al paso es el almuerzo de residentes y visitantes.

Complementan el menú los puestos de calle donde se preparan a la vista, además de jugos, costillas, chicharrones, carnes, chorizos o arepas, cuyas parrillas emiten tanto humo como las motos que abundan y un olor a comida criolla básica inconfundible.

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Esta gastronomía del ‘Siete’ no es original ni única pero sí hace que le sean muy afines los nombres de muchos repuestos: espárragos, zanahorias, marrano, cebolla, y muchos más, los hay metálicos y reales.

Este fin de semana y durante los próximos días los almacenes y talleres del Siete de Agosto estarán cerrados. Algunos han podido trabajar a puerta cerrada, pero otros han tenido que mandar a sus mecánicos a la casa. Y la preocupación por el pago de arriendos, impuestos y obligaciones financieras preocupa a este sector de la economía.

Lo bueno es que algún día, tal vez pronto, el Siete de Agosto volverá a ser lo que era con su bullicio y su mezcla de olores a gasolina, aceite y aroma de tinto y empanada callejeros. Y siempre habrá un hombre caminando por los andenes buscando ‘la farola para la Polara’, la ‘bobina o los platinos para el 147’ o el filtro de aceite para el ‘BM’.

Así nació el Siete de Agosto

El Siete de Agosto se fundó cien años después de la batalla de Boyacá, en el año 1919. Como epicentro de las autopartes comenzó a gestarse en los años 60, pues era un punto intermedio entre los sectores de talleres de mecánica de los barrios La Estrada, San Fernando y Las Ferias, y los almacenes de repuestos, en esa época de carros americanos, que quedaban en el centro, donde aún sobreviven.

En la década del 70, con la llegada de marcas europeas, el comercio se especializa en repuestos para esos vehículos; y en los 80, con la entrada de los carros japoneses el Siete de Agosto entra en una nueva dinámica y en su consolidación como eje central de la industria ‘repuestera’ en Colombia.

CARLOS A. CAMACHO MARÍN
Subeditor de EL TIEMPO

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