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Historias covid19: La hermana Johana: una mártir del coronavirus – Otras Ciudades – Colombia

por Redacción BL
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Historias covid19: La hermana Johana: una mártir del coronavirus - Otras Ciudades - Colombia

El 25 de marzo iba a ser una fecha memorable para las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada, en Cartagena de Indias. La hermana Johana Rivera Ramos, a sus 33 años de edad, sería la primera colombiana en profesar sus votos perpetuos ante esta congregación, fundada en la ciudad de Valencia (España) en 1876. Esa sería, también, su consagración definitiva ante Dios.

Sin embargo, la fuerza de la pandemia transformó el júbilo en luto. Para esa fecha, Johana se encontraba aislada en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Madre Bernarda y dos días después, en la madrugada del viernes 27 de marzo, se convirtió en la segunda víctima fatal de covid-19 en la ciudad, la décima en el país y la primera monja en América Latina ‘mártir’ del coronavirus.

En la casa de las religiosas, ubicada en el barrio La Providencia, quedaron en el aire todos los preparativos. “El 6 de marzo habíamos ido al centro de Cartagena para que se midiera el anillo que recibiría ese día y las sandalias que utilizaría en la ceremonia”, comenta la religiosa española María José Alamar.

“Estábamos organizando tu consagración: los vestidos se quedaron comprados, pero el Señor te llamó a su presencia”, le confesó póstumamente, en una carta, Belkys Quintana, una de sus amigas más cercanas en la parroquia La Divina Providencia, donde colaboran las Franciscanas de la Inmaculada.



Ella, al igual que algunos sacerdotes y amigos, consideran que la hermana Johana consumó su consagración en la eternidad, delante de Dios, el mismo día que murió.

Para llegar a su natal San Martín de Loba, en el departamento de Bolívar, se necesitan de 8 a 10 horas en bus desde Cartagena. “En el colegio siempre fue una estudiante brillante, echada pa’ delante, lideraba actividades y ocupaba los primeros puestos; era muy apreciada por sus profesores, cercana a todos y servicial”, recuerda Yiseth, de 27 años, a quien no le alcanzan las palabras para describir las virtudes de su hermana, la mayor de cuatro.

“Prácticamente nos crio a Yulissa (21), a Yineth (24) y a mí; las cuatro fuimos muy unidas desde pequeñas. Y Johana siempre estuvo pendiente de mi mamá”, continúa relatando Yiseth.

La nostalgia le arrebata la voz cuando comenta, pausadamente, que fue una mujer de carácter y llena de amor por su familia, desbordada en iniciativas en las celebraciones. Como aquel viaje a Santa Marta, y al parque Tayrona, que hicieron realidad hace un año. “Nunca faltaba en las fechas importantes, ni siquiera después de que ingresó a la comunidad con las hermanas”, recuerda.

Johana ya era abogada –graduada de la Universidad Popular del Cesar, en Valledupar– y vivía en Cartagena con sus hermanas y con su mamá, Ana Ramos Tolosa (61). Sin embargo, la inquietud por la vida religiosa la acompañó desde siempre.

Desde que llegaron a Cartagena se vinculó a los grupos juveniles de la parroquia, iba a misa y conoció a unos seminaristas que finalmente fueron los que la contactaron con las Franciscanas de la Inmaculada, comunidad fundada por la madre Francisca Pascual Doménech (1833 – 1903). Una religiosa cuya causa de beatificación está abierta en El Vaticano.

Estábamos organizando tu consagración: los vestidos se quedaron comprados, pero el Señor te llamó a su presencia

El carisma de esta congregación es: “hacer siempre el bien con sencillez, alegría y misericordia, desde la fraternidad”. Y su única comunidad en Colombia fue fundada el 25 de febrero del 2009, cuando las hermanas españolas María José y Consuelo Vilaplana arribaron a La Heroica con la misión de apoyar a la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Cartagena y, en particular, a las comunidades más pobres de Arjona, en las afueras de la ciudad.

Amor a primera vista

La vocación de Johana a la vida consagrada se asemeja a una historia de amor a primera vista. “Conoció a las hermanas a finales del 2011 y, comenzando el 2012, se fue a vivir con ellas. Enseguida se enamoró de la comunidad y la comunidad se enamoró de ella”, comenta Yiseth.

La hermana María José relata que ella “estaba muy centrada en su vocación, ¡la tenía clara!, y su juventud nos aportaba mucho a las mayores”.

Estudió teología en el Seminario Provincial San Carlos Borromeo de Cartagena, al tiempo que cursaba sus primeras etapas de formación para la vida consagrada. En el 2015 profesó sus primeros votos como religiosa, y entre 2017 y 2019 fue destinada a una experiencia misionera en Perú, entre Lima y Cusco. Allí, trabajó con comunidades de niños sordos, ciegos y con otro tipo de discapacidades.

