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Es hora de que Colombia dé el salto a la ‘diplomacia científica’ – Ciencia – Vida

por Redacción BL
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Es hora de que Colombia dé el salto a la ‘diplomacia científica’ - Ciencia - Vida


“La asesoría de científicos a sus gobiernos no había tenido tanta demanda como ahora”. Peter Gluckman.

Estalló la pandemia de coronavirus, y de pronto es como si el mundo volviera a una guerra fría. Si antes del covid-19 (¿el nuevo a. C.?) las tensiones entre Estados Unidos y China estaban como un caucho estirado, ahora la amplificación de sus diferencias tiene al resto del planeta encajonado entre los dos gigantes, y abarca a los campos de la ciencia y la tecnología de la salud, donde, irónicamente, la cooperación internacional nunca había sido tan sólida.

En medio de la incertidumbre de cómo será ese futuro geopolítico, lo que los analistas sí saben es que la diplomacia científica puede ayudar a tender puentes entre naciones ahora, como lo hiciera en la segunda mitad del siglo 20, cuando tuvo mucho que ver en acuerdos tales como el Tratado Antártico, la convención de Viena para la protección de la capa de ozono, o el apretón de manos en el espacio entre las cápsulas Apolo y Soyuz; y megacolaboraciones recientes como la Estación Espacial Internacional y los aceleradores de partículas Cern, en Suiza, y el Sesame, en Jordania.

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Aunque en Colombia apenas se comienza a explorar el tema, la noción de la diplomacia científica no es nueva. La práctica se remonta a Mesopotamia, donde se piensa que nació el arte mismo de la diplomacia. No obstante, uno de los primeros compromisos prácticos de cooperación científica global fue la creación en 1931 del Consejo Internacional para la Ciencia, ICSU; y más recientemente en 2010, la Royal Society y la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia reenfocaron el tema en un informe titulado ‘Nuevas fronteras de la diplomacia científica’.

El concepto de la diplomacia científica no solo significa que la ciencia puede dar asesoría para apoyar los objetivos de política exterior, sino que puede facilitar la cooperación científica internacional, y, a la vez, mejorar las relaciones entre países, para no hablar de su desarrollo tecnológico. “El suave poder de la ciencia”, término acuñado por el politólogo Joseph Nye de la Universidad de Harvard, puede verdaderamente ser más efectivo que un embargo o un arma. Y ahora es más importante que nunca, porque el enemigo común del cambio climático no puede atajarse de otra forma, ya que las pandemias o el calentamiento global no obedecen sanciones económicas ni acciones militares.

“Eso significa que las organizaciones científicas globales y los investigadores individuales deben reconocer que su contribución a la sociedad es más que solo construir conocimiento”, dice Peter Gluckman, presidente de la Red Internacional de Asesoramiento Científico Gubernamental (INGSA). “Necesitamos que la diplomacia de la ciencia tanto formal como informal ayuden en la navegación del difícil camino que tenemos por delante”.

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Necesitamos que la diplomacia
de la ciencia tanto formal como informal ayuden en la navegación del difícil camino que tenemos por delante

Ejemplo memorable

Un ejemplo luminoso de esta última sucedió en 1957, cuando 22 expertos independientes de diez naciones se reunieron informalmente en Canadá para hablar sobre la amenaza de las armas termonucleares a la civilización. Eventualmente, lograron atraer la atención de altos funcionarios en sus gobiernos, y desde entonces las reuniones siguen teniendo lugar, con el título de Conferencias Pugwash.

Por estos días, los actores involucrados en la diplomacia científica incluyen –o deben incluir– a los Estados nación, sus ministerios, cancillerías y embajadas; las organizaciones multilaterales globales, el sector académico, las academias de ciencia, centros de investigación, científicos individuales, las ONG y el sector privado, donde la internacionalización de las empresas es crítica.

De hecho, como explicó Lorenzo Melchor, de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, en una reciente conferencia de la Universidad Externado, los gobiernos, en lugar de solo relacionarse con la capital de un país, deberían hacerlo con los polos de innovación. “Los Estados ya no son los únicos actores en el tablero de juegos internacional, sino que aquí entran otros con los cuales diseñar estrategias creativas e innovadoras. Por ejemplo, enlazar a Facebook, Google o la región de Silicon Valley, de una manera más directa, con el despliegue de embajadores científico-tecnológicos”. O aprovechar la oportunidad que representan las diásporas de científicos de un país para establecer lazos con los demás.