“Empezamos a conocernos por nuestros gustos. A Johana le encantaba la comida peruana; en especial, celebraba cuando el almuerzo era un rico ají de pollo o chicharrón de chancho. Asimismo, compartimos la misión en contacto con estudiantes con discapacidad”, comenta la hermana Rosa Córdova, con quien compartió seis meses. Su entrega fue tal que decidió tomar un curso de lengua de señas para poderse comunicar con los niños.

Dar la vida por los ‘últimos’

Los niños y los ancianos de Arjona la recuerdan con amor y gratitud. Allí lideraba un comedor comunitario para personas en situación de pobreza. Sirviendo almuerzos y catequizando a los niños y a los jóvenes se fue ganando el corazón de todos.
“Johana tenía la fuerza para llevar adelante todas las misiones que se le encomendaban”, comenta María José. Y aunque ya se empezaba a sentir enferma, estaba muy ilusionada con los preparativos que venían haciendo para implementar un aula de refuerzos escolares en Arjona.

Con su don de gentes y su habilidad para llevar un mensaje de esperanza sin prescindir de sus raíces caribeñas, trascendió en la existencia de muchas personas que se cruzaron en su camino.

Es el caso de Belkys, quien la conoció en su faceta de amiga y religiosa. De Johana valoraba su capacidad de explicar la palabra de Dios a los jóvenes, con alegría y sencillez. Como en su último cumpleaños, el pasado 10 de enero: “Ese día sacó su tambora, bailó cumbia, conversamos y comimos… siempre fue una religiosa feliz”.

La hermana muerte

“Pero la hermana muerte nos ha sorprendido a todos”, acepta con resignación la hermana Ana Benita parafraseando el Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís.

Aún no se sabe cómo Johana Rivera contrajo el coronavirus ni tampoco se explica por qué ninguna de las personas que permanecieron a su lado, durante su enfermedad, sin ninguna medida de seguridad sanitaria, ha dado positivo a la prueba de covid-19.

Desde el domingo 15 de marzo empezó a presentar síntomas de amigdalitis. Un médico la atendió en casa y la recetó, como lo había hecho en otras oportunidades cuando presentaba molestias en la garganta.

Durante los siguientes días, entre altibajos, el dictamen médico fue el mismo. El miércoles 19 la visitó Yiseth, quien le iba a colaborar con algunas diligencias y le llevaba su comida favorita: fríjoles con la sazón de su mamá. “Se los calentamos y los disfrutó como siempre”, acota su hermana. Ese día se le vio alentada.

Pero el fin de semana siguiente su cuadro clínico había empeorado con dolores de cabeza frecuentes. “El sábado y el domingo (21 y 22 de marzo) estuvimos con ella todo el tiempo; se sentía mal, se ahogaba”, detalla la hermana María José. Cuando la hospitalizaron, el lunes 23, le diagnosticaron neumonía y se aplicó el protocolo del covid-19.

Recibimos muy buena atención en la clínica Madre Bernarda, en los días siguientes le tomaron placas y se encontró que tenía un edema pulmonar que luego le afectó los riñones. También su presión comenzó a fluctuar y a bajar”. Finalmente, falleció a la 1:30 a.m. del viernes 27 de marzo.

Dos días después, la familia y las Franciscanas de la Inmaculada se enteraron por los medios de comunicación que la hermana Johana había fallecido víctima del coronavirus.

Solo en la tarde de ese día, cuando se contactaron telefónicamente con el Departamento Administrativo Distrital de Salud de Cartagena, les fue notificado que, en efecto, el resultado de la prueba del covid-19 había dado positivo. (En el momento de escribir este artículo, ni la familia y ni las religiosas habían recibido el resultado del examen por escrito).

“Nuestra hermana Johana ha muerto víctima de un virus que está azotando a todo el mundo y que también se ha cobrado la vida de muchos sacerdotes y religiosos”, fueron las primeras palabras de la hermana María José, cuando la contacté.

Ella, como los más de 200 fallecidos que deja la pandemia en Colombia, no fue inmune a una enfermedad que no hace distinción de raza, edad, género ni religión.

“Dios ha tenido un propósito grande con ella, pues no se guardó nada, hizo mucho por los niños de Arjona; se fue tranquila, feliz, pues siempre fue servicial”, termina Yiseth. Pasó haciendo el bien, como Jesús de Nazaret. Paz en su tumba.

ÓSCAR ELIZALDE PRADA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
@OSCARELIZALDEP

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