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¿Necesita Colombia una estrategia de diplomacia científica? La respuesta, como dijera María Piedad Villaveces, directora de la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia, es un sí rotundo. “¿Con qué contamos en Colombia para eso? Existen Minciencias y la Cancillería. Está la Academia Colombiana de Ciencias Exactas Físicas y Naturales (Accefyn). Tenemos empresas de biotecnología y tecnología, 278 universidades. Hay colaboraciones como con Alemania en temas de paz, con el Instituto Capaz. Pero no somos parte de colaboraciones globales como la coalición para preparación e innovación de epidemias (Cepi), o el proyecto Solidaridad de la Organización Mundial de la Salud. Tenemos que serlo”.

Y añade que también es urgente incorporar a la Cancillería en la diplomacia científica, a través de un decreto que establece que la Cancillería puede tener cónsules científicos ‘ad honorem’; financiar investigación en estos temas, e integrar la diplomacia científica en el Ministerio de Ciencias con jóvenes investigadores que hagan parte del Congreso o de ONG como AvanCiencia o Accefyn.

En 2018 hicimos una reunión en Paipa y sacamos el documento ‘Desafíos para 2030’, donde decimos la importancia de que el Gobierno escuche a la comunidad científica

Muchos temas lo demandan

Pero si ejercer la diplomacia exterior es un reto, aconsejar a los legisladores de su propio país es otro, igualmente importante. “La asesoría de científicos no había tenido tanta demanda como ahora”, dice Gluckman, quien fuera asesor principal de ciencia para el despacho del primer ministro de Nueva Zelanda. Incluso en esta era de recortes a los presupuestos de ciencia. Desde el cambio climático hasta la pandemia, la ciberseguridad, las migraciones, las tecnologías de alimentos o la respuesta al covid-19, es imperativo que las leyes –y las acciones diplomáticas– se escriban con un sólido bagaje de entendimiento de la ciencia que hay detrás de los temas.

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En el mundo es un arte en permanente estado de evolución. En Colombia es un aún infante. Aparte de los actuales asesores del presidente Duque en materia de covid-19, en el país no existe un servicio específico de asesoría científica para legisladores. Sí están, entre otros, los institutos del Sistema Nacional Ambiental (Sina) y las 10 entidades que hacen parte del Colegio Máximo de las Academias, y que los legisladores son libres de consultar. La cuestión es qué tanto lo hacen.

Enrique Forero, presidente de Accefyn, es una de las personas que se ha preocupado por el tema, ayudando a revivir este colegio máximo, del cual también fue presidente. “En 2018 hicimos una reunión en Paipa y sacamos el documento ‘Desafíos para 2030’, donde decimos la importancia de que el Gobierno escuche a la comunidad científica. La experiencia nuestra ha sido agridulce, aunque el vínculo con el senador Iván Agudelo ha sido excelente”.

Uno de los problemas es que científicos y legisladores viven en dos mundos diferentes, trabajan en plazos de tiempos distintos y obedecen a necesidades a veces diametralmente opuestas. De ahí la necesidad de unirlos y entrenarlos para trabajar en equipo. Porque si a los científicos les falta más aptitud política, a los legisladores les falta entender el proceso científico.

Adriana Castaño, que trabajó en el Invima en el tema de biotecnología por 10 años, en negociaciones internacionales en temas de transgénicos y de recursos genéticos, es representante de Colombia en la red de asesoría INGSA. “Hacemos talleres con científicos, diplomáticos y legisladores, donde se dan juegos de roles que llevan a los asistentes a evidenciar lo que es hacer diplomacia y asesoramiento científicos. El año pasado se efectuó uno en Bogotá con asesores de gobiernos de varios países. Tuvo mucho éxito”.

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¿Y la Misión de Sabios?

“Nosotros pensábamos que asesoraríamos directamente al Gobierno, pero eso no ha pasado”, dice Forero. “Estamos tratando desde la Academia de hacerle seguimiento a eso para que no muera”. Lo que pasa, explica el biólogo marino Juan Armando Sánchez, de la Universidad de los Andes y miembro de la Misión, “es que nuestras recomendaciones no estaban tan aterrizadas a hacer política pública. Ellos necesitan cosas muy explícitas: hay que hacer esto, esto se mejora así”.

Para Silvia Restrepo, vicerrectora de Investigación y Creación de Uniandes, y también miembro de la Misión, “es importantísimo tener una comisión permanente de científicos asesores que acompañe al Ministerio de Ciencia. Se supone que la Academia de Ciencias es ese órgano de consulta”.

Al final, los gobiernos, incluido el colombiano, deben creer en el poder de la investigación e innovación para entregar a sus ciudadanos prosperidad individual y productividad nacional. Si la pandemia actual nos está dejando algo valioso, es que ese matrimonio entre ciencia, diplomacia y política pública es un buen triángulo amoroso.

ÁNGELA POSADA-SWAFFORD*
Para EL TIEMPO* Periodista científica

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